La tarea que nos espera

La tarea que nos espera

Hola queridas y queridos: Aquí otra vez yo, en el último suspiro del año, cuando ya inició el nuevo en otras zonas del mundo, cuando muchos ya están de fiesta, escribiendo el que será, sin cuestionamientos, la publicación menos popular del año. Lo sé porque siempre lo ha sido los últimos 14 años cuando he intentado reflexionar en público sobre el impacto degradante colectivo que hemos tenido en el medio ambiente. Mi intención no es aguar la fiesta. Al contrario: celebrar es importantísimo para renovar bríos en el esfuerzo que debemos emprender para transformar los más apremiantes conflictos globales. Quizás el impacto más significativo a largo plazo que hemos tenido este 2022 ha sido el llegar a la cifra de 8.000 millones de habitantes – y contando. El impacto que cada nuevo ser humano tiene en el ecosistema es enorme, sobre todo entre más recursos naturales consumimos y más longevos nos hacemos. Por supuesto, también es motivo de optimismo pensar que los millones de bebés que nacieron este año, muchos de los cuales probablemente aún estarán vivos el próximo siglo, también verán una sustancial mejoría en la huella ecológica antropogénica, es decir, del ser humano en su entorno natural. Un escenario es que logremos crear los incentivos y tomar las decisiones para una transición aceleradísima hacia una masa crítica de energías de fuente renovable. Esa masa crítica debería verse viable al 2030 y alcanzable al 2050. Otro escenario es que el continuo aumento desmedido de temperaturas a nivel global sobrepase los niveles considerados sostenibles por la ciencia e iniciemos un amplio, profundo y largo proceso de colapso de la vida humana en la Tierra. No quiere decir que se vaya a extinguir la humanidad, pero sí quiere decir que un día volveríamos a ser 7.000 millones, y luego 6.000 millones, y así en sucesión hasta llegar a unos mil millones de seres humanos para fines del siglo. Es lo que pronostican algunos ecólogos y demógrafos desde hace unos 15 años. La diferencia es que, entonces, contábamos con unos buenos 25 años para hacer las transformaciones requeridas para evitar este colapso. De ellos, hoy sólo nos quedan siete, y la condición planetaria ha continuado agravándose más rápido cada año que ha transcurrido desde entonces. Esta es la realidad del planeta en que vivimos desde 1972 en que las Naciones Unidas se congregó por primera vez para atender datos científicos que irrefutablemente demostraban que el planeta en su totalidad se estaba calentando por encima de la media global a largo plazo. Han pasado cincuenta años que les permiten a los científicos de hoy pronosticar con alto grado de confianza que, de continuar estas tendencias, para dentro de 77 años seremos una fracción de personas respecto a las que hoy le damos la bienvenida al 2023. Por supuesto, también hay una larga lista de escenarios intermedios, algunos más optimistas, otros más pesimistas. Todos ellos deben estar arraigados en la realidad de lo que somos y por dónde vamos como civilización. Lo que está en riesgo es justo eso: la forma como vivimos en sociedad y el estilo de vida que tenemos. Ahí está, tal vez, nuestra mayor área de mejora: mientras los 800 millones de personas más ricas hoy disfrutan de la champaña y de una abundante cena especial en compañía de sus seres queridos mostrando sus mejores galas, los 800 millones de personas más pobres del planeta no tienen electricidad en casa, ni agua potable, si acaso una sola comida durante el día e insuficiente para satisfacer las necesidades mínimas de nutrición que nuestras instituciones multilaterales que resguardan los derechos humanos han podido medir, y ciertamente no tienen alcance – ni dispositivos ni conectividad, y quizás ni alfabetización básica – para enterarse de este mensaje. Este año me ha dejado cristalina claridad del colapso al que se encuentra sometida la biósfera del planeta. Sé que soy responsable y sé que lo que he hecho los últimos 30 años ha sido insuficiente para evitar los escenarios más pesimistas que describe la ciencia climática. Quiero hacer más y quiero pedirles que me lo exijan, que me acompañen, que me ofrezcan su ayuda, que me la pidan si en algo puedo ayudar, para que juntos, como humanidad, hagamos lo que nos corresponde y está en nuestro poder. Esta, que quiero que sea la obra del resto de mi vida, sé que también es la obra de vida de muchísimas personas, muchas de las cuales conozco y admiro. Con todas ellas – y más – quiero co-laborar este año que viene para abrir más frentes de regeneración de bienestar para la biósfera para siempre. Esa es nuestra agenda y me ofrezco a liderarla desde mi área de influencia. Les deseo un nuevo año con mucha fertilidad, y que todas las semillas que siembren germinen con abundante prosperidad para ustedes y sus círculos de influencia.

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