La ubicuidad financiera: siguiendo el valor y no el dinero
Posiblemente muchos recuerden la película Jerry Maguire sobre un agente de deportistas, y en una de cuyas escenas más memorables el representado le pide a su agente que le muestre el dinero (“Show me the money”).
Es común que consideremos el dinero como el máximo valor a obtener, el dinero es finalmente una representación del valor que nos ha acompañado ya por miles de años, desde que decidimos utilizar unidades de cuenta para ese fin. Diferentes instituciones se configuraron en el tiempo para ayudar a las personas y las empresas a gestionar su dinero, siendo la banca moderna la más exitosa por su alcance y variedad de servicios.
La banca facilita a sus clientes: i) el intercambio de dinero con personas e instituciones (transferencias y pagos), ii) el almacenamiento de dinero para un futuro intercambio (ahorros) o, iii) el intercambio adelantado de dinero contra su futura generación (préstamos).
A partir de estas tres primitivas básicas, y con énfasis en las últimas décadas, la banca ha sofisticado y multiplicado las características de sus productos y servicios financieros buscando atender las necesidades particulares de sus clientes, y también los medios y canales por los que las personas naturales y jurídicas acceden a ellos. Sin embargo, creo que un reto que no ha sido aún suficientemente analizado es el entender todos esos procesos individuales y colectivos, -previos y posteriores-, al “momento transaccional” en el que se activan estas tres primitivas financieras.
Esas largas cadenas de actividades, antes y después, sin duda reflejan de mejor manera el valor que los clientes perciben porque reflejan sus metas y propósitos, visiones y creencias, en suma, su propia humanidad.
La creciente e indetenible digitalización es sin embargo un reto para la sociedad y para las instituciones como la banca, que participan y contribuyen en la manera cómo las personas crean, transfieren y usan, o almacenan el valor.
Los bienes son otra de las maneras cómo hemos acumulado valor, sin embargo la transformación de bienes en dinero suele ser un proceso complejo que toma una importante cantidad de tiempo y esfuerzo, en el que se requiere la participación de varios actores privados y públicos, de exhibir documentación asociada al bien para evidenciar los derechos de propiedad, de la valoración del bien previo a su intercambio, entre otras actividades.
Otros bienes intangibles como pueden ser los derechos de propiedad intelectual, son tan complejos de gestionar como los bienes tangibles, y la transferencia de su valor y monetización es igual de compleja.
En los últimos años hemos visto sin embargo nuevas y creativas maneras de almacenar el valor que van más allá de las tradicionales unidades de cuenta como son las monedas tradicionales.
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Por ejemplo la utilización de criptomonedas en todos sus sabores, desde las volátiles hasta las stablecoins, la digitalización de activos mediante su tokenización; o la aparición de tokens no fungibles (NFT) para representar desde valor especulativo, -como puede ser el arte digital-, hasta representación de derechos más complejos como la propiedad intelectual e incluso la tokenización de inmuebles u otros activos, nos van marcando la pauta de cómo la sociedad comienza a cambiar.
Esta multiplicación de la digitalización tanto del mundo físico como del intangible en la práctica se convierte en nuevas representaciones del valor, que por su característica digital pueden ser operadas a la velocidad del software y la redes, y con mucho menor costo transaccional para los usuarios.
Las plataformas tecnológicas que comienzan a aparecer facilitan nuevos servicios para ayudar a las personas a estructurar la manera cómo gestionan el valor que generan individual o colectivamente. En muchos casos la tecnología acelera la interacción social, de manera que las primitivas básicas mencionadas de transferir/pagar, ahorrar o financiarse se convierten en eventos donde potencialmente participan muchas personas.
Si bien toda esa cadena de procesos nuevos tendrán un fuerte componente digital, seguramente deberán combinar elementos digitales y físicos, pero también componentes descentralizados que no dependen de un solo actor o institución. En ese contexto existirá la necesidad de integrar actividades on-digital y off-digital, así como diferentes participantes privados, públicos o autómatas (como los dispositivos inteligentes), mediante protocolos, redes y aplicativos que permitan estructurar dichas cadenas de servicio.
Este es posiblemente el reto mayor para la banca en los años siguientes, entender cómo la sociedad está cambiando y acompañar dicho cambio con productos que se integren a esas nuevas formas, no sólo mediante funcionalidad que añade valor, pero también con la ubicuidad que no genere fricción, sino por el contrario se convierta en un acelerador de la creación y transferencia del valor generado por los ciudadanos.
Finalmente también los estados y reguladores financieros deberán contribuir creando marcos normativos y prácticas que permitan desarrollar estas nuevas maneras de crear y compartir el valor más allá del dinero, sin que se produzcan contingencias perjudiciales a la sociedad.
Xavier Gutierrez