La vida es sueño y los sueños…son ficción
Prefacio
Tengo la suerte de recordar muchos de mis sueños cuando despierto, al menos durante unos segundos hasta que las imágenes se desvanecen. Esta circunstancia, el hecho de poder repasar durante esos breves instantes el contenido del sueño que acabo de tener, me ha permitido disfrutar, sorprenderme, asustarme, y, también, haciendo un ejercicio de ingeniería inversa, tratar de inferir cómo el sueño ha sido construido por mi mente. Lo que presento a continuación es el mejor modelo casero que he encontrado para describir ese proceso de construcción.
Empezamos por la conclusión..
Usando términos de la cultura popular, el sueño se puede explicar como un espectáculo tipo impro, altamente personalizado, y enchufado en nuestra mente al estilo de Matrix.
Y ahora analizamos cómo se llega a ella…
De la misma manera que Netflix crea series y películas de ficción con un equipo de guionistas, directores, diseñadores, actores, etc., nuestra mente crea los sueños como ficciones que consumimos en el propio momento de su creación, como funciones de un espectáculo que se representan ante nosotros cada noche, en varios pases. Esta analogía del sueño como “ficción producida” nos permite identificar tres roles principales que participan en tal producción, al estilo de un espectáculo de “impro”. Trabajan en cadena en el siguiente orden:
1. El Lanzador. Este rol se decida a hurgar en un armario sin fondo de contenidos en bruto, escoger lo que le parece y “lanzarlo” a su compañero El Montador. Genera la materia prima del sueño. Sus fuentes son muy variadas: lo que hemos visto y oído durante el día (escenas, personas, libros, películas, música,…), cualquier otro recuerdo previo almacenado en nuestro cerebro, estímulos del entorno que aún percibimos mientras estamos dormidos (luces, ruidos). Todo eso está a su alcance en el interior del armario. Si bien es posible que él tenga un criterio propio para escoger una cosa u otra (nunca le hemos podido preguntar), hay que señalar que, desde fuera, su selección parece completamente aleatoria.
2. El Guionista. El rol más complicado. Con lo que le llega de El Lanzador, sobre la marcha, tiene que conseguir hilar una narrativa más o menos congruente. Al igual que en los espectáculos de impro, ha de aceptar todo lo que le viene de su compañero, sin cuestionarlo, y construir a partir de ahí. La intención de El Guionista es siempre montar un relato siguiendo las reglas de la ficción — y hasta a veces tratar de ceñirse a un “género” como la pesadilla, el thriller o el drama — pero lo tiene tan difícil que casi nunca lo consigue y acaba transgrediendo las reglas. De esta manera no puede evitar caer en la incoherencia (errores de guion y de continuidad), la metamorfosis (personajes o lugares de repente se transforman en otros), la irracionalidad o el absurdo. Aunque él está muy satisfecho de su trabajo y hasta ufano por conocer que hay imitadores de su estilo (los surrealistas), lo cierto es que agradece cuando El Lanzador se toma un descanso y le deja un rato tranquilo, sin enviarle nada, porque ese tiempo le permite construir mejor su relato y desarrollar una ficción más consistente. ¡Ah, y también se encarga de escribir todas las líneas de diálogo de los personajes!
3. El Decorador. Es el que da detalle y formato “multimedia” al trabajo de El Guionista: define los escenarios, la iluminación, los planos, la música, el vestuario de los personajes y su maquillaje, el tono de su voz,… De esta manera, proporciona riqueza y vividez al sueño, le da el “acabado” necesario para consumirlo. Cuando tiene un día inspirado, consigue una resolución más alta que una TV de 8K o te mete una banda sonora digna de Hans Zimmer. Otras veces, en cambio, tira de brocha gorda o sale del paso con una técnica más “impresionista”.
Estos tres roles trabajan sin descanso, en cadena pero simultáneamente. Tienen que entregar un resultado en tiempo real, sin posibilidad de “edición” o “post-producción”. Se les suele acusar de torpes o descuidados, pero ellos hacen lo que pueden. Además, sus “funciones teatrales” son pesadas, más de 6 horas seguidas cada noche, de lunes a domingo, y a veces horas extra después de comer. Para colmo, no están bien remunerados ni reconocidos. Saben que sus obras son muchas veces ignoradas y casi siempre olvidadas. Así que es comprensible que se limiten a salir del paso y no estén excesivamente preocupados por la calidad. Tampoco ignoran que la suscripción a su Netflix particular está garantizada de por vida, por lo que carecen de los acicates de un mercado libre de oferta y demanda.
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Ahora bien, ¿quién es el “suscriptor”? ¿Quién consume el resultado de su trabajo? Aquí entra en juego el cuarto rol:
4. El Espectador en Primera Persona. Lo podemos imaginar, como en Matrix, como una persona inconsciente en una cápsula, con un cable enchufado a su cerebro por el que le llega la ficción producida en tiempo real por los tres roles previos. Esta ficción se proyecta en su mente de manera que la “vive” en primera persona. Ahora bien, aquí podría surgir una pregunta: ¿es éste un consumo meramente pasivo, como el que hacemos de una película corriente? La respuesta es que no, gracias a una puerta trasera en el armario sin fondo de El Lanzador. Resulta que El Lanzador tiene también acceso a los pensamientos o reacciones de El Espectador hacia lo que va presenciando, y los puede incorporar de vuelta a la ficción. Así se cierra el círculo. Por otro lado, como en la ficción de verdad, el Espectador se presta a la “suspensión de la incredulidad”, aceptando el sueño como realidad, aunque no deja de notar y a veces preguntarse por las incongruencias que encuentra en el relato.
En cuanto al desempeño de este cuarto rol, El Espectador, también deja mucho que desear: a pesar de tener siempre el cable enchufado y la proyección en marcha, a veces está completamente distraído y ausente y no se entera de la obra, y otras veces la sigue pero se olvida de ella a los pocos segundos. Y eso que la producción es solo para él, y que los productores se empeñan en llenar el espectáculo de infinidad de elementos personales (incluidas escenas de sexo “privadas”), como guiños para captar su atención.
En definitiva, al igual que los equipos de Netflix, HBO o Disney crean contenidos de ficción para nuestro consumo, cada uno de nosotros tenemos dentro de la mente un equipo de “esclavos” que hacen lo mismo, sin pausa, cada uno de los días de nuestra vida:
Los sueños son espectáculos que tienen miles de representaciones, cada una diferente a la anterior. Con esta profusión, es lógico que casi siempre se mantengan en el nivel de la irrelevancia. Sin embargo, excepcionalmente, hay noches inspiradas (quizá porque suena la flauta) que consiguen un éxito rotundo de crítica y público, dejando en nosotros una memoria persistente.
Epílogo:
Son ya unas cuantas las veces que me he despertado de una pesadilla y, tras los segundos iniciales de alivio (“Uff, menos mal que esto no era real”), enseguida he pasado a la fascinación por la calidad y la complejidad de la ficción vivida (“¡Buah, qué pasada! De este material se podría sacar una película de terror tan buena como The Ring, La Profecía o Hereditary”).
Algunas preguntas sin respuesta sobre este modelo casero:
Algunas preguntas sin respuesta sobre la explotación de los sueños como ficción:
Innovation Delivery Manager
5 meses¿Por qué recordamos unos sueños y no otros, y cómo nos afecta? https://www.eldiario.es/era/recordamos-suenos-no-afecta_1_11540977.html
General Manager at CESVIMAP (MAPFRE Open Innovation)
8 meses"La obra que producen es absolutamente personalizada, con piezas de contenido únicas y exclusivas para nosotros, cosas que nadie más conoce y que ningún guionista externo podría incorporar." Brillante, Dani. Y todo eso para un contenido tan efímero (en general) como estimulante