Las doce leyes del Karma y el trauma 2 parte
La segunda ley es la ley de la creación. Ella nos habla acerca de que la vida no sucede por sí misma: necesitamos hacer que suceda. En la asistencia del Trauma es frecuente que veamos con nuestros propios ojos que suele haber más problemas por “no hacer” que por “hacer”, concepto que tiene un valor más crucial aun cuando se asiste a un grave traumatizado. En esas circunstancias, dentro de un espacio y tiempo minimizados, nuestras decisiones primero y nuestras acciones después pueden definir en buena parte el destino de ese paciente. En esos momentos álgidos no se debe pensar en el potencial lado negativo de los hechos, que exista una lesión irreparable o que el pronóstico ya sea ominoso o irreversible. En esas instancias se debe pensar en la potencial cara positiva de la situación: en todo lo que nosotros podamos hacer para revertir un curso que pudiera ser mortal para esa persona.
Solo nosotros podemos actuar en un intento de modificar las consecuencias más graves del Trauma. Y en ese terreno hostil y vertiginoso a veces la terapéutica de necesidad debe anteceder a un diagnóstico más preciso porque el tiempo apremia. Como un escudo que siempre llevamos para proteger al paciente, aparecen respuestas automatizadas y veloces que responden a un bajo umbral para realizar procedimientos invasivos en circunstancias críticas: una intubación orotraqueal, un drenaje pleural, una toracotomía de reanimación, una laparotomía de emergencia….Y cuando hay un poco más de tiempo disponible, ese pensamiento no cambia y buscamos afinar el diagnostico con el uso liberal de la tomografía, el método complementario madre, para detectar más precozmente a todos los peligros que amenazan al traumatizado.
Piense fatalmente acerca de ese traumatizado que acaba de ingresar, piense que está sangrando o en estado de shock hasta que se demuestre lo contrario, y luego si es posible descienda a situaciones de menor gravedad. Ese pensamiento inicial, en el momento del choque entre el herido y nosotros, nos pondrá a resguardo de sorpresas desfavorables o de decisiones tardías que perjudiquen aún más al traumatizado. Nada debe sorprender al médico que asiste a un herido de esta naturaleza.
Tome acción. Solo con nuestra participación activa las oportunidades de sobrevida aparecerán. Pero esas oportunidades solo favorecerán a quienes estén preparados para actuar.
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es la de la humildad y nos lleva a entender que uno debe aceptar algo para poder cambiarlo. De nuevo, este postulado no se agota en cuestiones meramente técnicas que podemos analizar de los hechos, ya sea apenas sucedidos con un debriefing (análisis agudo) o bien tiempo después con un ateneo de morbimortalidad o de fallas y errores (análisis subagudo). Nosotros podemos analizar en ese terreno que quizás no estuviéramos en lo correcto y que en realidad era nuestro compañero quien tenía la razón. Una autocrítica saludable y un debate respetuoso son las acciones iniciales e imprescindibles para tomar ese camino. Y de pronto uno advierte el sentimiento que emerge por detrás de ese cambio: los egos de antes dan paso a la satisfacción fresca de formar parte de un equipo, a la alegría silenciosa de ser un integrante más de ese equipo que le resuelve problemas a los pacientes. A cualquier hora, de cualquier modo, hablando con los compañeros con los que hubiera que hablar, fundiéndonos por completo con los demás para una asistencia integral del paciente, la cual va desde empujar su camilla hasta realizarle maniobras quirúrgicas complejas durante una operación.
Cuando acepto que todos los que me rodean son importantes y merecen respeto, cuando entiendo que no soy mejor que nadie y puedo aprender de todos, puedo cambiar y mejorar.
Luego, solo el cambio de todos puede modificar nuestro ambiente, ese mismo que siempre anhelamos modificar para bien.