Las nuevas huellas digitales: y ahora, ¿qué hacemos?
Mi silencio ha sido largo.
Y no solo aquí, también en el resto de mis redes sociales.
Algo ocurrió –y lo agradezco–, que perdí el impulso. Luego de muchos años de ser una asidua usuaria, de pronto simplemente no encuentro el sentido a publicar ahí mis pensamientos, mis ideas, mis recuerdos ni mis experiencias. De hecho, estuve pensando en cerrarlas, pero no lo hice. Me di cuenta que son una suerte de diario, de álbum de fotos familiar, de cuadernillo de bocetos literarios, de podcast personal para tratar de hablarle al mundo, de aparador profesional, de guardián de relaciones lejanas. He puesto tanto de valor ahí archivado...
Luego, vi el comercial que te comparto aquí y me aterré. No es que nunca me hubieran advertido de este riesgo, no es que lo ignorara por completo, es que, en la efervescencia de la primera década de los 2000, cuando mi generación descubrió Facebook, fui de las que se volvió adicta a las redes sociales. Les encontré un enorme valor que pesaba mucho más que los riesgos que alcanzaba a vislumbrar: de verdad me hacían sentir más conectada, menos sola en una época de mi vida en donde tenía esa necesidad.
Junto con millones de personas se me fue volviendo parte cotidiana de la vida: me maravillé de reencontrarme con los compañeros de la escuela de mi infancia; se volvieron un medio para mantener el contacto con la familia y, claro, compartirles algo de mi vida a la distancia. Pude guardar ordenadamente las fotos de mis hijos en las vacaciones, en los cumpleaños, las fotos de paisajes que quería conservar o compartir y hasta las fotos de esa comida del fin de semana que me encantó. Como muchos de nosotros, ¿no? De hecho, me parecía incomprensible que hubiera personas que no tenían redes sociales. De verdad me intrigaban.
Hoy, después de reflexionar con más conciencia y con más información y, sobre todo, ahora que con la llegada de la Inteligencia Artificial las amenazas del mal uso de nuestra información se han vuelto realidades innegables con el uso no autorizado de nuestras fotos, de nuestras voces, de esas nuevas huellas digitales que hemos ido alimentando a lo largo de veinte años; ahora que, además, sé que ya no hay forma de borrar esa huella digital, tengo muchos sentimientos encontrados.
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Por un lado, sé que puedo parar en cualquier momento, aunque sea para dejar de ampliar esa huella digital; la mía, pero sobre todo la de mis hijos (aunque hoy día ellos también hacen lo propio). Por otro, también reconozco que mis redes sociales se han vuelto una herramienta indispensable en el trabajo, y que no estoy en el momento de abandonarlas por completo. Me siento vulnerable si las sigo usando, pero también si dejo de hacerlo y "me borro" del universo digital, en el que vive mi aparador profesional.
No cabe duda que nuestra realidad es compleja y se va a ir complejizando más conforme la tecnología siga avanzando. El paso se ha acelerado, y si nos tomó viente años ver con claridad las consecuencias de utilizar las redes sociales de la forma en que lo hemos hecho, con las nuevas tecnologías que utilizan la IA, los tiempos se acortarán y veremos las consecuencias mucho más pronto. De manera que es tiempo de revisar nuestros hábitos y ser más conscientes de los riesgos, porque son muchos y son reales.
Y aquí estoy, retomando las palabras, aquí sigo. Pero me dispongo a hacerlo de otra manera, y me dispongo también a comenzar a reparar el daño de las últimas dos décadas.
Video sobre la huella digital de nuestros hijos, que hemos dejado voluntariamente en manos de quien quiera tomarla: aquí.
No te pierdas el episodio "Sharenting: en qué pensar antes de compartir fotos de nuestras hijas y de nuestros hijos", de El café de la mañana, publicado en Spotify el 4 de agosto de 2023, en donde hablan ampliamente de este tema y cómo podemos reparar el daño y cambiar el rumbo, aquí.