¿Las oficinas compartidas son para todos?

Hace algunos meses un director decidió que los lugares de trabajo debían ser generales, nadie debía tener una oficina, sus documentos necesitaban escanearse y acabar con el papel.  Junto con la estrategia vinieron otras como el aumento de la seguridad, se prohibió el uso de USBs y llevar adornos y objetos personales a la oficina.

Al principio sonaba moderno, ágil y democrático, el tema se convirtió en personal cuando los colaboradores sintieron que ya no había ninguna expresión personal tangible en su lugar de trabajo. Causaba molestia que alguien pusiera una foto en su lugar, un recuerdo decorativo o dejara un paraguas por si llovía. Aunque habían aumentado las interacciones en las mesas comunes, la realidad es que el entorno se había vuelto impersonal, algunos se colocaban sus audífonos y se perdían en la pantalla de su laptop hasta la hora de la salida. 

¿Cómo crear un mayor sentido de pertenencia?   No me refiero a objetos personales en el trabajo, los lugares compartidos necesitan generar mayor colaboración y creatividad para cumplir con su propósito: reducir barreras administrativas y fomentar la sinergia.  Por otro lado, si los procesos son básicamente individuales y requieren una alta concentración, un entorno compartido invita a constantes distracciones afectando la calidad del trabajo y la pérdida de enfoque en proyectos individuales y si la persona tiende a dispersarse le puede ser muy difícil trabajar.

Culturalmente hablando las oficinas compartidas deben ir acompañadas de soporte social, innovación y resultados colectivos para lograr un entorno que favorezca el sentido de comunidad, normas de sana convivencia que reduzcan el estrés, espacios para la interacción informal y actividades frecuentes de comunicación y participación, pero no son para todo tipo de trabajo.  ¿Te han funcionado las oficinas de espacios compartidos?

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