Las redes sociales no son un espacio público, la censura es una realidad.
Cualquier escándalo que involucre la libertad de expresión y el humor sarcástico genera muchísimo debate. ¿Qué tan libres somos de decir lo que queramos en Internet?
Logan Paul y PewDiePie son youtubers que han desatado una serie de escándalos que, a su vez, llevaron a YouTube a tomar medidas que han sido sumamente criticadas. Claro que cualquier escándalo que involucre la libertad de expresión y el humor sarcástico genera muchísimo debate; pero por el bien de una solución objetiva, es importante analizar y comprender el lugar desde el que estos mensajes se difunden; YouTube nos queda corto para un análisis tan complejo, así que hablemos del Internet.
El verdadero problema es que el espacio público en Internet no es público ni es un espacio, y ni los usuarios, ni legisladores, ni las empresas son conscientes de esto. En Internet conoces a mucha gente, tienes conversaciones con extraños y terminas en lugares a los que parece que cualquiera puede tener acceso. Por tanto es comprensible pensar en Internet como un lugar público. ¿Pero es así?, ¿Internet es un lugar público? Antes de hablar sobre lo público, primero debemos hablar sobre la ubicación.
Cuando piensas en el Internet lo concibes como un conjunto de ubicaciones recorridas. Y claro, tiene sentido ya que lo que está en la parte superior de su navegador se llama barra de ubicación. Ahí ingresas direcciones y te redirige a sitios web. Pero incluso si vas a Instagram, que está en California, sus servidores funcionan con la nube privada de Amazon que está en Virginia, y el contenido al que sirven está dondequiera que la gente lo esté mirando, en todo el mundo. ¿Y qué tal un sitio web más pequeño, como lowpoint.com? Se trata de una disquera independiente que está en Londres, pero su sitio web está en Bandcamp, que se encuentra en San Francisco, Montreal, Los Ángeles, el noroeste del Pacífico, Carolina, Pittsburg, Vermont, las Islas Británicas y Berlín. Aunque son una empresa de California. ¡Es complicado!
Ir a esos sitios de Internet es diferente a ir a los espacios físicos. Podemos estar en más de un lugar al mismo tiempo, movernos entre ellos sin esfuerzo. Pero vamos a ser explícitos: el Internet no es una ubicación, es un conjunto de operaciones tecnológicas de las cuales surgen servicios, productos e incluso paisajes que realmente se ven como lugares reales —como en los videojuegos. Por lo tanto, es tentador y fácil pensar en ti mismo como si “estuvieras” en Instagram, Facebook o Lowpoint, participando o actuando como si fuera una sucursal bancaria, una biblioteca o el supermercado. Pero si Internet funciona como un lugar —aunque no lo sea—, ¿qué tipo de lugar es? ¿Uno público?
Muchos servicios de Internet, especialmente las redes sociales, son espacios sociales o espacios de reunión; pero no son públicos, no están vacíos ni son propiedad de la comunidad o del gobierno. Una gran mayoría son de propiedad privada. En la medida en que los sitios web y las aplicaciones son espacios privados, existen requisitos para el acceso y, a menudo, están restringidos por todo tipo de razones. Dichas características son el opuesto exacto y categórico del espacio público; pero —y esto es un gran pero— a mediados o finales del siglo XX hubo una especie de reconocimiento de que los ciudadanos, especialmente en Occidente, se volvieron más privados y no usaban los espacios públicos físicos como solían hacerlo para reunirse y conocer a otros ciudadanos. Como resultado, una línea de pensamiento decía que la democracia en realidad había sufrido. La culpable solía ser la ahora moribunda televisión. El no reunirse en público para debatir, demostrar y defender ideas significaba que la dinámica cívica de la sociedad sería distante e “inhumana”. Podría decirse que Internet, entre otras cosas, cambió eso, reintrodujo la discusión pública entre la sociedad.
Sin embargo, Internet aún tiene mucho que mejorar para convertirse en un espacio para debatir puntos sensibles. El análogo físico más cercano que tenemos para esta tensión de espacio público-privado es el centro comercial. Con el crecimiento de la cultura consumista y el automóvil, el centro comercial reemplazó la plaza de la ciudad de alguna manera. Se convirtió en un centro social, comercial y comunitario, excepto que los centros comerciales son propiedad de compañías privadas, lo que genera cierta rareza.
En 1968, un pequeño grupo de personas repartía boletines protestando por la Guerra de Vietnam en el Lloyd Center en Portland, Oregon. El centro comercial obligó al grupo a abandonar las instalaciones, y el grupo presentó una demanda diciendo que su derecho a la libertad de expresión había sido violado. El Tribunal Supremo determinó que, dado que el centro comercial era de propiedad privada y no se impidió que el grupo distribuyera sus boletines en terrenos públicos cercanos, no se violaron en realidad los derechos. Y nuevamente en 1980, una situación similar —pero más compleja— surgió en California. Un pequeño grupo recolectó firmas para una petición y se le pidió abandonar el Centro Pruneyard. El grupo entabló una demanda, la Corte Suprema falló esta vez a favor de los peticionarios y no del centro comercial, debido a que la Constitución de California afirma específicamente el derecho a la libertad de expresión; lo que significa que bajo la Primera Enmienda federal no hay derecho implícito a la libertad de expresión en un centro comercial privado. Pero según la ley de California específicamente, a veces la hay, incluso en lugares privados.
Estos hechos son importantes por dos razones. La primera es que los centros comerciales han pavimentado el camino para la forma en que tratamos la libertad de expresión en línea. Sólo para nombrar un caso entre muchos, en 2006 el Tribunal de Delaware de los Estados Unidos dictaminó que Google, como entidad privada y actor no estatal, no está obligada a publicar anuncios presentados por clientes, y que al negarse a hacerlo no infringen ningún derecho. Y nuevamente, dichos ejemplos son importantes porque los casos presentados en EEUU en gran medida influyen al desarrollo de las normativas legales en el resto del mundo.
Pero decir lo que sea, siempre y cuando sea legal, no es como funciona la sociedad en espacios públicos. En una plaza serías víctima de miradas incómodas, de gente agrediéndote o incluso de una llamada de atención de la policía si estuvieras diciendo cosas obscenas o que molesten al resto de los ciudadanos presentes. El trabajo que involucra el entendimiento de la libertad de expresión en el Internet debe ser tratado con mucho cuidado, y con una metodología racional y práctica, en términos que todos puedan entender para que podamos llegar a tener un ecosistema libre, pero seguro, entretenido pero retador. Tenemos grandes ejemplos de países que han optado por la censura y la represión de esta maravillosa invención, y lo más probable es que —como todo grupo de personas que evade la tecnología o revoluciones globales— esto tenga un importante impacto negativo en dichas sociedades.
Este análisis del ecosistema del internet es un simple trabajo de conceptualización para poder comprender el mundo en el que viven los términos de los que hablamos. Las palabras son engañosas cuando no sabemos perfectamente a qué se refieres, esta información es fundamental para que exista un debate informado.