Legado
Cuando hablamos sobre la muerte en la mayoría de las ocasiones se plantea el dilema de la aceptación, y al instante en que eso ocurre surgen en el común de los casos dos pensamientos relacionados al tiempo que vivimos; el presente en el que nos encontramos y cómo disfrutarlo, y lo que dejamos en esta vida.
Con respecto al presente, espontáneamente fluyen frases como:
- Hay que disfrutar más…
- El momento de vivir es este.
- Todo termina al fin y al cabo…
Estas frases inspiradoras invitan a ser feliz en la finitud de nuestra existencia, no importa con qué y para qué, la motivación es el disfrute de este momento y ahora.
Por otro lado, las referidas al pasado, directamente relacionado con lo que dejamos, tiene más que ver con aquello que no nos vamos a llevar; material, afectos, familiares, etc. Nos preocupa enormemente no haber remediado el pasado de algún modo.
Si nuestra mirada se dirige al futuro, surgen pocas cosas. Aquellas que no hemos resuelto o nos quedan por resolver, lo relacionado a nuestros familiares más cercanos, o bien aquellos planes que no hemos podido concretar.
Sin embargo, pocas veces nos planteamos aquello que podemos dejar. Nuestro legado. Ese futuro donde inspiramos a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros colegas, empleados, asistentes, allegados, etc.
¿Qué dejamos?
El valor de nuestro paso por esta vida estará dado por lo que dejaremos en ella, nuestra obra. Somos hijos, somos esposos, somos padres, somos empleados o empleadores, tenemos distintos roles, y en cada uno deberíamos asegurarnos dejar una huella.
En relación a nuestra línea de vida la primera pregunta que surge es ¿qué dejamos como hijos?
No todos tienen la oportunidad de contar con sus padres acompañándolos hasta una edad madura, sin embargo, existe ese tiempo en que la adolescencia y madurez, al ir encausando nuestra vida nos aleja de esa relación tan cercana e íntima que mantuvimos durante la niñez. Nos olvidamos de los viejos con la misma facilidad con que encaramos nuestros problemas a medidas que van fluyendo en nuestra vida diaria, centrándonos en ellos y nuestro alrededor. Al ser viejos nos olvidamos de lo que dieron por nosotros, qué hicimos juntos, lo compartido, y a veces, injustamente, creemos que aquello que hemos alcanzado no ha sido por mérito de ellos.
Nuestros viejos, son el reflejo de lo que somos. Si no nos gusta lo que vemos, deberíamos detenernos más tiempo en el espejo. Tenemos que estar seguros de dejar en nuestros padres un legado, que el orgullo de ellos al irse no sea de un hijo arquitecto, abogado, artista, economista, etc. Sino más bien un hijo piadoso, amable, amado y que les devolvió en la mayor medida posible el amor recibido. Y si así no fuera ese será el legado, dejarles más amor del que recibimos.
El segundo legado comparte la verticalidad de la sangre. Nuestra esposa e hijos. ¿Qué les dejamos a nuestra familia?
Muchos de mis colegas y amigos cuando conversamos sobre los hijos y sus planes a futuro enmarcan en una verdadera planificación de vida la importancia de un buen colegio, idiomas, acceso a la tecnología, conocer el mundo, y también el acceso a todo lo que el mundo provee. No es barato criar a un hijo, sobre todo con lo que cotidianamente el mercado ofrece y exige. Sin embargo, es muy barato hacerlo feliz. Estar con ellos, compartir. ¿Estamos dejando este legado? O estamos pendiente de nuestras profesiones para conquistar más bienes que pensamos los hacen felices.
En un mundo egoísta y materialista, donde el consumo pondera comportamientos individualistas y exitistas, estamos sumando a esta ecuación o nos estamos ocupando de que crezcan felices, contentos y que sea el amor lo que los rodea. Si no puedo dejar un legado claro, es preciso que concentre en la idea que el ejemplo será mi legado. Todo lo que ellos vean será replicado, es natural. Nuestro legado entonces puede ser el amor conque diariamente mostremos y demostremos a nuestra familia, pero también sobre todo aquello que ellos perciban que hacemos por cada uno.
El otro sector importante de nuestra vida es el laboral y social, podrían no ir de la mano pero no hay nada más que los separe, simplemente el fin de cada ámbito donde nos movamos. A lo fines personales y de dejar un legado son exactamente lo mismo.
¿Es posible dejar un legado en nuestros amigos, empleados y jefes?
Y sí, el de amor a los demás, a nuestro trabajo y nuestro entorno, conviviendo con todos en un marco de paz y alegría. Esa que nos da la vida. Donde la importancia que nos una sean los afectos, no los intereses de las relaciones y sus influencias, o el servicio de una contraprestación fortuita.
Cuando vivimos con los principios del amor, también estamos animando a quienes nos rodean a pensar distinto, a que lo hagan. En otras palabras, cuando verdaderamente amamos a los demás sin poner condiciones, sin ataduras, los ayudamos a sentirse seguros, a salvo, validados y afirmados en su mérito esencial, en su identidad e integridad.
En mis quehaceres cotidianos, simplemente con la admiración por demostrar con qué amor realicé mi trabajo, contuve a todos los que me rodean y también a aquellos con los que me relacioné de algún u otro modo, comercial o laboralmente, que no hayan sido un peldaño en mi carrera, sino más bien la baranda de apoyo y acompañamiento para poder desarrollar una profesión o una actividad de manera plena.
Ser profesional implica primero recibirse de persona y en esta maratón de desarrollo de cualidades y virtudes tenemos que hacernos el tiempo y el entrenamiento necesario para llevarlo a cabo, creciendo y desarrollando interiormente las que me elevan como persona, elevando mi espíritu de manera tal que el legado que deje sea un nombre y apellido, que al ser pronunciado refleje una sonrisa en el otro, un buen recuerdo, una experiencia, una ayuda, una oportunidad.
Morir implica que en el futuro podremos seguir viviendo, en la obra que dejemos, en la memoria que alimentemos, en el corazón que sembremos. Hay futuro en la muerte, dependiendo del legado nuestro.