LIBRO II - Fascículo - 5º

LIBRO II - Fascículo - 5º

A orillas del Virú 1450: Caravana comercial los Baños.


Narrador: Tarki ("Hombre muy respetado") 

Organización del comercio en los Baños del Inca.

Llegamos a Cajamarca. En el campamento, Sayri cuidaba las mercancías y las llamas, cuando le explicamos nuestras gestiones, marchó al pueblo para traer a los demás

Kantuta (“Hábil en la caza”) y yo nos dedicamos a acomodar el cargamento sobre las llamas. Al llegar los demás, nos pusimos en marcha, por el camino les explicamos las nuevas posibilidades.

A media tarde nos reunimos nuevamente con Illika

—Venid —nos dijo al vernos— en el poblado, tenemos varias chozas medio derruida y deshabitada, en ella os podéis aposentar, con un poco de limpieza y arreglo. 

Aunque el lugar estaba en mal estado, no nos costó mucho ponerlo con las mínimas condiciones, después de tantos días a la intemperie, casi cualquier cosa era una maravilla. Al lado hicimos fácilmente un corral para las llamas.

Aquella noche, entre conversaciones, nos fuimos durmiendo. Al amanecer llegó Illika, con ella venían otras cuatro mujeres.

—En nuestro poblado —nos comunicó— todos los hombres se dedican a conservar los baños. Hemos decidido ser las mujeres las encargadas de vuestro negocio, por ahora, únicamente somos nosotras.

No me extrañó esa reacción, en nuestra Aldea son las mujeres quienes organizan, ¡pero eran muy pocas! 

Nadie más parecía querer colaborar, solo aquellas cinco mujeres, yo había pensado en mucha más gente. La primera tarea sería seleccionar las pieles, para quitarles la lana. Luego las mujeres aprenderían el modo de salar los peces y la carne.

Illika nos llevó a dos o tres kilómetros del poblado, a la Cueva de los Animales, una caverna profunda, allá arrojaban los animales muertos y dejaban abandonadas las pieles. 

Al llegar, nos abofeteó un olor nauseabundo —insoportable— de tantos animales en descomposición. Mi primera reacción fue alejarme, sin embargo, encendieron una gran hoguera en la puerta, el humo hizo más soportable el mal olor. 

Mis ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la penumbra, a la luz del fuego empezamos a vislumbrar, los montones de cuerpos de llamas, alpacas y vicuñas. El frío había conservado en buen estado a los más recientes, esos a nosotros nos podían ser más útiles. Cuando empezamos a extraer animales muertos de aquella oscuridad. Del fondo de la cueva salieron multitud de murciélagos.

Con cuchillos de bronce conseguimos quitar la lana de los pellejos. Encontramos pieles de más de cien vicuñas, pero también las había de alpacas, llamas y guanacos.


Cuando volvimos al poblado, después de un día de trabajo, en la Cueva de los Animales, nos encontramos con los murmullos de quienes no habían querido ayudarnos. Ya parecía todo encarrilado. Y surgió lo inesperado. No sé si debíamos haberlo previsto, la esposa del Gran Sanador, empezó a crear problemas.

—No está bien dedicaros a ese trabajo —murmuraba la esposa del Gran Sanador— desatendiendo la obligación de cuidar a vuestra familia. ¿Qué pasará si abandonáis a vuestros hijos?

Los comentarios airados fueron creciendo cada vez con más virulencia, y llegué a considerar si no tendríamos un conflicto casi insuperable. Illika fue a casa del Gran Sanador dispuesta a defender su postura. Ella entendía, como su principal trabajo, era cuidar a su familia, pero podía dedicar algún tiempo —cada día— a esa otra ocupación.

El Gran Sanador Yaku (“Cuidador del Agua”) le pidió que le explicara cuál era su propósito:

—Todo el poblado —comenzó Illika con vehemencia— vivimos de los regalos ofrecidos por los visitantes a los baños. En algunas temporadas vienen pocos enfermos, entonces nuestros hijos pasan necesidades. No podemos depender exclusivamente de ese trabajo, y más cuando nos ha surgido la posibilidad de comerciar con lana y sal. Nuestra lana nos la cambian por sal, con ella podremos secar carne y pescado, para comer cuando sea necesario o venderlos en Cajamarca.

— Pero ¿eso exigirá mucho tiempo de trabajo?

—No, cada mujer podrá dedicarse cuando considere oportuno y pueda. No todos los días será necesario. Al final de cada mes, según el tiempo dedicado, recibirá un beneficio de carne y pescado para comerciar con ellos o usarlos en su cocina.

—Bueno —sentenció Yaku, el Gran Sanador, mirando de soslayo a su esposa— Con esas condiciones no veo la dificultad. Podéis empezar: dentro de un año veremos cómo se ha desarrollado la operación.

Cuando Illika nos comunicó la decisión, todas las dificultades se allanaron, y así nuestro negocio tenía futuro. Además, me dijo:

Mi esposo deseaba hablar contigo, te invito a mi choza para comer. 

Yo no tenía ningún inconveniente, y me presenté aquel atardecer en casa de Illika. Me recibió junto con Usuy ("Hombre que trae abundancia"), su esposo. Me habían preparado una comida un tanto especial.

 

—Por favor, Illika —pregunté, al recibirla—¿En qué consiste esa comida?

—Esto es el Chairo. Se elabora con Chuño y Charqui. (Chuño: las papas se congelan por las noches, y se deshidratan al sol durante el día, luego se guardan para usarlas a lo largo del año. Charqui: carne deshidratada de llama o alpaca). Se añaden: arvejas (guisantes), zanahoria, habas, plantas olorosas (hierbabuena, orégano, perejil, comino) y sal. Ya sabes, si te encuentras en los Baños y sientes frío, un Chairo caliente puede ayudarte a entrar en calor.

Illika me ha hablado mucho de vosotros —dijo Usuy— ¿De dónde sois?

—De una aldea a orillas del río Virú, muy cercana del mar.

—¿Está cerca del río Moche?

—Sí, es un río más al sur del Moche, apenas dos días de camino ¿Tú has estado por allá?

—No, solo había oído hablar de esos ríos, cuando estaba en el Cusco. Pero llevo ya varios años en los Baños, y llegáis vosotros proponiendo ese negocio únicamente para mujeres.

—No pretendemos —le respondí, un tanto confuso— un trabajo únicamente para mujeres. En Mayu Kitilli ("Aldea del Río") son ellas quienes ejercen la autoridad. Por eso nos hemos dirigido a ellas.

—Ah, bueno —replicó Usuy— ya me parecía a mi extraño, nosotros también poseemos capacidad para contribuir, todos tenemos faena en los baños, es verdad, solo podríamos dedicarle muy poco tiempo.

—Eso nos dijo Panti, por eso nos dirigimos en primer lugar a tu esposa.

—Yo también estoy de acuerdo —afirmó, mirando con cariño a su esposa— Illika es conocida por su gran capacidad para los trueques. Es intachable, aunque muy trajinante. Todos admiran su sagacidad, especialmente cuando viene la comitiva del Inca. Entonces tiene muchas oportunidades para comerciar, con tanta gente: porteadores, soldados, recaderos y otros acompañantes.


—Viniendo hacia acá —le comenté— nos cruzamos con la caravana del Inca. ¿Cómo fue la visita en esta ocasión?

—Pues, como siempre —contestó— Un gran alboroto. Ahora, vinieron con el Inca, dos de mis antiguos compañeros, uno era Consejero, y el otro Oficial del Ejército. Volvían de guerrear, según costumbre, organizan cada año una acción militar. En ningún momento se me pasó por la cabeza, envidiar nada de esos amigos, menos cuando los veía comportarse tan servilmente delante del Sapa Inca (“Solo Señor”) o Intip Churin (“Hijo del Sol”). Yo aquí soy mucho más libre, sin tantas preocupaciones ni ceremonias.

—Pero ellos viven muy bien —le dije— tienen de todo y en abundancia.

—Pues a pesar de eso, ya te he declarado: yo no envidio su situación. Están llenos de comodidades, no obstante, han de comportarse casi como esclavos del Sapa Inca. Siempre pendientes de agradarlo, de no enfadarlo, y eso a mí no me gusta.

El sol se había ocultado, la hoguera nos calentaba. Platicamos también de mi Aldea, de mi esposa Naira ("Mujer de ojos grandes") y de mis hijos. Otras muchas cosas, podría contar, pues fue muy larga y amena la conversación, se fue terminando cuando ya el cielo estaba lleno de estrellas. Yo me fui a nuestra cabaña. Con estos pensamientos rondando mi cabeza, en algún momento me dormí.

Antes de marcharnos hacia nuestra Aldea, hable con Sayri

—Alguien ha de quedarse en estos Baños, para encargarse de enseñar la técnica, de secado con sal, y de eso tú eres quien mejor lo puede hacer. También debe ir adquiriendo lana, mientras nosotros volvemos a nuestra Aldea.

—Bueno, yo me quedo —aceptó Sayri, poniendo condiciones— pero cómo con la próxima caravana no vengan mi mujer y mis hijos, yo no me quedaré acá, ni un día más, me volveré.

Estuve de acuerdo, pues esa condición me pareció lógica. Y cómo teníamos lana suficiente, había llegado el momento de regresar, nos pusimos en marcha hacia nuestra Aldea.

Habían pasado siete Plenilunios cuando —por fin— llegamos a las Cascadas y todos aceleramos el paso para abrazar a nuestras familias.

Durante muchos días los pusimos al corriente de nuestras aventuras. Afirmamos convencidos:

—La Mama-coya tenía razón.

Se sucedieron las caravanas a Cajamarca. Debo decir que la esposa de Sayri marchó al encuentro de su esposo. Durante bastantes años, fueron los eficaces organizadores de aquellas misiones comerciales.

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