Libro I - 6ª Entrega.
Ciudad de los Reyes Magos de Oriente - 1560
Narradora: Angélica Sulata
Más recuerdos de mi madre la Mama-coya Wayamara.
Una mañana más, nos reunimos a orillas del Rímac, y seguimos escuchando a la Mama-coya Wayamara.
Siendo Sisa (“Quien siempre vuelve a la vida”) nuestra Mama-coya, llegaron a la Aldea los ejércitos incaicos. Vinieron del sur, junto al Lago Titicaca, fundaron un reino en el Cusco y nos trajeron su religión, sus conocimientos astronómicos, el calendario, su organización social, su idioma y ... Su crueldad.
En una de sus incursiones en nuestra Aldea, raptaron a tres jóvenes para convertirlas en Vírgenes del Sol, Acllas (“Escogidas”) eran Kori (“Mujer de gran sensatez”), Kurmi ("Brillante Arco Iris") y Ururi ("Lucero de la mañana").
Detrás de la comitiva salió un grupo de nuestra Aldea para liberarlas, pero fue imposible acercarse a ellas y las otras jóvenes, durante la marcha por Qhapaq Nan (“Camino del Inca”).
Al llegar al río Santa, le fue imposible cruzar por el puente, al no tener autorización y además estaba muy crecida la corriente. Se dirigieron río arriba, buscando un lugar donde fuera posible cruzarlo. Los pájaros se asustaban al verlos. Remontaban el vuelo por encima de sus cabezas, se alejaban en cualquier dirección con sus trinos.
Al fin hicieron un puente, aprovechando un gran árbol arrastrado por el agua, y parado por algunos matorrales y totoras. Aunque fue peligroso, lo consiguieron.
Llegaron al Tambo Huacho y después de interminables jornadas, de fatigoso caminar, a veces con hambre y otras con sed, un día, a la caída de la tarde, coronaron una loma desde donde otearon el Pucahuasi (“Tambo Colorado”) a orillas del río Pisco, era una ciudad inmensa.
Encontraron varios recintos, servían de alojamiento a los funcionarios, a sus Chasquis y para un pequeño ejército. También vieron grandes almacenes y depósitos. Alrededor de una gran plaza destacaba: el Templo del Sol, la Casa de las Vírgenes y el Palacio-Mansión de la autoridad máxima y donde se hospedaría el Khapaq Inka (“Solo Señor”) si viajaba alguna vez por esta zona.
Una de las cosas más notables de la estancia en aquel lugar fue el cambio de vestuario. Les repartieron Punchu (“Ponchos”), Chullo (“Gorro con orejera”) y gruesas capas de lana de alpaca:
—Solo con estas ropas —les aseguraron— seréis capaces de soportar el frío de los próximos días.
Al ponerse en marcha una vez más, el paisaje comenzó a cambiar, abandonaron la orilla del mar para internarse en los montes. Dejaron el Camino de la Costa y marcharon hasta llegar al Cusco por la ruta de la Sierra.
Ya en la capital de los incaicos, mientras los libertadores recorrían la ciudad tramando el modo de liberarla, las secuestradas fueron presentadas al Khapaq Inka (“Solo Señor”) o Intip Churin (“Hijo del Sol”). En esa ocasión fue elegida Kori para pasar la noche con Huayna Capac.
Un momento de tensión resuelto de un modo sorprendente. La llegada de la hermana del Khapaq Inka exigiendo su derecho, la liberó de ser violada.
En sus caminatas por el Cusco encontraron numerosas fuentes: el susurro del agua les acompañaba en su deambular por la ciudad. Y la gran sorpresa: la Chinkana ("laberinto"). Túneles por el subsuelo, conectando edificios y creando lugares donde esconderse en caso de peligro.
Al llegar el día del Inti Raymi (“Fiesta del Sol”), se fueron distribuyendo entre los diversos grupos, esperando en silencio el momento de la salida del Inti-Sol, con la ilusión de empezar un año nuevo lleno de beneficios, pues el cielo estaba completamente libre de nubes. Nada podía impedir su majestuoso nacimiento.
Un golpe de suerte hizo posible su rescate. Aprovechando el regreso de la celebración del Inti Raymi, había corrido la chicha y el ambiente se relajó entre los guardianes, pudieron entrar en la Aklla wasi (“Casa de Las Vírgenes del Sol”), donde estaban retenidas.
Las liberaron y emprendieron la huida corriendo hacia el Koricancha ("Templo de Oro"). Después de apenas unos metros por la calle. Como habían previsto y ensayado, se metieron en la Chinkana ("laberinto") y avanzaron los dos kilómetros, por debajo de toda la ciudad, hasta el Templo Fortaleza de Sacsayhuaman ("halcón satisfecho").
Fueron días de preocupación, con la inquietud de ser seguidos por los soldados incas y, por las dificultades, de unos parajes de belleza extraordinaria, pero salvajes.
Se encontraron con los huancas, una de las etnias perseguidas con saña por los incaicos, los recibieron con amabilidad, al saber su situación.
Después de unos días acompañándolos —seguían su mismo camino— se sintieron aceptados.
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Al despedirse uno de ellos, Qhari (“Fuerte y valeroso”) decidió quedarse para matrimoniar con una de ellas, llamada Suyana ("Esperanza").
Les costó asumir sus razones para abandonarles:
—Hemos cumplido la misión —les dijo— las secuestradas estaban libres y ya se dirigen hacia la Aldea en vuestra compañía.
Se despidieron y a los pocos días llegaron hasta la Laguna Conococha, donde nace el Hatun Mayao (“Río Grande”). [Actual: río Santa]. Allá decidieron construir una balsa para navegar por el río, la movilidad sería mucho más fácil y rápida.
Después de meses volvieron a abrazar a sus familiares y amigos.
Si las relaciones de la Aldea con el Imperio Incaico fueron trágicas, estamos a punto de recibir una visita extraordinaria.
Siendo Kori (“Mujer de gran sensatez”) nuestra Mama-coya, los Españoles vinieron de mucho más lejos y también nos trajeron su religión, la rueda, la pólvora, el caballo, su idioma y ... Su crueldad.
El primer contacto con ellos, aconteció durante el viaje de Ayka (“Mujer afable en el trato”) y su familia, hacia el norte, donde estaba la antigua aldea en el Estuario de Virrilá. Allá, mientras danzaban en torno a la Kala-Wanka, se vieron rodeados por un grupo de españoles.
Como no tenían ninguna intención de batallar, pues Francisco Pizarro, su jefe, les había pedido:
—Debéis ser amables con los nativos, así conseguiréis su apoyo. Esa fue la táctica utilizada por Hernán Cortés en México, para derrotar al jefe máximo.
Se presentaron con palabras de paz y el hijo de Ayka, Paku (“Hombre inteligente”) les acompañó de modo voluntario y con deseos de conocer la vida de aquellos visitantes.
El siguiente contacto fue al poco tiempo, en la Aldea del Mar los hombres descubrieron un náufrago, lo encontraron moribundo y tal vez, por sus cuidados volvió a la vida. Lo acogieron y llevaron hasta la Aldea del Virú, pues lo consideraron inofensivo.
Era don Diego de Villamayor, les contó su historia, sus andanzas por Sevilla y la llegada al Nuevo Mundo haciendo de grumete, y cómo cambió su suerte, convirtiéndose en un joven habilidoso, dispuesto a enrolarse en el ejército de don Francisco Pizarro, en su expedición al Perú.
Y acabó integrándose en la Aldea hasta casarse con la futura Mama-coya.
COMENTARIOS TRUJILLANOS
Nada más terminar la lectura comenzó la conversación.
—El otro gran imperio de la época —comentó don Antonio— era llamado el Tahuantinsuyo (“Cuatro Partes”). Se extendió muy rápidamente por medio de la conquista, subyugaron a los Chimús y más al norte atacaron a los Cañaris y estuvieron guerreando con ellos durante años.
—Si los Chimús fueron expansionistas —afirmó con decisión don Luis— quien puede negar ese mismo carácter a los Incaicos, potenciados sobre todo por los Khapaq Inka (“el poderoso inca”): Pachacutec, Yupanqui y Huayna Capac. Dirigiendo inmensos ejércitos de miles de soldados, recorriendo el Capaq Ñan (“Camino de Inca”) en cada temporada de guerra.
—Solo les paró —apunte yo— las selvas por el este y el océano por el oeste. Superaron, por el sur, el desierto de Atacama y por el norte, las etnias los cañaris y los quitos en el actual Ecuador. Si no hubieran llegado los españoles. ¿Hasta dónde se habrían extendido?
Los españoles encontraron un gran imperio, pero con grandes carencias: sin una auténtica escritura, sin un uso productivo de la rueda y tecnológicamente anclados casi en la Edad de Piedra.
Ese material lo dominaban perfectamente como se ve en las edificaciones del Cusco, y en las armas elaboradas con maderas y guijarros atados con cuero. Se encontraba apenas empezando con el trabajo del cobre, aunque dominaban el oro y la plata.
La acción de los españoles, hizo posible el rápido y fácil tránsito del Neolítico, donde prácticamente se hallaban, hasta el Renacimiento en apenas dos generaciones. Esa evolución, conviene no olvidar, lo hicieron los europeos, en un periodo de casi siete mil años.