LIDERES EN EL TABLERO

Semblanzas

¿Un líder nace o se hace? ¿Hay cualidades innatas en el líder o éstas se desarrollan al calor de sus circunstancias personales? El sociólogo alemán Max Wever responde cumplidamente a todas las preguntas sobre el liderazgo, nosotros nos vamos a circunscribir en este artículo a nuestros líderes políticos, a los hombres que hoy concitan el interés de los ciudadanos por su protagonismo en la gestión de los asuntos públicos, nuestros asuntos, hombres que debaten sin togas romanas ni pelucones barrocos y sí con modelos de diseñadores italianos (salvo excepciones) en los hemiciclos de las Cortes generales.

Los grandes líderes del siglo XX, Lenin, Trotsky, Mao, como líderes mundiales y en menor medida De Gaulle, Churchill, Roosebelt, son líderes carismáticos, llegan al poder con una biografía de excelencia personal, son humanistas revolucionarios, héroes de guerra, miembros de la "resistencia", artífices de exitosos planes económicos para paliar los desastres del capitalismo, etc., pero, sobre todo, son visionarios, se adelantan al futuro, se anticipan a lo que ha de llegar. Padecen la historia que les ha tocado vivir y quieren cambiarla marcando la senda por la que ha de transitar esa historia. Aparte de visionarios son constructores, artífices, transformadores de la realidad. (A los líderes responsables de genocidios los excluimos por razones obvias).

Los líderes caseros, nuestros líderes, los que manejan asuntos importantes de nuestras vidas, suelen ser políticos de carrera, han elegido como profesión y modo de vida la política y raramente son independientes, es decir, mantienen un ojo atento (obediente) a las indicaciones más o menos sutiles de los poderes llamados fácticos de los que dependen. Y se ocupan principalmente de los ingresos y gastos del Estado, de los presupuestos, de regular con leyes las necesidades de los administrados, de mejorar las infraestructuras y servicios públicos, etc. Y lo hacen aplicando recetas económicas ya conocidas, vr. gr. política monetaria, política fiscal, incentivos, subvenciones... Dicho con todo respeto, son burócratas de alta gama que operan por lo general en una cómoda inercia de praxis repetidas y validadas (o no) periódicamente por las urnas.

No obstante, hay momentos excepcionales en que un político tiene que lidiar con una situación nueva para él, son demandas populares que amenazan con modificar el status quo político que conoce, la atmósfera en la que se mueve como pez en el agua, acontecimientos que alteran su normal percepción de la realidad objeto de su trabajo. En nuestro país, es el caso del pujante ascenso de los movimientos independentistas.

Ante este giro excepcional de la historia, al político ya no le sirve la rutinaria práctica burocrática, las recetas conocidas y experimentadas, y a veces ni su máximo referente le sirve-- la Constitución vigente-- que como cualquier otro texto legal puede quedar obsoleto frente a lo que desborda sus propósitos fundacionales y la razón de su existencia. La rutina burocrática entonces se inclina -- es necesario, no hay otra solución-- debe dar paso a la llamada "alta política". (La muerte de los textos legales, la muerte por envejecimiento de las Constituciones --por otra parte decesos históricamente muy comunes--, jalonan cambios absolutamente necesarios en una sociedad).

Dependiendo de su ideología, de su cultura y formación intelectual, de su coraje, una situación excepcional como la de nuestro país, puede ser para el profesional de la política un acicate que estimule su imaginación y genio político--si los tuviese--, pero también podría convertirse en una furiosa cruzada personal contra lo que considera un ataque sacrílego a los principios intocables que rigen la vida de su país e incluso su propia vida.

Volviendo a nuestros líderes caseros, pergeñaremos ahora unas breves semblanzas de P. Iglesias, P. Sánchez, P. Casado, A. Rivera y S. Abascal, hombres jóvenes de entre 30 y 50 años, que salvo un inesperado avatar que los saque de la cancha de juego, serán los llamados a protagonizar los importantes cambios territoriales que se avecinan en España.

Iglesias (Pablo): Viene de la Universidad y no ha perdido un aire contracultural que evoca los movimientos vindicativos de los 50´s, 60´s, y 70´s del pasado siglo. Por su actitud ("de la actitud nace el estilo", decía Lindsay Anderson), podríamos inscribirlo en la estética de movimientos culturales significativos del siglo XX, los jóvenes airados, los jóvenes insolentes, que protestaban contra la hipocresía y el anquilosamiento de la sociedad inglesa y que fueron llevado a la escena por dramaturgos como Osborne o Pinter. Este tribuno airado, con un suave aire eslavo y una indumentaria que roza el desaliño, este joven insolente que lanza en sus discursos eslóganes poéticos del Mayo de 68, "Asaltemos los cielos", es quien más se acerca en sus análisis a la realidad de la España actual. Quiere detentar poder para aliviar la precariedad económica de millones de españoles, pero no le dejan. Le vendría bien un convincente asesor de imagen.

Sánchez, (Pedro): Luce palmito como nadie por los pasillos de Bruselas. (Seguramente, haya admirado secretamente el glamour de los Kennedy). Llega de forma inesperada a la presidencia del Gobierno por una exitosa moción de censura fruto de un grave "encontronazo de su rival político con la justicia y de un oportuno aviso que le llega de la izquierda: "Ahora o nunca, Pedro". Admiramos su porte elegante y nos regocijamos con su virginidad intelectual cuando suelta perlas tales como " El problema de Cataluña reside en que la convivencia entre los catalanes está muy enrarecida", o cuando ante la aguda sugerencia de un periodista ruega sin rubor que "le den ideas". Pedro, apodado el guapo, ha pasado de outsider de su partido a miembro obediente de las directrices del poder financiero, de la prensa neo conservadora y de los jefes de la Unión Europea, un club de ricos con sus correspondientes caridades.

Casado, (Pablo): Sangre nueva en la derecha. Recientes y sucesivos reveses electorales han atemperado un poco su virulenta inquina contra la izquierda y los independentismos. De oratoria fluida, torrencial y apasionada, nunca se olvida de señalar a los enemigos tradicionales de la patria que no cesan de maquinar para destruirla: rojos, secesionistas, independentistas... Estamos seguros de que lo hace para asustar a las almas medrosas cuando ya ni los americanos se asustan de los comunistas (?). Le disputan seriamente el liderazgo en el bloque conservador.

Rivera (Albert): Es un catalán de origen charnego (mestizo de catalán puro y otra nacionalidad) que junto con un grupo de intelectuales, algunos provenientes de la izquierda, funda un partido político --Ciudadanos--para combatir el ascenso del independentismo. Nacido en Cataluña, baja a Madrid para hacer carrera y para escapar del asfixiante acoso al que le someten los independentistas radicales. Su estrategia política es clara y decidida: merendarse a sus competidores de la derecha para reinar como líder indiscutible de los conservadores. En sus discursos (más bien diatribas) contra los independentistas le centellean de odio las pupilas. Si fuera juez sería susceptible de recusación por su implicación personal en la causa.

Abascal (Santiago): Es el último en llegar al tablero. Estampa de caballero español, arrogante, circunspecto, de tez pálida y mirada melancólica. Irrumpe como un victorioso jinete enarbolando la bandera de la grandeza española, la grandeza perdida, y por consiguiente su oratoria como tribuno resulta extemporánea y aburrida. Sería conmovedora su añoranza de los tiempos dorados de España si no fuera porque esa España ya no existe. La realidad es que nuestro país es una potencia media sin apenas influencia en el concierto de las naciones, un país conocido mayormente por lo ecos de los olés en las plazas de toros y por el taconeo en los tablaos flamencos. Probablemente, sus propuestas programáticas (anti políticas) se suavizarán con el tiempo ablandado el mismo por la erótica del poder.

El cuadro es desalentador, pero en política todo es posible. En cualquier momento puede saltar una chispa de genio en el tablero.




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