LO QUÉ PASÓ FUE QUE...
¿Te has fijado en lo desagradable que es cuando, en el ámbito laboral, le preguntas a alguien por una tarea, trabajo o acción a la que se había comprometido y responde con la frase "lo que pasó fue que..."? En ese momento ya sabes que, por una causa u otra, la persona falló y que seguramente la culpa sea del "empedrado". Recuerdo cuando trabajé con un equipo a mi cargo y, cada vez que oía esa frase, ya sentía cómo la sangre comenzaba a hervir anticipando la mentira o excusa que estaba por escuchar.
Desde la infancia nos acostumbramos, ya sea por causas personales o culturales, a responsabilizar a otras personas de nuestros fallos, errores, incumplimientos e inacciones. Típico era en el colegio: "es que mi mamá no lo hizo". Y dado que ese comportamiento estaba avalado por el entorno, se ha perpetuado de forma transversal en la sociedad. Incluso es común culpar de todo lo negativo e indeseado al gobierno de turno, mientras nos miramos el ombligo y nos mantenemos sin hacer los cambios o mejoras que pasan por nosotros, avalando comportamientos que luego afuera criticamos.
Ciertamente, dejar de culpar a los demás y asumir el control y la responsabilidad de nuestros actos, omisiones, incumplimientos, errores e inacciones implica energía, compromiso, responsabilidad y actuar en consciencia. Sin embargo, los beneficios que ello otorga son muchos, comenzando por el hecho de que nos posiciona en un lugar de poder desde el cual es posible cambiar.
Clásica es la frase "errar es humano, perdonar es divino", pero al tenor de este artículo, me gustaría una nueva versión: "errar es humano, responsabilizarse es divino". Quien tiene la capacidad y el coraje de reconocer sus desaciertos, repararlos, aprender de ellos y hacerse responsable de lo que le toque, tiene ganado el reconocimiento y el respeto de quienes le rodean, pues esa actitud les hace libres, confiables y merecedores de segundas oportunidades. Se reconoce en ellas la capacidad de integrar la experiencia, aprender de ella y reparar los efectos de su actuar.
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En este sentido, veo cómo la palabra "responsable" es clave en la ecuación, ya que la podemos interpretar como la "habilidad de responder" (en inglés "response-able"), lo que incluye contestar, solucionar, satisfacer y atender. Luego, si alguien de mi equipo, grupo de amistades, trabajo o familia se caracteriza por contar con esta habilidad, será claramente a quien se prefiera al momento de encomendar una tarea.
Por el contrario, aquella persona que tiende a escudarse en situaciones externas, otras personas, el clima, el gobierno de turno o los vaivenes del mercado como razón por la cual incumple sus funciones, roles, tareas o encargos, con el tiempo pierde credibilidad, se ubica en una posición de víctima, perdiendo el poder de elegir y actuar, quedando a merced de los efectos de su entorno sobre ella y su vida. De seguro será la última persona que se escoja al momento de asignar tareas o encomendar alguna gestión.
Consecuentemente, si una persona percibe que cada vez le dan menos responsabilidades, que su trabajo se limita a tomar pedidos, que sus clientes han cambiado de proveedor, que nadie le compra, que su superior le ha relegado a tareas monótonas, que jamás es incluida en grupos organizadores o derechamente siente que nadie le cree, será hora de revisar su lenguaje y lo que ha estado comunicando a los demás, pues es altamente probable que durante años la mayor parte de sus frases hayan comenzado por "lo que pasó fue que...".
Fundador en Hub de Efectividad Organizacional
5 mesesComparto 100% tu mirada, Marisol. incluso en nuestro lenguaje se manifiesta ese rasgo cultural, en frases de "realismo mágico" como: "se cayó el lápiz (¿solo?)", o (mi favorita) "la pelota no quiso entrar (la pelota tiene vida propia y toma decisiones)". Cuando la culpa la tiene el empedrado quedamos liberados de culpa, pero a la vez somos sólo víctimas y no protagonistas.