Lo que debes saber para no sucumbir al Mito del Niño Prodigio

Lo que debes saber para no sucumbir al Mito del Niño Prodigio

Con un título muy similar a ese, Daniel Coyle nos invita en el “Pequeño Libro del Talento” a repensar la idea respecto de la existencia de un “talento innato”. Quienes tenemos la dicha de ser padres de niños pequeños, muchas veces – y sin darnos cuenta necesariamente – celebramos éxitos tempranos de nuestros hijos en distintas materias o actividades. Rápidamente y tal vez empujados por nuestros sentimientos, no solo celebramos sino que también alentamos a nuestros hijos a seguir adelante en aquello que tras una o dos prácticas suponen – a nuestro juicio – una evidente facilidad para realizar un determinado tipo de actividad.

No obstante lo anterior, cuando exponemos esta forma de actuación bienintencionada e inspirada por el amor que como padres tenemos por nuestros hijos, al escrutinio de los resultados que sucesivas investigaciones han obtenido en la materia, nos demuestra que esta creencia es falsa, es más existe una contundente evidencia que nos pone de manifiesto que los éxitos tempranos en alguna práctica o disciplina no tienen capacidad alguna para predecir un éxito a largo plazo (ni la más mínima).

Muchos de los mejores profesionales en los más diversos ámbitos suelen ser pasados por alto al inicio de sus carreras, para luego – tras algunos años de trabajo duro y sistemático – emerger como estrellas. Ejemplos podemos encontrar en cualquier sitio, desde el deporte de alto rendimiento y el clásico ejemplo de Michael Jordan, quién fuera expulsado de su equipo universitario, hasta la alta tecnología e innovación con un Steve Jobes, cuya historia de deserción académica no parecía presagiar su infita capacidad para crear y generar valor.

Carol Dweck en la Universidad de Stanford, pone de manifiesto el impacto inconsciente que tendrían los elogios y atenciones que reciben los niños aventajados en alguna disciplina, quienes “instintivamente” buscarían proteger ese estatus “magico” asumiendo menos riesgos, lo que finalmente generaría un aprendizaje más lento y menos “jugado”, pero al pensar en los adultos en desarrollo ¿ocurre lo mismo?... por desgracia los datos nuevamente muestran que si.

La recomendación final que Daniel Coyle nos propone al respecto es clara y debería aplicarse con matices según la actividad que cada uno de nosotros realiza: “si tienes éxitos precoces, haz todo lo posible por ignorar los elogios y seguir forzandote hasta el límite de tus habilidades, es así como mejorarás”. De inmediato emerge el siguiente cuestionamiento, ¿es entonces necesario dejar de reforzar aquello que tempranamente identificamos como un ejemplo de desempeño sobresaliente?... la respuesta es nuevamente un tajante ¡no!, debemos reforzar – quizás mucho más activamente – el esfuerzo sistemático que los demás realizan, la consistencia y no solamente las competencias ganadas.

Si reforzamos las conductas adecuadas - en el tiempo - seremos capaces de instalar uno de los más potentes activos que un equipo puede llegar a tener; la consistencia, el capital social y una clara validación de aquello que permite maximizar la probabilidad de ver realizado nuestro propósito como organización.

Finalmente y en relación a nuestros hijos y sus éxitos, sean estos tempranos o tardíos, no nos queda alternativa diferente. Reforzar aquello en lo que idealmente ya sean buenos y que les asegure en el largo plazo la determinación que luego les permitirá superar los obstáculos de algún deporte, asignatura o bien – de la vida misma – reforzar su esfuerzo, consistencia, valentía y honestidad. Cualquier semejanza con nuestros equipos de trabajo, (¡no es!) pura coincidencia.

¡Que tengan una excelente semana!

Rodrigo Miguel.-

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