Lo que haces no se llama innovación, se llama vigilancia tecnológica
Es cierto, la mayoría de las veces no hacemos innovación, al menos, no en su sentido más puro y estricto. No somos tan listos como nos creemos y muchas veces, la mayoría de ellas, centramos nuestros esfuerzos en adaptar elementos en los que otros ya han profundizado antes. De hecho, eso no es malo porque así es como se mueve el mundo. Sólo hay que pensar en la rueda para entender que una innovación genera nuevas innovaciones aunque todas las que la hayan sucedido hayan sido menos radicales.
Y como lo anterior tiene sentido, dedicamos un gran esfuerzo en las organizaciones e incluso en el plano individual a entender qué sucede a nuestro alrededor. Es lo que se denomina formalmente como vigilancia tecnológica. Pero, ¿qué es eso de la vigilancia tecnológica? Pues no deja de ser un proceso organizado y permanente, de captar información interna y externa a la organización sobre ciencia y tecnología para, una vez analizada, convertirla en conocimiento para tomar decisiones con menor riesgo y que permitan a la organización poder anticiparse a los cambios.
El problema es convertir ese esfuerzo en el único. Evidentemente, seríamos estúpidos si cada vez que intentáramos resolver un problema, lo hiciéramos obviando todas las experiencias previas, propias y ajenas, personales o empresariales y partiéramos siempre desde el punto de inicio. Lo de tropezar contra la misma piedra es para caerse la primera vez, para no hacerlo la segunda y para impulsarse la tercera. No podemos inventar la rueda cada vez. Somos producto de nuestras experiencias y por ese motivo, la vigilancia tecnológica es imprescindible para entender dónde estamos, por qué estamos ahí y hacia dónde va el mercado. El problema radica en que muchas veces no sabemos hacia dónde queremos ir nosotros, nuestra organización.
Cuando convertimos ese esfuerzo de vigilancia en nuestro único esfuerzo y sólo trabajamos en la línea de adaptar las innovaciones de otros, por ejemplo, nuestra competencia, ¿en qué posición nos estamos situando? Respondiendo a la pregunta, cuando decía adaptar me refería a copiar. Así es, adaptar las innovaciones del mercado nos permite seguir avanzando pero en ningún caso nos sitúa en una posición de liderazgo.
Si piensas en el ciclo de vida de una innovación y en sus fases de adopción, podría decirse que esta práctica de vigilancia nos podría situar en la fase de crecimiento o en el periodo de madurez de dicha innovación. Es decir, si somos rápidos y somos capaces de adaptar lo que el mercado ya está implementando, esa decisión nos posiciona entre los más rápidos de lo más lentos. ¿Eso es suficiente? A mí, particularmente, no me suena bien convertirme en la mayoría adoptante o en el grupo de rezagados.
Por cierto, estoy a favor de la vigilancia tecnológica aunque en la mayoría de las empresas no esté tan estructurada como en la definición anterior. Sin embargo, la principal dificultad de la vigilancia es que no la combinamos con nada más, la mayoría de las veces nos limitamos a imitar y no somos capaces de aportar valor a esa capacidad de escucha y transformar las innovaciones de otros a nuestra medida o a la de nuestros clientes. No nos sentamos, no pensamos, no definimos dónde queremos llegar, no sabemos con qué medios contamos para llegar allí.
No es raro ver organizaciones que innovan y no saben en qué. Innova. Pero, ¿en qué innovo? En productos. Pero, ¿de qué tipo? En mejorar la comunicación con nuestros clientes. Pero, ¿en qué sentido? En la mejora de la organización interna. Pero, ¿a qué te refieres exactamente? Esto es un simple diálogo de besugos cuyo objetivo es ilustrar que innovar no debería ser un proceso abstracto que no hace foco en nada. No es posible generar ideas innovadoras sobre cualquier cosa y que además sean extraordinarias. Sólo es posible hacerlo de una forma estructurada. Es necesario tener un objetivo y entenderlo para poder construir un servicio o un producto innovador. Innovar es un proceso racional para el que los equipos necesitan una dirección concreta.