Lo que nuestros perros nos enseñan.
Desde niño, siempre sentí la añoranza de tener un perro, uno propio, al cual llamarlo para que pronto estuviera sentado a mi lado, jamás lo conseguí, porque aunque he tenido cinco (rebase mis expectativas) jamás vinieron a mi lado cuando los llame, unos corrían y me brincaban con euforia, otros acudían a echarme un ojo, sino había un manjar que les restara atención, otro siempre estuvo anticipando mi llamada, y otro me llamaba a mí para que yo fuera a su lado, ingrata la vida, eso no es de canes y de humanos, pero así sucede en ocasiones.
Lo cierto es, que a lo largo de tantos años en compañía de mis amigos peludos, hay cosas con las que uno extraña vivir, como un jadeo constante, tropezarse con una pelota, tener el calzado manchado de huellas de can, salir a caminar en días lluviosos, la implacable mirada que te roba la mitad de tu comida, encontrar uno que otro destrozo en casa; eso si, lo que uno jamás extrañara es las idas sorpresivas al veterinario, el reposo inesperado, la falta de apetito y el collar colgado al lado de la correa que uno ya no utilizará más.
Uno se prepara para su llegada, nombre, cama, plato, comida, juguetes, correa, collar, etc., pero ellos te sorprenden con un oleada de destrucción, de suciedad, testarudez, energía inagotable, pero también de una capacidad de entendimiento agudizada con los años y que jamás te hace sentirte solo.
Sin embargo, lo inesperado llena a uno de alegrías, pero también de pesares, y así como eran eternos los días para que aprendieran buenos hábitos, después se vuelven eternas las horas con su ausencia; pero al cabo del tiempo, te das cuenta que disfrutas los días en familia, que al ver a un viejo amigo te llenas de alegría, que disfrutas un buen platillo y más si lo compartes con un ser querido, que ninguna dolencia te debe diezmar el buen ánimo, que no hay nada mejor que tirarte en el pasto en una tarde de sol, que también se camina feliz bajo la lluvia, y que si consigues hacer la mira o gesto adecuados no te van a reprender por haber metido las cuatro patas (espero dominar eso algún día). Son algunas de las cosas que he aprendido de cuatro amigos entrañables; del quinto aún sigo siendo su aprendiz, la mejor lección, “cómo devorar una cesta de pan sin fallar en el intento”, sigo dejando boronas, pero bueno quién aprende a la primera.