Los idus de marzo en la comunicación del desempeño corporativo
Dejamos atrás febrero y nos adentramos a una temporada clave para las compañías en cuanto a la relación con sus grupos de interés, especialmente en aquellas cotizadas y la atención a los inversionistas. Llega el momento de rendir cuentas del año precedente, de mostrar los éxitos y fracasos de la gestión empresarial, de hacer balance de las fortalezas mostradas y las oportunidades de mejora que han aflorado. Aunque el mundo está cada vez más conectado y vivimos la información al instante, los balances anuales siguen teniendo ese valor comparativo, ese cariz de parar y echar la vista atrás.
El desempeño corporativo ya no se manifiesta únicamente en resultados estrictamente financieros, de la mano principalmente de la gestión de riesgos toman protagonismo también las métricas en materia social y ambiental. En una comunicación que las compañías comenzaron tradicionalmente con informes de medio ambiente, desarrollo comunitario y/o seguridad ocupacional, se produjo una prima etapa de integración, dando como resultado los informes de sustentabilidad. Estos suman además otros aspectos laborales, el gobierno corporativo y el quehacer económico en relación con la distribución de los ingresos entre los grupos de interés. Pero esa fase parece estar llegando a su fin, en términos del grueso de la campaña de Gauss, pues seguirá siendo opción para quienes incursionan en la reportabilidad. Es el momento de los informes integrados, de reflejar la madurez en el entendimiento de la sustentabilidad al incluir el desempeño financiero y no financiero en un único balance, de darle una relevancia compartida, como componentes integrales en la creación de valor de la compañía.
Estos días se ultima el resultado de un proceso de meses, que no debe ser entendido como el proyecto de un área o equipo específico, sino como ejemplo de iniciativa transversal que involucre a las diferentes áreas, así como a los grupos de interés, al menos aquellos prioritarios. No se trata de una herramienta unidireccional, sino de la oportunidad de fortalecer la confianza mediante la participación activa, aprovechando la facilidad de un mayor alcance que entrega la tecnología.
Aunque defendamos un proceso de abordaje de la sustentabilidad que comience por el levantamiento de la línea base respecto a las iniciativas que puedan existir y continúe con la definición de una estrategia e implementación de un plan de acción, no debemos perder de vista el potencial de utilizar el informe anual como detonante, de realizar el proceso a la inversa. Esto está poniéndose especialmente de manifiesto en aquellos países que han establecido obligaciones al respecto, especialmente para las empresas cotizadas. A los casos regionales en que destacan Argentina y Brasil, se suma el nuevo escenario en Europa donde parece estar zanjándose el debate entre el requerimiento obligatorio o la voluntariedad, a favor del primero.
Es importante considerar, además, el rol del informe anual como base para plantear otras comunicaciones ya más específicas por grupo de interés, no caer en la utopía de que sirve “para todos” y aprovechar su potencial como reservorio de información con la que poder transmitir adicionalmente mensajes más específicos por audiencia.
Otro tema cobrará relevancia en los próximos meses, luego de la celebración de las asambleas de accionistas, la respuesta al ¿y ahora qué? Hay que darle vida al informe, utilizarlo como detonante de nuevos espacios de diálogo, de participación en torno a las fortalezas y oportunidades de mejora en la compañía respecto a la gestión de los temas sociales, ambientales y también los económicos, rompiendo con la histórica disociación entre ellos.
No temamos a los idus de marzo.
Columna personal publicada en El Economista.