Los pijo-snobs del pantalón con dobladillo
¿Qué daño pueden hacer las normas “retrógradas” del golf a su evolución, en general, o al progreso de un campo o club en particular?
Es un tema recurrente a lo largo del tiempo. Nace en el respeto a la tradición del golf de los aficionados más fundamentalistas, a quienes se enfrentan los que ven en esas tradiciones un ancla que frena el avance del gran trasatlántico que representa al golf.
¿Cómo afecta la percepción de esas normas a los ingresos de cada club?
La noticia que ha despertado de nuevo las pasiones se produjo en un club de Escocia (la cuna del golf, y, por ello uno de los países más aferrados a sus tradiciones). La hija de la capitana del equipo europeo de la Solheim Cup, Catriona Matthew, fue expulsada del bar por llevar pantalones sin dobladillo.
El efecto dominó ha convertido ya el incidente en un casus belli contra el golf, contra los clubes, y contra quienes lo practican. El propio titular de la noticia en thegolfbuiness.co.uk destacaba que el incidente “refuerza la imagen negativa del golf”.
Madre mía.
Empezaré por mostrar mi respeto a las opiniones de todo el mundo. Ahora intentaré establecer lo que de verdad nos interesa desde el punto de vista del revenue management: el modo en que las normas de cada club les pueden ayudar a ganar o a perder clientes y, por tanto, dinero.
Barreras a la afición
Desde hace casi veinte años se viene destacando en las reuniones internacionales de directores y propietarios de campos de golf que existen barreras. Barreras que dificultan el acceso al golf a quienes todavía no lo practican pero podrían estar interesados. Se critica el tiempo que se tarda en completar un recorrido. Se debate sobre el número de hoyos que debería tener ese recorrido. Se valora la difícil convivencia entre jugadores expertos y principiantes. Se cuestiona el propio término “club”, que se utiliza en la mayoría de los campos y que rechaza a quienes no se sienten parte de él (aunque el campo admita jugadores no-socios o no-abonados). Se recuerda lo mucho que se tarda en aprender a jugar a un nivel que haga sentir cómodo al jugador. Y, por supuesto, se cuestionan los protocolos de vestimenta que “impone” la tradición.
Cada uno de estos argumentos puede haber hecho perder mucho dinero a muchos clubes y campos, pero también ha hecho ganar mucho dinero a otros.
La esencia de un club es reunir a personas con intereses similares, aficiones similares, y niveles culturales similares. Cualquiera de nosotros admite, de vez en cuando, un exceso en una u otra dirección, pero la mayoría rechazaríamos vivir siempre dentro del protocolo estricto de la nobleza del siglo XVIII. También la mayoría rechazaríamos vivir siempre dentro del libre albedrío hippy de los años 60, por muy divertido que pudiera ser durante un rato. Hasta los colectivos anarquistas, promotores de la ausencia total de estructura en el Estado, toman decisiones en asambleas y se acogen a las leyes y normas que fija la sociedad, bajo pena de no ser autorizados a pertenecer a ésta.
Los clubes de golf no son distintos, en su diversidad, a otros colectivos deportivos, culturales, o sociales.
Hay hoteles de lujo y hay albergues.
Hay líneas aéreas comerciales low-cost y hay quien prefiere alquilar un avión privado.
Hay empresas de alquiler de limusinas y hay autobuses y trenes para el transporte público
Hay instalaciones deportivas municipales y hay clubes privados para unos pocos socios.
Hay restaurantes con menús de 300€ y hay hamburgueserías que incluyen bebida y raciones grandes de patatas fritas en su menú de 7,90€
Cada cual decide cómo desarrollar su actividad; de acuerdo con sus intereses, con los parámetros que marque la legislación, y con las convicciones de sus propietarios.
Luego, los clientes escogen; si pueden. Y los propietarios recogen los beneficios. En mayores o menor medida.
Si los beneficios no cumplen las expectativas será necesario identificar (con las herramientas adecuadas de revenue management) el impacto de cada tipología de cliente, y plantearse el cambio de orientación de la actividad. Y tal vez -sólo tal vez- imponer un cambio en las normas.
Quién dice lo que es aceptable… hoy por hoy
Lo que no tiene sentido es demonizar una actividad porque en un establecimiento sean más estrictos que en la mayoría. Convertir una excepción en norma generalizada, a los ojos de los lectores, es poco riguroso. Aprovechar, además, que la “víctima” es una niña, e hija de una madre famosa, es una triquiñuela para conseguir que el artículo se publique y se lea. Hay quien cree que periodismo y sensacionalismo deben ser sinónimos si el primero quiere ser rentable.
En ninguna página de las Reglas del Golf se dice qué atuendo se debe utilizar. Ni cuánto se debe cobrar por practicar este deporte. Ni cuánto hay que gastar en los palos, o en los zapatos, o en las cuotas de mantenimiento del club. Cada campo-empresa toma sus decisiones y las publica; no las esconde. Y cada cliente lo acepta… o se va a otro sitio.
También es cierto que la mayoría de los campos coinciden en un estilo de vestimenta aceptable, respaldada por muchos de los aficionados al golf. Pero es un estilo moldeable, que la propia industria textil ha ayudado a evolucionar poniendo una camiseta con cuello redondo a Tiger Woods, y zapatos que parecen zapatillas de tenis en todos los profesionales de los circuitos. Ambos ejemplo habrían despertado rechazo hace sólo veinte años.
Nadie sabe qué estará de moda dentro de 50 años. Lo importante es que haya clientes para todos
En el All England Lawn and Tennis Club, más conocido como Wimbledon, sus 375 socios (además de los profesionales que juegan el torneo cada mes de julio) tienen prohibido jugar vestidos de otro color que no sea blanco. Y no por eso es el tenis un deporte de snobs. Y si lo es en WImbledon, no le importa a las más de mil personas en su lista de espera para ser nuevos socios.
Las estaciones de esquí ayudaron a salvar su negocio al ceder al empuje de los jóvenes vestidos con pantalones y sudaderas holgadas empeñados en montar en una sola tabla, en lugar de dos. Los aficionados al snowboard conviven sin problemas con los aficionados al esquí tradicional… mientras se respeten las limitaciones establecidas para los usos de cada tipo de pista. Ambos colectivos defienden su atuendo, pero no por ello son snobs. Viste (casi) como quieras, pero paga al entrar.
El golf, como el tenis, el fútbol, o el pádel, ya es más que un deporte o un juego. Es una industria que da trabajo a millones de personas en todo el mundo, y que necesita entender la tipología de los jugadores para dar a cada uno la satisfacción que espera. El que se equivoque, lo pagará caro.
Y que nadie se preocupe, que en ningún sitio obligan ya a jugar con chaqueta y corbata, como a principios del siglo pasado.
En algunos clubes sí se requiera llevar chaqueta para cenar. Si no la llevas te prestan una, o te indican el camino más rápido hacia las cadenas de fast-food más cercanas, abarrotadas de clientes.
CFO TSK CÔTE D'IVOIRE SARL
4 añosGran artículo, aunque hay barreras artificiales (no privadas, que son incluso más perniciosas al ser coercitivas) cuyo impacto en la industria del golf es más pernicioso. El ejemplo más claro: la licencia. Para quien quiera leerlo, es un artículo publicado en 1970 por James Buchanan bajo el título de “In Defense of Caveat Emptor”, que explica muy bien el papel tan lesivo de las licencias públicas para el desarrollo de actividades privadas. El mercado tiene herramientas más que conocidas y eficientes para solucionar tales problemas y garantizar el acceso a cualquier actividad para cualquier nivel de renta y preferencias. Abz, Dani. Muchas gracias por tus posts. https://chicagounbound.uchicago.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=3669&context=uclrev