Los príncipes azules destiñen.
Y pueden besar a mujeres y a hombres mientras tocan tu melodía favorita

Los príncipes azules destiñen.

Los príncipes azules destiñen.

Este era el título del cuento que siempre elegía cuando llevaba a las vikingas a la biblioteca, a vivir con los libros y llevárnoslos a casa una tarde a la semana.

Marta, la peque, era la que tenía el carnet más joven, la inscribí cuando tenía cinco años.

Me gusta recordarme así, inyectando cultura y ternura en las mismas dosis.

Tenía una responsabilidad superlativa de que las hijas que había parido se criaran libres, con disciplina, valores y por supuesto, con alegría.

 Este fue parte del entrenamiento para que no fueran princesas, sino vikingas.

Las princesas esperan a ser rescatadas (todos los cuentos que nos han leído a las niñas).

Los vikingos deciden a quién besar y conquistan sus propios sueños (los cuentos que les han leído a ellos, qué suerte).

Eduqué a mis hijas como vikingas para que sepan que no necesitan un príncipe para completar su historia. 

En mi familia, la figura paterna estaba en el centro de todos los cielos e infiernos.

Mi señor padre era el conseguidor, el que dirigía y ejecutaba la obra. El que la escribía, el que corregía los acentos y los puntos y aparte de nuestra vida.

Una emisión encomiable Y realmente de locos y con una responsabilidad excesiva.

Mi madre, hembra que comenzó a parir demasiado joven y con una belleza infinita y elegante que la llevó a ser modelo de grandes fotógrafos de su tierra, fue educada para tocar las notas que el mundo amaba porque así las personas eran felices.

Que lo fuera ella, tampoco importaba tanto.

Una tarde, cuando estaba estudiando en el salón, se acercó a mí llorando y me dijo que estudiara y trabajará para ser libre, para no depender de nadie y para orquestar mi propia vida.

Yo tendría 15 años y ya tenía antecedentes de rebeldía absoluta.

 Ahora, con 56, mi padre diría que me he pasado de melodía.

Me crié con mis hermanos, por lo que aprendí de mi padre sus técnicas de negociación, su inteligencia empresarial y, sobre todo, aprendí a no llorar cuando alguna flecha iba directa en el corazón.

Esto era fundamental, porque tú no puedes llorar cuando estás negociando y esta hembra que os escribe es una llorona integral.

Así que hoy, el segundo domingo de este verano nómada, con mi despacho improvisado en una de las casas que me acoge, pienso que tengo la inmensa afortunada de haberle robado a mi padre su fuerza animal para conseguir sueños y objetivos y a mi madre su amor profundo por la belleza y por las personas.

Y, sobre todo, a soltar responsabilidades, porque yo no quiero orquestar la vida de nadie, solamente la mía, para ello y en contra de todo pronóstico, me convertí en vikinga antes de vivir eternamente como princesa esperando el beso de un príncipe azul.

Siempre es el momento perfecto para orquestar tu vida, solo tienes que desearlo y buscar la ayuda necesaria.

Pero esto ya lo sabes.

Cuéntame qué papel tienes y recuerda que no hay ninguno mejor ni peor, lo vital es que sea el que has elegido tú, no el mundo para ti.


www.yolandasaenzdetejada.com

 

 

 

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