Los riesgos de la ingeniería social en la crisis por el impacto de la cuarentena
En una situación como la actual, las medidas drásticas de aislamiento (al parecer, imprescindibles para parar la pandemia, según ha demostrado el profesor Pueyo el 12 de marzo y el 22 de marzo) no podrían ser garantizadas sin una concienciación global y unitaria de la sociedad en su conjunto. Sin una ingeniería social, promovida por los gobiernos, alentada por los medios, y basada en que distintas capas de la población -las más concienciadas- "conciencien" a sus convecinos en torno a un mismo mantra: #QuédateEnCasa.
Básicamente, no podrían ser garantizadas porque un incumplimiento, más allá del anecdótico, de esas medidas como el tolerado (incluso alentado) en los países anglosajones o en Brasil, colapsaría, primero, la contención de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y segundo, el propio sistema sanitario por la expansión de los contagios. Esto no solo es razonable, sino admirable y sorprendente por su eficacia y eficiencia: en España, tan solo se han tramitado 216.326 propuestas de sanción a ciudadanos que han incumplido la cuarentena, muchas de ellas al mismo infractor que vagaba por la calle, y hasta este lunes, habían sido arrestadas solo 1.849 personas, según los datos facilitados por Interior.
Dicha ingeniería social se garantiza, además de por la disposición voluntaria y solícita de un ejército de fieles al #QuédateEnCasa y la propaganda constante desde los gobiernos y los medios (aspectos positivos por necesarios para imponer esa estructura a todas las sociedades de todo el mundo), por la imposibilidad de siquiera plantear alternativa al mantra central, porque no debe existir, y la criminalización de los que osen cuestionarlo.
Respecto a los dos primeros aspectos, nada que objetar, si acaso la sorpresa por lo fácil que es el conductismo social masivo, lo eficaz que resulta, lo sencillo que se demuestra, lo innecesaria que resulta ninguna pedagogía para implementarlo y los posibles riesgos de que, en lugar de razonable, fuera en el futuro utilizada para subvertir, por ejemplo, derechos humanos (como pasó en el siglo XX en varias sociedades europeas). Aunque sea para bien, llama la atención el poder de la propaganda sobre los comportamientos y, lo que es más llamativo, sobre las formas de pensar. Llama la atención lo acrítica que resulta la sociedad cuando tiene miedo. En cualquier caso, es para bien, en esta lucha, en esta guerra común de la civilización contra el virus extranjero.
Respecto al tercero, haberlas, opciones distintas a las emprendidas, haylas, aunque parezcan a priori equivocadas (como la inmunización de la sociedad con baja letalidad por falta de medidas, es decir, la barra libre, propuesta por UK o USA al principio de la crisis: que enfermen los que tengan que enfermar, entre la población de bajo riesgo, porque enfermarán de todas formas, y así se inmunicen, inmunizando a la sociedad), o las que se hayan demostrado acertadas (como la identificación y aislamiento con apoyo de apps móviles de geolocalización de los enfermos y solo los enfermos, como ha demostrado Corea del Sur, sin necesidad de cuarentenas a individuos sanos de tramos de edad en los que el virus es poco o nada letal y raramente pasa de unos síntomas leves).
También la diferente gestión de las excepciones, con tolerancia en Francia a pasear con los niños o a hacer deporte en solitario frente a la tolerancia inicial española (hasta el lunes) a un buen número de actividades laborales presenciales, como la construcción, no necesariamente vinculadas a la gestión sanitaria de la crisis o la provisión alimentaria. O la tolerancia admitida (y no exenta de picaresca) de sacar a los perros o comprar tabaco presencialmente.
En cualquier caso, la ingeniería social del mantra evita siquiera formularlas bajo riesgo de herejía, de ser tachado de comportamiento sociópata o insolidario, o aún peores. Básicamente, socialmente está permitida la crítica por "blandas" o "tardías" de las medidas (aspecto central de una parte del discurso político de la oposición), pero no por "duras", "innecesarias" o "arriesgadas". Son inevitables y punto. Se acatan. No se cuestionan.
El cuarto punto es el que, en mi opinión, genera riesgos psicosociales: la criminalización de una parte de la sociedad por parte de otra parte de la sociedad. Dichos riesgos se empiezan a manifestar en tres aspectos -llámalo síntomas- que considero preocupantes:
- El primero es la catarata de insultos que, aprovechando el bonito gesto inicialmente espontáneo de la sociedad de aplaudir a sus sanitarios a las 20,00 horas un día, primero se promocionó desde la propaganda mediática para apoyar la causa común del #QuédateEnCasa y la ingeniería social imprescindible para "salir todos juntos de ésta, pese a los insolidarios que pasamos a mostrar en sus pantallas"; después se maleó con caceroladas (primero al Rey aprovechando su mensaje; luego, de forma sucesiva, a un grupo político como Podemos -y, aunque no fueran los mismos, ambos abrieron la espita de malear el gesto del aplauso en los balcones para expresar rabia social contenida, es decir, sin cuestionar sus motivaciones por mi parte, para encauzar un uso en clave positiva -un aplauso- en negativa -una crítica-); y, finalmente, se terminó de pervertir con sucesos como insultos constantes y lanzamiento de objetos por parte del ejército de fieles, desde sus balcones, a quienes considerasen que se saltaban el mantra, entre ellos, sanitarios que caminaban hacia un hospital, o a familias con niños autistas que deben, por prescripción médica, sacarles a la calle. Lanzamiento de objetos, insultos agresivos, a madres paseando con sus hijos, por parte de sus propios vecinos. Está pasando.
- El segundo es la obligación inexcusable al confinamiento sin excepción salvo las permitidas, que deja situaciones dramáticas como mujeres o menores obligadas a convivir 24 horas al día con sus maltratadores o, de nuevo, reacciones que rayan la violencia del nuevo cuerpo parapolicial erigido en ciudadanos responsables con quienes consideran que bajan "demasiado" a la compra, o con algún deportista solitario en un campo solitario (atendiendo en este caso no al riesgo, sino al autoagravio comparativo con quienes "aguantan" en sus casas en esta "resistencia" encomiable y responsable, muchos de los cuales no han salido a hacer deporte en su vida).
- Y el tercero tiene que ver con las (imprevisibles) consecuencias psicológicas del miedo en un entorno de stress social y concienciación colectiva. Muestra no poco peligrosa de ello son la avalanchas y colas en las tiendas de armas norteamericanas tan pronto s han anunciado las medidas de aislamiento. ¿Para qué? No cabe duda: para defenderse. ¿De quién? ¿De los malos? Como malos había ya antes del coronavirus, sin duda de los "nuevos malos". ¿Y quiénes son los nuevos malos? Quizás los que no puedan ser tratados de la pandemia por carecer de seguro y se vuelvan peligrosos.
Y para conjurar ese peligro de esos sociópatas antisociales, insolidarios, madres con hijos autistas, o no autistas, deportistas solitarios, paseantes excesivos de supermercado o de perro o gente que se atreva a cuestionar la nueva Matrix, nada mejor que una ración de balas.
¿Qué puede deparar el efecto de un aislamiento prolongado en individuos violentos? ¿Qué puede deparar un insulto, un comentario, o una agresión, de los nuevos adalides de la solidaridad vecinal? ¿Quizás una espita para desatar violencias contenidas? Recordemos las tantas guerras que surgieron de anécdotas antes de descartar y no tallar de raíz o negarnos siquiera a considerar los riesgos de esta ingeniería social tan provechosa contra la pandemia.
Mentora de emprendedores & inversora en startups
4 añosGracias por recordarnos que somos ciudadanos, no súbditos, y que España es un estado democrático