Mao en Níger? "Back to basics" en insurgencia y contrainsurgencia.
Cuatro soldados estadounidenses de Operaciones Especiales mueren en una emboscada en la región desértica de Tongo Tongo, en Níger. 5 de marzo de 2018: la extensión territorial del Estado Islámico en la zona publica un perturbador vídeo mostrando el enfrentamiento y cómo los “boinas verdes” son asesinados a lo largo del mismo. Durante estos cinco meses, numerosas entrevistas e investigaciones han concluido en una serie de fallos estratégicos y de inteligencia. El 3 de octubre, un convoy formado por 30 soldados y un intérprete nigerinos, junto con once soldados de Operaciones Especiales estadounidenses salieron en una patrulla rutinaria considerada de bajo riesgo por las escasas probabilidades de encontrar enemigos. Durante la patrulla, la inteligencia estadounidense recibió información sobre la posible presencia en la misma zona de un líder jihadista local. Se organizó una operación paralela con un helicóptero, pero fue abortada en el último momento, y un grupo de los soldados en patrulla fue enviado a buscar al individuo en su lugar. Tras una noche de búsqueda infructuosa y con poca agua, las tropas volvían a base, cuando el convoy se encontró inmerso en una emboscada llevada a cabo por los mismos terroristas que ellos estaban buscando [1]. Cinco meses más tarde, el Estado Islámico en la región publicó el vídeo en el que se detalla la operación. A pesar de las numerosas críticas, el hecho de las bajas queda ahí, de modo que debería ser la causa, y no el resultado, el aspecto a establecer para determinar dónde se produjeron los errores, puesto que el resultado es manifiestamente inamovible. El uso de fuerzas especiales se ha convertido en una de las respuestas dadas por ejércitos regulares a las numerosas insurgencias emergentes a nivel global, como un mecanismo adaptativo de respuesta a la guerra irregular. Este concepto está vinculado al de conflicto asimétrico, aquél que tiene lugar entre un actor estatal y un actor no-estatal entre los que media una clara asimetría organizativa y de capacidades, así como en sus niveles de conducción bélica. El cambio cualitativo se produjo tras 1989 con el fin de la guerra Soviético-Afgana, cuando el paradigma clásico de las insurgencias locales cambia hacia un nuevo modelo de insurgencia global bajo la bandera de una también nueva organización y una nueva ideología: al-Qaida y el jihadismo global. Tras 1989 muchos de los mujahidines que acudido a Afganistán a liberar suelo musulmán de la ocupación soviética en cumplimiento del deber de la jihad contra el infiel, retornaron a sus países de origen llevando con ellos la semilla del jihadismo como la lucha contra dichos infieles, a los que se añadían nuevos elementos ideológicamente sustentados y forjados en los campos de entrenamiento afganos. Así, la lucha se amplía del infiel al régimen corrupto y apóstata en territorios musulmanes, pero también contra el poder occidental como fuerza opresora y corruptora en los ámbitos político, económico, y social. Este enfoque dual, en el que se produce una convergencia de las doctrinas tanto de Abdulla Azzam como de Ayman al-Zawahiri, configura ideológicamente la fuerza motriz de este nuevo movimiento de aspiraciones globales. Adicionalmente, un fenómeno paralelo comienza a desarrollarse en la época en diferentes áreas: movimientos tradicionales de resistencia y de religión musulmana vieron en la expansión de al-Qaeda una ventana de oportunidad para reforzar sus capacidades mediante la integración en estas nuevas extensiones territoriales de la red jihadista global, en lo que David Kilcullen ha denominado la “guerrilla accidental” [2], que proporcionaba al movimiento resultante no sólo mayores capacidades militares y repercusión mundial de sus acciones, sino también un mayor grado de operatividad en el entorno dado. Una vez establecida la motivación ideológica de estos grupos emergentes, permanece la pregunta del tratamiento dado al territorio. Como mencionábamos en un artículo anterior [3], la territorialización de al-Qaida primero y del Estado Islámico después, resulta innovadora desde la perspectiva histórica del análisis del fenómeno insurgente: aunque considerados grupos terroristas debido a la respuesta psicológica de terror que buscan en sus respectivas áreas de operaciones, las tácticas utilizadas y el propio control territorial que realizan está más próximo a la guerra de guerrillas clásica que a una insurgencia de tipo terrorista donde tradicionalmente el propósito no era tanto controlar territorios como desmoralizar a la población a través del miedo, menoscabando así la moral del Estado y su capacidad para continuar con el esfuerzo bélico. Tras este apunte, probablemente podamos observar que el escenario señalado guarda grandes similitudes con el descrito durante la emboscada en Niger. Dejando aparte la ideología, dos elementos son estructurales, o lo que es lo mismo, siempre presentes en cualquier conflicto armado, sea convencional o asimétrico: la población y el territorio. Ambos, que configuran el teatro de operaciones o entorno de conflicto, determinan tanto para la fuerza insurgente como para la insurgente, el nivel de movilización de sus bases sociales como recursos humanos del conflicto, así como los condicionantes geográficos que el terreno como espacio físico en que se desarrolla el conflicto va a presentar para los contendientes. Si atendemos a la obra clásica de David Galula, “Counterinsurgency”, algunos elementos geográficos merecen un examen en mayor profundidad [4]. Localización. Un territorio aislado por barreras naturales como desiertos o entre países que se oponen a la insurgencia beneficia a las fuerzas contrainsurgentes, mientras que si otras fuerzas locales o grupos de presión externos apoyan a la insurgencia ésta contará con mayores posibilidades de victoria. Tamaño. A mayor tamaño del territorio, mayores dificultades encontrará el Estado para ejercer un control territorial efectivo. Sin embargo, esta noción de Galula ha perdido importancia en determinadas zonas geográficas con el desarrollo de las infraestructuras de la comunicación, que permiten el despliegue tanto administrativo como militar de forma efectiva en un limitado espacio de tiempo. Configuración del terreno: un territorio compartimentalizable dificulta la expansión de la insurgencia, como es el caso de Filipinas o actualmente, la península de Sinaí. Disposición de fronteras internacionales. Relacionado con los anteriores puntos, la existencia de fronteras prolongadas puede constituir un punto de debilidad en Estados cuya capacidad de control territorial sea limitada, favoreciendo la porosidad fronteriza y la penetración de elementos insurgentes a través de las demarcaciones internacionales, especialmente cuando los Estados vecinos favorecen la causa insurgente o al menos la apoyan moralmente. Terreno. Un terreno orográficamente complejo puede ayudar a las insurgencias al ofrecer escondite y dificultar el empleo de las capacidades militarmente superiores de la contrainsurgencia. Las insurgencias locales maximizan este principio basado en el conocimiento del terreno en que se mueven y su habituación al clima y entorno. En este sentido, mientras que un clima extremo puede favorecer a la contrainsurgencia en base a sus superiores capacidades logísticas, este punto puede ser equilibrado por la mencionada adaptación insurgente al entorno y su clima. Población. Como Centro de Gravedad de cualquier conflicto, la población constituye un elemento determinante de cuya conquista depende el resultado final de la contienda. Sin embargo, como elemento estructural y al igual que sucede en el caso del territorio, su tamaño -y especialmente la densidad demográfica- resulta determinante: a mayor número de habitantes mayores serán los problemas que la contrainsurgencia encuentre para su control, que vendrá determinado por las propias capacidades del Estado en materia de expansión efectiva de su administración pública. Otro factor a considerar es la distribución: población fragmentada favorece a los insurgentes en un entorno rural, mientras que altas concentraciones en un entorno urbano también le serán beneficiosas, dependiendo en ambos casos de su red de apoyos, que proveerán la logística necesaria y especialmente escondite y cobijo. Con esta estructura en mente, los insurgentes nigerinos vinculados al Estado Islámico siguen un patrón de población diseminada por un entorno rural, adaptada al terreno y que juega con la ventaja del conocimiento del teatro de operaciones como solo la población nativa lo conoce. En este sentido, incluso en un caso de asimetría de capacidades -que en el caso de la emboscada de Tongo Tongo no es tan claro, puesto que las tropas estadounidenses estaban realizando una patrulla y por tanto no se encontraban plenamente equipados para un enfrentamiento armado- las fuerzas insurgentes habrían contado igualmente con la ventaja táctica, comportándose en este caso más como un comando guerrillero que propiamente como una célula terrorista. En otras palabras, los insurgentes emboscaron a las fuerzas estadounidenses no con un clásico golpe de mano, sino superándolo numéricamente aprovechando un superior conocimiento del teatro de operaciones y más que probablemente también superior uso de la inteligencia basada en su propia red de apoyos en la zona. Retornando a las premisas de Galula, la acción insurgente solo revela su presencia en forma de bases establecidas en un área determinada donde se mezclan con la población rural -de forma voluntaria o impuesta-, viviendo tanto de sus recursos como de su información durante el desarrollo de la campaña armada.Podemos concluir que la superioridad organizativa militar no siempre es una garantía de éxito, y que cuando hablamos de “Guerra contra el Terror” hay mucho más detrás que el mediático lobo solitario apuñalando ciudadanos en alguna abarrotada calle europea. La línea definitoria entre terrorismo y guerrilla parece haberse difuminado en las últimas décadas, como acertadamente apuntan revisiones de la doctrina contrainsurgente clásica como el FM 3-24. El terrorismo también manda su mensaje a través de vídeos, pero la acción de Tongo Tongo solo se podría haber prevenido evitando decisiones precipitadas obviando el entorno, con su doble variable geográfica y demográfica y donde los insurgentes jugaban con la ventaja de un conocimiento superior del teatro de operaciones que podía permitirles, en caso de enfrentamiento armado, obtener una victoria, como fue tristemente el caso. La tecnología militar en esta situación quedó relegada a un segundo plano por el factor humano. Pero la verdad es, volviendo a las bases, que tanto tecnología como capacidades organizativas pueden recuperar el terreno perdido si son correctamente puestas al servicio de los efectivos desplegados sobre el terreno.[1] CALLIMACHI, R. et al (2018), ‘An endless war’: Why 4 US soldiers died in a remote African desert, The New York Times, 20 de febrero de 2018. [2] KILCULLEN, D. (2009), The Accidental guerrilla: fighting small wars in the midst of a big one, Oxford University Press, New York.[3] GUTIÉRREZ, B. (2017), Hybrid insurgencies: al-Qaeda and ISIS territorialization. (Acceso 14 de marzo de 2018) [4] GALULA, D. (1964), Counterinsurgency, Frederick A. Praeger Publisher, London, pp. 26-28. Publicado en Tactical Online en mayo de 2018Publicado en la Revista Seguritecnia Junio de 2018 pág 52