Medio ambiente: ni tu ni yo, sobramos
Si bien National Geographic afirma que las imágenes de delfines y de patos surcando los canales de Venecia así como la de elefantes dormidos en campos de té de Asia, son falsas porque no han sucedido durante la pandemia -las de los elefantes- o bien han tenido lugar en otro sitio -las de los delfines son de un puerto-, lo que está claro es que el medio ambiente agradece el parón de la actividad humana.
No hace falta ver imágenes de delfines en las costas valencianas o de grandes cetáceos en las catalanas para llegar a esta conclusión. Con salir al balcón de casa, basta. Vivo en una avenida con mucho tránsito. Cuando el confinamiento estaba en su nivel más severo -sólo actividad esencial-, las plantas del balcón mostraban su verde más espectacular, así como los árboles de la calle. Se podía respirar un aire limpio desconocido en las calles de la ciudad en la que habito. Ahora, con la vuelta a la actividad de industria y empresa no esencial, se comienza a enrarecer de nuevo el aire y plantas y árboles ya no lucen con su mayor esplendor: comienzan otra vez a sobrevivir.
El discurso que llega del poder a través de muchos medios viene a decir algo así como: mira que bien estaba la naturaleza cuando nos paramos, los humanos sólo perjudicamos el medio ambiente. Casi que sin nosotros, la naturaleza revive: jabalíes y ciervos campan a sus anchas por pueblos de montaña. Y no digo que si desaparecieramos por una catástrofe, tanto animales como vegetales recobrarían su equilibrio. No se trata de eso.
El discurso de que los humanos sobramos es tan perverso como falso. No sobramos los ciudadanos de a pie con una huella ambiental ínfima si la comparamos a la de la industria. Lo que realmente sobra es el modelo productivo lineal de usar y tirar, el enriquecimiento sin límites, a costa de los que sea, una de las lacras del capitalismo. Es un error de modelo productivo y también de modelo económico. Es como dijéramos que sobra un programa de un ordenador cuando lo que falla es el sistema por el que se rige y, en consecuencia, los programas pensados para funcionar sólo con ése sistema.Y ahí sí podemos rectificar.
Quien realmente sobra son los industriales voraces de beneficios aunque sea a costa de generar la huella ambiental que causen. Esa industria que necesita alimentarse de una explotación intensiva de recursos naturales. Los empresarios de países que incumplen la descarbonización hacen negocio contaminando. La agricultura, ganadería y pesca intensivas están agotando recursos naturales que son finitos y perjudicando tierras y mares. Los políticos que no son suficientemente valientes para ser más expeditivos con la industria que contamina. Los que protegen a empresas generadoras de energías no renovables a cambio de sus “puertas giratorias”. Sobran tanto ésos como los que alzan una bandera ecologista y, en realidad, no hacen nada.
No es mi propuesta la de vivir como los amish quienes, dicho de sea de paso, sí son respetuosos con el medio ambiente. Las acciones desde los hogares pueden ayudar a no contaminar tanto -reciclar, controlar bien los productos perecederos, usar transportes menos contaminantes y electrodomésticos más eficientes- pero no son suficientes. Hay que implantar métodos mucho más expeditivos y -cuanto menos- poner en marcha un nuevo sistema de producción sostenible: ahí está la economía circular, por ejemplo, pero si no rectificamos las bases capitalistas que anteponen el enriquecimiento individual al bien colectivo, seguiremos en el mismo conflicto medioambiental.
Que recursos naturales altamente finitos se hayan convertido en básicos para el consumo del primer mundo -como el coltán y el litio- estén concentrados en zonas económicamente deprimidas comporta también un gran conflicto social: que la riqueza esté en manos de los pocos que explotan recursos de tierras ajenas mientras los miles que son explotados en esas minas pasan hambre. Y aún voy más allá: la hambruna que se extiende en continentes por ausencia de los mínimos recursos agrícolas y del agua.
Si no lo queremos hacer por poca conciencia medioambiental, al menos que sea por conciencia social porque, de hecho, personas de ideologías y culturas muy diferentes están de acuerdo en erradicar el hambre del planeta. Para pelear por todo ello ni tu ni yo somos los que sobramos.