Mi aspecto sí define quién quiero ser, los estereotipos no
Los rasgos que construyo sobre mi cuerpo, sí me definen, si me representan, sí reflejan lo que soy… Y eso, no tiene absolutamente nada de malo. Lucir diferente no nos convierte en enemigos públicos; mi pelo de colores, mis tatuajes, mis piercings o mi ropa representan de mi justo lo que quiero y eso está bien.
Lo que proyecto como ser autónomo, consciente y libre no tiene nada que ver con mis capacidades intelectuales y tampoco me asigna categóricamente un “buen” o un “mal” rol dentro de la sociedad. Los estereotipos sí, y lo pueden hacer de formas muy equivocadas.
Hablemos desde la experiencia:
En una reciente radiografía sobre un ligero, pero significativo, cambio de look, puse en una balanza el por qué sí y el por qué no hacerlo; como una persona metódicamente desordenada hice una pequeña lista mental, un versus de esos que te ponen en jaque. Al final de una larga y deliberada conversación conmigo misma encontré que en realidad mis argumentos en contra estaban condicionados por terceros.
De repente me di cuenta que esa lista era el reflejo de una realidad latente para muchos, un simple cambio de look ya no era decisión mía; aún cuando mi apariencia es un asunto que me compete solo a mi, estaba condicionada por el entorno. Y justo en el momento de decir no, una cachetada de conciencia vino a mi y pensé, ¡No eres menos buena onda, talentosa o capaz por cómo decidas lucir! Y así fue, lo hice. Aunque no me quité un diente, ni hice modificaciones importantes en mi fisionomía, era un cambio y era mío, de nadie más.
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Lo cierto es que siempre estamos enfrentándonos a un mundo cuyo objetivo es estandarizarnos, donde no hay cabida para aquello que es diferente. Es como si fuera mandatorio tomarnos a nosotros mismos a la ligera y permitirnos ser únicamente en el margen de lo común; estamos escuchando constantemente los susurros de lo que los demás esperan que seamos: “las faldas muy cortas no son apropiadas”, “las mujeres que hablan duro son molestas”, “deberías ser mamá, es la expresión máxima de la felicidad”, “llegar a los 30 soltera, jamás”, “eres linda, pero a lo mejor si bajas de peso”, “y si te vistes un poco más formal, ya eres toda una profesional”...
Puedes parar y ver todos esas opiniones que el mundo te ha dado y pensar, ¿realmente me han ayudado a construir todo aquello que quiero ser?
Si lo pensamos bien, la autenticidad es en realidad una decisión que debería ser fácil en un siglo en donde existe el internet, la adicción al café y el libre albedrío; pero en la práctica es toda una proeza de valentía. Cuando vamos a una entrevista merecemos ser vistos por nuestro talento, cuando vamos a un bar no merecemos ser comidilla del chisme o del morbo, cuando vamos a citas con clientes merecemos ser tomados en cuenta por aquello que sabemos hacer, cuando entramos a reuniones con nuestro equipo merecemos ser tomados en cuenta por nuestro valor como profesional, y en las reuniones familiares no necesitamos escuchar “consejos” (críticas) de cómo deberíamos o no manejar nuestra vida.
No deberíamos fijarnos en si nuestra apariencia coincide o no con con lo estándares sociales; no querer ser mamá no me hace una mala mujer, tener tatuajes no me hace una “loca”, usar faldas no es una carta abierta para el acoso y estar soltera no me hace una “amargada”.
Hoy me invito a mi y a ti a brillar con luz propia, no importa si tu reflejo es diferente al de los demás. Despójate del miedo fundamentado en el “qué dirán”. No tienes que hacerlo todo de una, si es necesario ir paso a paso, hazlo. Es tu tiempo, sólo enfócate en construir una felicidad que te llene a ti. Cuando vives en plenitud eres capaz de contagiar todo lo bueno que eres y hacerlo parte de tu entorno.