Mi querido maestro
Escuela rural unitaria. Los Nietos (Cartagena)

Mi querido maestro

«Un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo. Un país es rico porque tiene educación. Educación significa que, aunque puedas robar, no robas. Educación significa que tú vas pasando por la calle, la acera es estrecha y tú te bajas y dices: 'Disculpe'. Educación es que, aunque vas a pagar la factura de una tienda o de un restaurante, dices 'Gracias' cuando te la traen, das propina y cuando te devuelven, lo último que te devuelvan, vuelves a decir 'gracias'. Cuando un pueblo tiene eso, cuando un pueblo tiene educación, un pueblo es rico» - Antonio Escohotado

Con los años he empezado a tomar conciencia que lo más importante de nuestras vidas es la curiosidad. Aprender no es el camino, aprender es el objetivo y lo que nos diferencia del resto de especies animales.

Por mi edad, soy un producto de la EGB cuando la enseñanza era eso, enseñanza, no "educación", en donde se repetía si no llegabas a los mínimos y donde muchos no acababan ese ciclo educativo, como siempre por falta de medios, pero sobre todo la falta de vocación de muchos de los profesores que vivían de una profesión que no amaban. Cuando alguno de mis maestros actuó con vocación, algo se removía en mi, de tal manera que transcendía la materia y despertaba mi curiosidad por aprender, como digo, mucho más allá de la materia aportada.

Traigo ahora una película: "My Fair Lady" película musical de 1964 dirigida por George Cukor, basada en el musical de Broadway del mismo nombre, inspirada en la obra de teatro "Pygmalion" de George Bernard Shaw. En la película Eliza Doolittle, una florista de clase baja en el Londres eduardiano, es tomada como proyecto por el profesor de fonética Henry Higgins. Higgins apuesta con un amigo que puede convertir a Eliza en una dama refinada mediante la enseñanza de modales y el perfeccionamiento del habla. Destacan Audrey Hepburn como Eliza Doolittle y Rex Harrison como Henry Higgins, auténtica joya del cine clásico.

Traigo aquí un puñado de nombres que fueron para mí como el profesor Henry Higgins, que supusieron una auténtica revolución, un cambio de visión sobre la ciencia o el conocimiento, el deseo de saber o de conocer.

José Vigueras Ruiz: el despertar del saber

Cuando era un niño, era un niño enfermizo, que faltaba al colegio un sesenta por ciento de los días. Estoy hablando de entre mis cuatro y ocho años. Mi primera imagen de aquel señor, entonces los maestros sí tenían autoridad, era subido a una escalera reparando el tejado del colegio. El colegio era una escuela unitaria rural, que entonces metía en un mismo aula (no había dos), a niños entre cuatro y once años, esto es entre los preescolares o párvulos y los de quinto de entonces EGB. Iba muy poco, porque enlazaba una bronquitis con una gripe, alergia, neumonía. Un día le dijo a mi madre: no te preocupes Josefa que venga cuando pueda. Si está mejor a las diez, me lo mandas a las diez. Si está mejor por la tarde, que venga por la tarde. El camino entre mi casa y la escuela eran menos de trescientos metros por un descampado, cruzar la carretera y entrar en el patio del colegio (el de la foto superior). Cada vez que iba, D. José me dedicaba todo lo que podía para que avanzase. Por otro lado, esa escuela de más de cincuenta alumnos, me permitía conocer los ríos de España para los de cuarto, las multiplicaciones de los de tercero y los números quebrados de los de quinto, con solo cinco años. Aprendí tanto que me resultó un auténtico paseo toda la EGB y parte del Bachillerato. Nunca olvidaré la dedicación que tomaba este maestro con cada uno de nosotros para que no quedáramos rezagados, mucho más allá de sus atribuciones. Recreos, horas fuera de su horario, nos permitieron avanzar y llegar, algunos a hacer carreras profesionales, impensables para nuestros padres por entonces. Aún le recuerdo subido en el tejado de la escuela, arreglando unas tejas en mal estado (porque cuando llovía, en fin, pueden imaginar). Vivía en la casa del maestro dentro de la escuela con su familia. D. José se marchó y entonces supe que había tenido un maestro único entre un millón, que me permitió despertar, aprender.

Onésimo Hernández: Leer, despertar de la lectura y primeros pasos en inglés

Como en Los Nietos el colegio llegaba sólo a quinto de primaria, a partir de sexto teníamos que tomar un bus escolar que ya hubiera sido viejo en la época de mis padres, que tardaba cuarenta y cinco minutos para recorrer diez kilómetros y nos llevaba a otro pueblo, el Llano del Beal con un colegio donde iba lo mejor de cada casa. Pasamos de más de cincuenta alumnos a sólo cuarenta, pero todos de la misma edad y curso, excepto repetidores.

Don Onésimo: fue para mi el primer despertar de la lectura. Cervantes o Quevedo, Gracián, se lleen y se comentan, se describe la intención del autor, se estructuran las ideas del libro y luego se leen partes de éstos. Leí El Quijote mucho más mayor que lo suele leer la gente de mi generación y comprendí muchos hechos y secuencias. Pude disfrutarlo. Entregar un libro como ese a un adolescente sin "libro de instrucciones" es garantía de que lo odiará para siempre.

Onésimo posiblemente no hablaba bien inglés. Ahora ni siquiera recuerdo si habló alguna vez en clase. Pero le recuerdo siempre en clase con su equipo de cintas de casette. No tengo muy claro si aprendí mucho o poco, pero aseguro que escuché muchas muchas horas a mucha gente hablando inglés en un vetusto equipo de casettes que me fue familiar durante tres años.

El colegio no era gran cosa, el pueblo tampoco lo era (aunque aún quedaba minería en la zona), pero aprendí. Y lo que es más importante, despertó en mi interés por seguir aprendiendo.

José David Pujante Sánchez: El amor por la literatura, el interés por el pensamiento. El espíritu crítico

Pasamos la EGB y llegamos al BUP. Pocos profesores puedo rescatar, aunque hay especialmente dos que me "envenenaron" con ese interés por seguir aprendiendo de materias absolutamente diferentes: en matemáticas Miguel Casais Quintela un gallego reconvertido, que me hizo la materia amena aunque si te perdías una clase suya, te obligaba a pedirle ayuda (que amablemente siempre prestó). Pero sobre todo destacó en mi ansia de aprender José David Pujante Sánchez, profesor de literatura que me insufló interés por seguir leyendo tanto a escritores clásicos como contemporáneos. Me hizo conocer y entender a muchos escritores griegos, entender su influencia en el pensamiento actual y la vigencia de muchas de las obras.

Debo decir que no tuve malos profesores en el instituto, aunque estaba en un instituto "de paso", de una ciudad decadente, La Unión. Muchos otros José Luis Martínez, Francisco Bernabé eran buenos, conocían la materia, la transmitían bien. Pero me quedo con éstos que cada uno de ellos me envenenó con las ganas de leer, aprender, conocer muy por encima del resto.

Con mi abuela Sole. Qué tiempos aquellos

No sé si la enseñanza está hoy mejor, creo que no, pero eso, que lo reclame otro. A todos estos personajes, alguno de ellos lo he reencontrado en los últimos años, solo tengo una palabra: Gracias por vuestra vocación.

Gracias por ser mi Henry Higgins y no dejarme ser un Eliza Doolitle: un palurdo inculto para el resto de mi vida.

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