Milagro mexicano
Cuando inicié mis estudios en la escuela secundaria, todos los días tenía que esperar a que mi mamá pasara a recogerme. La hora de la salida era a las 2:30 pm, pero por cuestiones de su trabajo apenas y lograba llegar como a las 3:00 pm. Así que durante tres años me tocó presenciar un triste espectáculo durante media hora de espera, de lunes a viernes: el caos vial que generaban muchos padres de familia, que para recoger a sus hijos no respetaban los señalamientos de tránsito ni las indicaciones del personal de la escuela, simplemente se estacionaban en doble y triple fila, estorbándose unos a otros, y desquiciando el tránsito de la avenida. Había espacio para que civilizada y ordenadamente se estacionaran, o más adelante o más atrás, para esperar y recoger a sus hijos, pero no, todos querían recoger a sus hijos lo más cerca posible de la puerta principal, sin importarles el caos que generaban durante media hora. Para cuando llegaba mi mamá el caos ya se había disipado.
Cansado de solo observar, un día decidí comenzar a utilizar mi media hora de espera para tratar de concientizar a los padres de familia sobre el caos que generaban, yo un adolescente de 12 años. Amablemente les sugería que mejor acordaran con sus hijos esperarlos más adelante o más atrás para no generar tanto caos, y para mi sorpresa la reacción de los padres siempre fue negativa: unos me ignoraban y cerraban la ventana de su auto, otros me insultaban y gritaban. Pedí hablar con el director de la escuela para comentar al respecto, quien amablemente me dijo que él no tenía autoridad sobre lo que ocurría fuera de las instalaciones de la escuela, pero que constantemente en juntas de padres de familia los conminaban a no estacionarse en doble y triple fila, obviamente sin éxito alguno.
En la escuela secundaria que estudié existía un sistema de acumulación de puntos por cada salón de clase (es decir, por cada grupo) que se generaban por buen comportamiento, buenas calificaciones, etc. Cuando se alcanzaba cierta cantidad de puntos el grupo entero tenía derecho a un día libre de excursión, y la escuela nos llevaba en su transporte escolar a algún lugar a divertirnos como premio. Un día descubrí que existía corrupción en ello, y que de alguna forma el alumno jefe de grupo encargado de ir juntando las tarjetitas de puntos obtenía indebidamente puntos de más por parte del profesor coordinador de nuestros grupos, nunca supe a cambio de qué, pero el caso es que las cuentas no me cuadraban, era obvio que teníamos acumulada una cantidad de puntos que era imposible bajo las reglas establecidas. Denuncié el asunto con el siempre muy atento y dispuesto director de la secundaria, quien al hacer las cuentas efectivamente corroboró que era imposible obtener de forma honesta la cantidad de puntos que teníamos, así que un día se presentó en nuestro salón, nos hizo las cuentas, dejó claro que era imposible que de forma legal tuviéramos esa cantidad de puntos, y los anuló por completo. Concluyendo ese año escolar el profesor coordinador del grupo fue despedido.
Ya en la escuela preparatoria, por reglamento el alumno con el mejor promedio de la generación tenía que estar en el comité de organización de la graduación, y me tocó ser ese alumno. Dicho comité organizaba una serie de eventos y colectas para recaudar fondos y ayudar a que el costo de la fiesta de graduación no nos resultara tan elevado. Conforme comenzaron a desarrollarse las actividades noté manejos extraños entre la directora y coordinador académico, junto con alumnos que no eran parte del comité pero que “ayudaban” a organizar eventos de recaudación de fondos. Quien había sido director de la secundaria ahora era el coordinador general académico del sistema de los colegios al que pertenecíamos, así que aproveché el buen trato y comunicación con él para reportar lo que estaba sucediendo. Me pidió todos los detalles y me sugirió renunciar al comité de graduación. Me dijo que de momento no podía hacer algo que valiera la pena, sino hasta que se consumara el hecho. Así lo hice, y poco después de la fiesta de graduación me enteré de que hicieron una auditoría al asunto y corrieron tanto a la directora como al coordinador académico.
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Y como las anteriores podría contarles muchas otras anécdotas de cuando fui estudiante de licenciatura, o trabajé en el medio financiero, o cuando fui representante vecinal. Mi punto es que mi vida ha transcurrido siempre rodeado de corrupción por todos lados, de una gran cantidad de ciudadanos que diariamente contribuyen al caos, a brincarse las reglas establecidas, a la corrupción. Hay mucha gente en este país con la arraigada costumbre de que las reglas son perfectamente violables, y que solo hay que exigir que se apliquen en los demás, pero no en uno. Lo viví desde la escuela secundaria, tanto en compañeros como en padres de familia y profesores. Desde la escuela secundaria me preguntaba qué iba suceder el día que varios de mis compañeros fueran adultos ¿de qué no serán capaces si ya desde ahora aprenden de los adultos a ser tramposos? Hoy me toca verlo: Un Estado de Derecho agonizante.
Quizás sea un exceso decir que la mayoría de los mexicanos son corruptos, pero queda claro que se trata al menos de una minoría con el tamaño suficiente para sumergirnos en el caos actual, como un tumor canceroso, que en número de células es siempre minoría ante la cantidad de células sanas que tiene el cuerpo afectado, pero esa minoría es suficiente para terminar aniquilándolo, o al menos para ponerlo en serios aprietos.
La profunda debilidad del Estado de Derecho en México no comenzó ayer, no comenzó con la aprobación de la reciente reforma judicial, no comenzó con el resultado de las elecciones de 2018, comenzó hace muchos, muchos años, y no por obra de un gobierno o grupo político particular, sino como expresión del país que somos, no sé por qué somos así, pero la cultura de la corrupción y la trampa anda por todos lados, en muchos individuos que aspiran a ser uno de esos políticos corruptos a quienes tanto se señala y critica, pero que no vinieron de otro planeta: salieron de nosotros mismos.
A mis 55 años, recordando que a los 12 años descubrí que mi país ya padecía el cáncer de la corrupción desde hacía quién sabe cuánto tiempo, no puedo menos que asombrarme de que a pesar de ello, este país no haya colapsado por completo. Este país sí que es un milagro mexicano.
Actuario
3 mesesYo no creo que sea un tema de mexicanos, es simple naturaleza humana.
Project Manager and Business Consultant
3 mesesExcelente reflexión
Ms. AI, MBA, Java, Lead, Design
3 mesesGracias por nadar contracorriente.
CONSULTOR ACTUARIAL en ACTUARIOS ASESORES
3 mesesMi estimado Doctor Erdely. Gracias por compartir tus experiencias. El "recte vivendi" Tomistico deja mucho que desear en " el vivir rectamente" de muchos mexicanos. Pero, somos muchos más los que queremos cambiar ese proceder tan alejado de las buenas costumbres.
Responsable en México
3 mesesYo pensé que era la corrupción, pero en la licenciatura, un profesor nos pidió analizar el problema de la realidad mexicana que consideráramos peor. Al empezar a analizarlo, me di cuenta que lo peor es la educación y ¿cómo se transmite la educación? Con el ejemplo… si ves que el #NarcoPresidenteAmlo se salta la ley casi por deporte, ¿qué ejemplo le da a la población? Y qué resultados obtenemos de eso? Por eso su lema es #abrazosNoBalazos a los criminales y a sus seguidores los llama “mascotas”… muy triste, complicada y cada vez peor situación la que enfrenta nuestro país… no queda más que educar y dar el mejor ejemplo cada día. Somos más!!! 🙏🙏🙏🙏