Mucho aplauso, pocas nueces

Mucho aplauso, pocas nueces

La nueva atmósfera en la que nos envolvió el coronavirus está provocando, inevitablemente, un impacto multidimensional en todo el mundo. Sin caer en especulaciones aventureras sobre cómo atraviesan socialmente este fenómeno en otras latitudes, podemos al menos analizar un poco lo que pasa en nuestro país, que lo conocemos un poquito más.

Entre los muchos comportamientos que esta cuarentena globalizada está despertando, asistimos a ciertas manifestaciones públicas desde el encierro que me interesa analizar. La cronología de este virus nos está permitiendo ver anticipadamente lo que pasa en el viejo continente e importar, entre otras cosas, sus gestos. Lo hacemos y nos sentimos – al menos el tiempo que dure esto – parte del mundo, de ese mundo que siempre miramos desde afuera, con la ñata contra el vidrio. Aunque nos demos cuenta que ni sus actitudes colectivas, ni sus decisiones políticas son todo lo perfectas que imaginamos, seguimos mirándolos con cierta adoración (y negación).

Así, vimos infinidad de videos de italianos y españoles aplaudiendo en sus balcones al personal dedicado a la salud. Acá no podíamos ser menos y ya empezamos a repetir el gesto, incluso dirigido a quienes hacen la recolección de los residuos. Sin dudas se trata de un reconocimiento merecido, pero me gustaría rascar un poquito la capa superficial de esnobismo que suelen recubrir estos gestos públicos para intentar ir un poco más al fondo.

Espero que la onda expansiva emocional no nos aturda, tapando lo que pasaba antes – y seguramente pase después – del coronavirus. No necesitábamos semejante pandemia para saber que la gran mayoría de los/as médicos/as y enfermeras/os, sobre todo aquellos/as que trabajan en el sistema de salud pública, ganan sueldos magros, trabajando muchas veces en condiciones inaceptables: contratos precarizados, equipamiento sub-óptimo, sin el descanso necesario, expuestos a situaciones de inseguridad, etc. Todo esto lo sabíamos, lo sabemos, no seamos hipócritas. Todo el arco político que hoy, en una emotiva unión también reconoce su trabajo, jamás se ocupó de resolver esto de fondo. Y mucha de la gente que los aplaude es la que satura las guardias durante el año usando la tarjetita de la prepaga como si fuera la SUBE, sin el mínimo criterio de urgencia para el que están destinadas esas unidades de atención. O la misma que hoy desobedece el pedido de aislamiento. También aquella que exige al médico que le recete tal o cual medicamento, o que ante cualquier problema en su salud lo primero que hace es acusarlo de mala praxis.

Lo mismo pasa con los héroes del camión recolector. Durante el año sacamos nuestra basura sin cuidarlos, tirando vidrios en las bolsas, mal cerradas, y no parece importarnos ni demostramos valorarlos en lo más mínimo. De hecho, muchos de los que los aplauden y suben emocionados el video a Instagram, son los mismos que toda la vida renegaron del sueldo que ganan “estos tipos que lo único que hacen es juntar la basura”.

Siempre nos gustó reconocernos como un pueblo solidario. Así nos vemos. Somos los que le damos una mano al otro. Los que salimos corriendo a donar un colchón o un paquete de arroz después de una inundación, organizamos una rifa para ayudar a comprar la ropa de los chicos de una escuelita de fútbol o le damos mensualmente un cheque a un comedor del que somos padrinos. Todas actitudes muy elogiables pero que no alcanzan. Es más, en muchos casos sólo contribuyen a sostener el statu quo de una desigualdad estructural. Nos gusta apagar incendios porque queremos llevarnos los créditos de eso. Queremos alimentar nuestro ego sintiéndonos héroes o endiosando a los mismos que cuando se apaga el fuego volvemos a bajarlos de un hondazo. No ponemos el mismo empeño en cambiar enfáticamente los problemas de fondo que hacen que a cada rato necesitemos salvadores que aten todo con alambre.

¿Acaso no hay algo de lo que podamos hacernos cargo todos los días? ¿Será que nos sienta bien el traje de héroes para salir a socorrer cuando el agua nos tapó? ¿Será que la mística del salvataje heroico nos seduce más que el respeto cotidiano por el otro? ¿Acaso nos acordamos del prójimo de manera reactiva, sólo cuando nos sacude un espasmo de solidaridad o cuando una situación de crisis desnuda la esencialidad de ciertas profesiones? ¿Será que estamos más cómodos aplaudiendo a los “héroes” que cambiando nuestras actitudes cotidianas e invisibles? ¿Será que somos realmente solidarios o sólo nos la creímos?

Pablo Adrover

Emprendedor | Comercial | Ventas | Gestor de proyectos | Licenciado en Administración de Empresas | Productor de seguros

4 años

Continuando al ritmo del tango que bien describe Agustín y de este lunfardo que tanto nos identifica,  que  nos “llena” de esa falsa ilusión del argentino culto y europeizado,  del solidario, del bondadoso, del patriota. Creo que la seguimos mirando de afuera, “que cambien ellos”, como si fuésemos ajenos a nuestra propia realidad, como el famoso Chiquilín Enrique Santos Discépolo… Será otra de las cosas que nunca se alcanzan?

Santiago Díaz Morello

Operations Manager | Logistics Manager | MBA | Ingeniero Industrial

4 años

Si solo entendiéramos y dejáramos los héroes para la imaginación de nuestros hijos y nos preocupáramos por cumplir cada uno con los procedimientos o lo que nos corresponde en el día a día, todo seria mas fácil. Entenderíamos que es mas sencillo de lo que pensamos y dejaríamos de esperar estas situaciones mitológicas que creemos "fundamentales" para nuestra vida. Excelente nota Agustín, que comparto totalmente.

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