Micro relatos pandémicos: trabajo en casa.
Es un día más de pandemia. Ya no registro de cuál se trata; no saco el nombre ni el número. ¿Será martes? ¿10, 11 o 23? A gatas acierto el mes. Lo que sí tengo claro es que la pseudo oficina que monté como bunker laboral está lejos de los estándares de privacidad a los que aspiraba. Tal es así que mi niña de cinco años se ocupa de penetrar el cordón de seguridad cada cuarenta minutos. Mientras miro de reojo las notificaciones de emails que van llegando para amontonarse en mi bandeja de entrada, atiendo a mi hija – con una mezcla de amor y culpa – y le dedico unos siempre insuficientes minutos.
Retomo luego mis quehaceres laborales. Logro borrar de la pizarra algunos pendientes, cuya tinta ya había cobrado vida al punto de encenderse cual cartel de neón para rogar atención. Cada tema resuelto y eliminado de la pizarra se festeja como un gol de River, pero para adentro. Tengo claro que el día que se me escape el grito será momento de internarme, o al menos, recurrir a algún tratamiento ambulatorio.
Promediando el día, luego de varias repeticiones de la escena antes descripta, me invade una rara sensación de satisfacción. Más allá del efecto dejavú por las interrupciones constantes, siento estar controlando la situación. De alguna forma creo estar dominando esto del home office que se vino de prepo. Hasta tengo tiempo de ojear un artículo en Linkedin que habla de las bondades del trabajo en casa y es tratado con la misma profundidad que una revista de ocio a una salida de fin de semana. Y ahí, cuando estoy casi convencido de estar en el mejor de los mundos, suena la alarma. Se trata del llanto del niño, el más chiquito que no llega al año. Termino de hablar con un cliente y bajo a atenderlo. No hacía mucho que se había dormido, con lo cual recurro a intentar que concilie el sueño nuevamente.
Ya ubicado en su cochecito, mientras comienzo a empujarlo, diseño mentalmente una ruta somnífera que contribuya al objetivo planteado. Avanzo por el pasillo hasta la cocina, rodeo la mesa, vuelvo al pasillo, hago un eslalon en el living y repito la rutina. Así, unas sesenta y dos veces, empujando el carro con una mano y atendiendo clientes con el celular en la otra. Hace cinco vueltas que está dormido pero mi protocolo me obliga a no subestimar la capacidad que tienen estos sujetos de pasar de off a on en un instante. Cumplo con las dos vueltas adicionales de rigor y decido estacionar la nave, vaticinando con aires triunfales poder contar con una horita de tranquilidad para cerrar los pendientes y pasar al plan familiar. Cuando estoy por detener la marcha ingresando al living, pierdo la concentración y la rueda delantera derecha roza el marco de la puerta provocando una no tan sutil sacudida del vehículo. Dicho roce ocasiona la debacle, el caos absoluto. Alarma activada. Hablame de home office, Linkedin. Decime que el futuro ya llegó y vino para quedarse.
Gerente - Escuela de Negocios
3 añosLa vida misma, hermoso relato Agus!
Filosofía del Management. PhD. Investigadora, autora, consultora.
4 añosSweet!
Board Member & Corp Governance Consultant | MBA IAE | Angel Investor | Gender Activist | Giver
4 añosQue lindo texto Agus! Es tan real, vino para quedarse sin duda pero con cuanto hay que lidear en el medio y cuantas nuevas habilidades tenemos que desarrollar. Estos dias tuve mas presente que nunca a Darwin la supervivencia del más apto está tan presente.