Nadie se pone mas joven
La conciencia de la finitud de la vida nos impulsa a reflexionar sobre el valor del tiempo y a buscar un sentido a nuestra existencia. Su paso, no solo marca el envejecimiento físico, sino que también moldea nuestra identidad. Cada experiencia, cada aprendizaje, cada relación deja una huella en nosotros y con ella, transformación permanente. La juventud, en este sentido, es más que una etapa de la vida; es un estado mental, una sensación de vitalidad y apertura al mundo.
No es entonces la dimensión de nuestra finitud una sentencia de muerte, sino un llamado a la vida. Es un recordatorio de que cada momento es valioso, una invitación a vivir con intensidad y propósito. El paso del tiempo, lejos de ser un enemigo, es nuestro más fiel compañero. Moldea nuestro carácter, enriquece nuestra alma y nos enseña lecciones que ninguna escuela podría impartir.
Aquí, el tiempo no solo es un flujo constante, sino también una fuerza creativa y destructiva. Crea nuevas vidas, nuevas culturas, nuevas ideas, pero también destruye lo que alguna vez existió. La naturaleza cíclica del tiempo, presente en las estaciones del año y en los ciclos de la vida, nos recuerda que todo es temporal y que la impermanencia es una ley universal.
Aceptar la finitud de la existencia no significa resignarse a la tristeza o a la desesperanza. Por el contrario, debe ser asumida como la mejor de las excusas para vivir cada momento al máximo y para dejar una huella positiva en el mundo. Para apreciar la belleza del presente y construir un futuro más significativo.