Nos sobramos y nos bastamos
Nosotros nos bastamos, somos autosuficientes. Esta idea directa y sencilla es, probablemente, la viga maestra que sustenta todo el andamiaje sobre el que se sostiene lo que hoy muchos entienden por progreso. Ella es la que dirige buena parte de los avances tecnológicos que, en una sociedad hiper tecnificada, guía también nuestra manera de estar en el mundo y nuestra forma de proyectar el porvenir. Pero, a ese nosotros nos bastamos se le ha añadido un matiz cada vez más acusado, característico de la indolencia y soberbia que, en ocasiones, obnubila al ser humano. No solo nos bastamos, sino que nos sobramos. El ser humano se sobra y se basta. Así que no hablamos solo de auto proporcionarnos lo justo y necesario, lo suficiente, sino también de ser capaces de propiciarnos lo que excede, lo que va más allá de lo necesario.
Nos bastamos cuando nos decimos que podemos recorrer de punta a punta al mundo en solo unas horas, nos sobramos cuando vendemos viajes al espacio. Nos bastamos cuando aumentamos nuestros años de vida fisiológicos (obviemos eso de la esperanza de vida, porque la esperanza camina por otros derroteros que nada tienen que ver con los años cumplidos), y nos sobramos cuando apuntamos a alargar la vida hasta los ciento cincuenta años con la vana esperanza de la inmortalidad, creyendo que son los años los que dan la vida, sin darse cuenta de que se puede estar inmortalmente muerto. Nos bastamos cuando invadimos y creemos domar falsariamente la naturaleza, y nos sobramos cuando pensamos que podemos trasladar cualquier ecosistema donde deseemos sin que nada se altere.
Una nueva estirpe de ciudadanos Kane tecnologizados dan por agotada la tierra donde han generado sus riquezas y, como apóstoles de un nuevo mundo, como nuevos Moisés que abrieran aguas, llevan a su pueblo a lugares desconocidos e impensados donde volver a imponer nuestro dominio. ¿Por qué? Porque en sus mentes impera la idea de que nos sobramos y nos bastamos. La fuerte dependencia que se ha establecido en torno a las creaciones de estos mesías obligan primeramente a escucharlos y, en muchas ocasiones, por temor a la propia supervivencia, a obedecerlos. En esa sumisión se deja uno llevar hasta, incluso, convencerse de la idoneidad de ese camino, de su inevitabilidad, como una auto profecía cumplida. Y lo que ayer pareció un disparate, hoy puede ser una realidad deseable.
Entonces, vienen a mi cabeza aquellas películas setenteras donde el futuro se dibujaba aséptico, como una burbuja, y donde el placer del comer, pongamos un ejemplo muy gráfico, se transformaba en algo funcional que se ventilaba con una pastilla que cubría todas las necesidades proteicas y vitamínicas. Aquello, lejos de maravillarme, me parecía sumamente atroz y triste. El ser humano podía vivir muchos años, pero eran años sin placer no dolor, un poco al estilo del mundo feliz de Huxley. Y casi sin solución de continuidad, cuarenta y pocos años después hallamos personas maravilladas porque una impresora en tres d puede fabricarte un filete con el mismo sabor y las propiedades que uno real. Personas convencidas, además, de que su solución es la panacea para evitar el colapso medioambiental. Ante la incapacidad de abastecernos a todos (más bien al primer mundo), ante el deterioro ecológico que provocan las prácticas intensivas, fabriquemos nuestros propios filetes. Ya no hacen falta huertos ni granjas, ni nada que se le parezca, ni tampoco harán falta supermercados, solo una buena impresora y abastecerse de los ingredientes necesarios. Nosotros nos sobramos y nos bastamos.
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Nuestra relación con la naturaleza, en ese hipotético futuro que divisan los nuevos apóstoles tecnológicos, troca su explotación intensiva por nuestro aislamiento de ella, su invasión alocada por nuestra ignorancia hacia ella. Un nuevo ecologismo que preserva la naturaleza a base de hacerla innecesaria. Pero, ¿alguien piensa que el ser humano y su deriva respetará lo que no considera necesario?
En ese futuro que algunos dibujan, y esa es la gran alteración con la historia que nos precede, ya no seríamos antropocéntricos realmente, porque nada habría girando alrededor del hombre que da la espalda a todo lo que orbita en su derredor, que se aísla y crea sus propias burbujas. Más bien nos convertiríamos en una suerte de antropófagos que, en ese alejamiento aséptico, irían devorándose a sí mismos su raíz más humana, para convertirse en seres deshumanos más que humanos. Alejarse de lo primario, y pocas cosas hay tan primarias como lo natural, es perder la perspectiva, escribía Chesterton. Aun hay tiempo de acercarse a lo primario, de abrir una nueva senda, de recuperar la perspectiva, de contemplarnos con la humildad de quien no se sobra ni se basta. Siempre, siempre hay tiempo. Nunca, nunca es tarde.