Notas de un olvido
Éramos pocos los que ya no olvidábamos cosas. La memoria se estaba muriendo y cada día eran más las personas que estaban inmersas en un constante olvido. Desde el simple hecho de cerrar un grifo, hasta el crítico gesto de no apagar el fuego de la cocina cuando era evidente que la cazuela repleta de caldo, verdura y lentejas ya había logrado su punto. El caos era una propagación imparable en todos los rincones del planeta, y la inexplicable pérdida de recuerdos iba anudada a ella. La naturaleza en cambio seguía su curso. Y lo importante, de pronto, había dejado de existir porque pocos nos acordábamos de lo que había sucedido dos minutos atrás. Por primera vez, el futuro se mostraba tan vacío como el pasado.
Los suicidios habían invadido las aceras de cuerpos rotos y ensangrentados. El instinto lo había vuelto todo muy grotesco, o diría incorrectamente descriptivo. Muchas casas habían cerrado sus puertas, corrido sus cortinas, bajadas sus persianas. Solo me tranquilizaba el silencio. Lo positivo era que el olvido acallaba el dolor y la tristeza. Aunque por otro lado, había aparecido la desconfianza, que llenaba de armas blancas y negras los bolsillos. Al menos, el olvido mataba cualquier tipo de arrepentimiento. Y en tanto, el dinero había perdido su utilidad, y la pobreza en cierta manera también. La salud era sorprendida por muchos decesos, y todo, que era más de lo que se pudiera enumerar, se había reproducido en apenas dos meses como una plaga de langostas en el desierto de Kenia. No había manera de saber por qué el cerebro había decidido dejar de recordar. De pronto, eran cada vez más las cabezas que poseían un exacto agujero negro en la memoria, como si un meteorito hubiera causado un enorme vacío en su interior...
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