Nuestro Asunto, El Diputado y Yo.
Cada cuatro años, quienes habitamos el Señorío de Cuscatlán, entre los límites del Río Paz y Guascorán, somos llamados a asistir a esa gran fiesta cívica. Verificamos nuestro derecho de admisión. Nos presentamos a las urnas. Allí es el festín. Reclamamos y marcamos la papeleta propia del ejercicio del sufragio. Ese es el brindis, nuestro privilegio y obligación.
Vamos, aglutinados por nuestra identificación como “ciudadanos de la república” y motivados por cualquiera de los eslogan, que los interesados en contienda, aspirantes y gobierno de turno, tienen para “ preservar o renovar la clase política” y así “ mantener o cambiar el rumbo de nuestro país”. Obedecemos que ese gestor se manifiesta de varias maneras. Toma una representación como partido político, amparado en un símbolo, e. g., un tecomate, sombrero o casita, que puede tener su historia, asociación y filosofía política. Una de sus personalidades, la cara más visible o popular del partido, que implora tengamos confianza en su equipo. Luego, por nuestro flamante candidato a diputado, identificándose por su fotografía en la papeleta.
Desde mucho antes que “nos pidan el voto”, los tres gestores nos han seducido afirmando que son mejores y “merecen aquellito [sic]”. Pero en “campaña y sin pelos en la lengua”, ahora somos el foco cintilante de su atención, razón de su existencia, y objetivo de sus esfuerzos. Su “alfa y omega”. Al ciudadano le ilusiona esta oferta, agregándole a la receta, criollas aspiraciones de bonanza y la fe que se concretizara la promesa del gestor ambicionado. Resueltos por que sea verdad, hemos votado bajo la calidez del sol; aridez del asfalto; amenaza de las balas; venciendo nuestras limitaciones físicas; superando distancias y gastando nuestro presupuesto. “Semos buenos”.
Entregadas las credenciales, escuchamos a los “analistas” haciendo sus pronósticos con igual atención, como haríamos con el chaman mientras, arroja huesos al piso polvoriento e interpreta nuestro destino. Quiero escuchar de cambios en mi entorno, que afecten positivamente al mercado laboral, me permitan incrementar mis ingresos, tener seguros mis ahorros y lograr la trascendencia de mi patrimonio. ¿Puede gestionar que instalen servicios básicos, nuestro diputado? Le toca al alcalde. ¿Reparar la calle? Le toca al MOP. ¿Seguir y aprender al mañoso? Le toca a la PNC. ¿¡Y ahora quien podrá defenderme!?
Pongo mi barba en remojo, por que NO SE PARA QUE ME SIRVE A MI. Soy quien los eligió y les paga. Cada uno de ellos y, quienes trabajan en ese complejo de edificios llamado Asamblea Legislativa es “mi empleado, mi servidor público”. Veo que su lealtad no es a mí. Es hacia el partido al que pertenecen, y los diversos intereses que se mueven entre esos pasillos. El partido se llena de correligionarios, que velan por sus lideres. Ambos buscan su permanencia en el cargo y la destitución del contrario, precisamente en ese acto privilegiado del sufragio.
Se dice que es elegido por nosotros, “quienes habitamos el Señorío de Cuscatlán”. Y nos sale caro tenerle allí, con sus aliados, y el partido. Con todo lo que dicen que necesita o, le hace falta para cumplir con sus funciones. Entiendo que la función del diputado es legislar. Pero igual se que hay muchos que no asisten a las “plenarias” ni a las “Comisiones”. Que se recetan aumentos, justifican viajes, cursan capacitaciones, gozan vacaciones... pero, ¿como me han sido útiles o de beneficio?
NUESTRO ASUNTO es valorar si debe existir la figura del Diputado y su emporio. Luego si, este “servidor” tiene que “servirme” de maneras que yo pueda evaluarle. Que su lealtad sea a mi. Pues es un hecho que yo “lo coloco y lo quito”. Yo deberé resolver mi ignorancia con respecto a sus funciones aprendiendo y extendiendo mi cultura cívica. Que esta persona que esta a mi servicio, me atienda cuando lo requiera, pues es somos EL DIPUTADO Y YO, “mi servidor público”.