Nuestro tiempo: ¿cuantitativo o cualitativo?
Todos queremos vivir mejor. No cabe duda de eso. Sin embargo no todos, más allá de ese deseo, nos ponemos en marcha hacia esa meta. Yo, el primero, muchas, muchísimas veces digo: “… ¿y quién me manda a ser esto o lo otro?... ¡cómo me gustaría dejar de hacer esto para hacer aquello!...” y tantas otros pensamientos que tengo, muchos más de lo que quisiera aceptar.
El primer paso es, entonces, tomar conciencia de este cuestionamiento que nos hacemos y darle el lugar que merece sin, instintivamente, hacerlos a un lado como si ello fuera nuestra responsabilidad para seguir adelante.
Y no nace este pensamiento justamente de nuestra mente, racionalmente, sino que nace como resultado de nuestras emociones y nuestro sentir interior y corporal, que nunca van separados. Nos sentimos mal, nos cuesta caminar, nos sentimos sin energía. Luego nos sentimos sin motivación, con sinsabor por las mañanas. Encontramos rutinario el día a día y nos fijamos en nuestra agenda cargada de cosas.
Vivimos en este mundo, en el que sin dudas tenemos responsabilidades que cumplir. Pero pareciera que la responsabilidad de darle lugar a lo que “sentimos”, en “nuestros” distintos momentos, no son permisibles porque priman esas responsabilidades por encima de todo. Y, hacemos a un lado nuestros estados de ánimo, nuestros sentires más profundos.
Nos decimos: “no puedo estar así”, “tengo que estar fuerte”, “no puedo dar lugar ahora a esto que me pasa en mí”. No son sólo momentos. No me refiero a eso. Más que todo me refiero a etapas de nuestra vida. A estados de ánimo asociados a esas etapas. Momentos, períodos de nuestro camino. Etapas. Uno, yo, lucha contra ellos. Porque nos hacen sentir incómodos, porque creemos que nos sacan energía, porque no nos aportan para hacer lo que “tenemos” que hacer, porque no podemos permitírnoslos.
Y entonces, cada tanto y como me pasó a mí, uno tiene la suerte de encontrarse con alguien, de conversar con alguien que te da, no la respuesta, sino ese espacio y razonamiento que te permite que le des otra mirada a eso que te pasa, que permite que observes de otra manera eso que te pasa, y que… no sé bien cómo decirlo, te da la libertad, la seguridad, la razón para darte el lugar de dar lugar a tu sentir. Resulta entonces ese momento mágico, en donde de pronto, como se hiciera la luz, tu libertad para dar lugar aparece plena y fundada.
Entro entonces en lo que aquí vengo a decir:
Existen dos conceptos del tiempo. Uno cuantitativo y otro cualitativo. El primero es el que todos tenemos, por lo menos en el mundo occidental. Y el otro, el del hombre bíblico. Por favor, no se me vayan como yo puse cara de pocker cuando me hablaron de “hombre bíblico”… No sé yo tampoco definir con exactitud a qué refiere lo del hombre bíblico… Eso, créanme, no es lo más importante.
El tiempo cuantitativo es el que todos conocemos como dije, el que medimos por las cosas que tenemos que hacer. Está lleno de cosas para hacer, de tareas, de reuniones, de llegar a tiempo a…, de cumplir con…, de lograr aquello que nos propusimos, de dar respuesta a…, de hacer, hacer y hacer en una agenda bien establecida. Sin más, un tiempo cuantitativo, que lo medimos en función de cantidad de cosas que en ese tiempo pueden entrar para “hacer”.
Pero existe otra manera de entender el tiempo. El de la mirada de un tiempo cualitativo. Para mí, mucho más sabio. Mucho más cálido. Mucho más piadoso con uno. Mucho más, pero mucho más, repito, sabio. Que nos enaltece, que nos pone en un mirar más profundo y sin duda el que nos da la posibilidad de crecer.
El hombre bíblico mira el tiempo con mucha más perspectiva, más de lejos, no mirando lo puntual, lo del día a día. Lo mira desde una perspectiva de crecimiento personal. Dando lugar, con plenitud, a lo que transitamos según cada cual.
Hay entonces un tiempo para la tristeza y otro para la alegría. Hay un tiempo para dar y otro para recibir. Hay uno para liderar y otro para seguir. Un tiempo para la guerra y otro para la paz. Momentos para soñar y otros para tomar conciencia. Hay un tiempo para el resentimiento y otro para perdonar. Hay, un tiempo, para cada cosa.
Para mí ha sido enormemente revelador esta mirada del tiempo. No he dejado de hacer lo que tengo que hacer, pero sí me permitió y permite ser mucho más indulgente conmigo mismo. No me ha hecho escudarme en mis tiempos cualitativos para justificar mis compromisos y responsabilidades de un tiempo cuantitativo, sino todo lo contrario; me ha permitido ser mucho más capaz de discernir en los cuándos y cómo hacer lo que debo hacer en aquellas responsabilidades que tengo. Me libera de la armadura y coraza que me pongo a la mañana para enfrentar el día, revirtiéndolo para reconocer quién soy y cómo estoy, para entonces sí, saber cómo hacer lo que debo hacer.
Me he convertido en un observador diferente. Porque reconozco en mí el tiempo que me toca, dándole lugar a ello, lo más importante.
Qué precioso es aceptar la etapa que te toca vivir. Qué precioso es crecer a partir del reconocerte. Qué precioso es mostrarte cómo sentís. Qué precioso es poder dejar fluir lo que te toca para dar lugar a lo que viene después. Qué precioso es entonces, reconocerse en su propio tiempo.
Para mí, en consecuencia, la manera de resumir y concebir el tiempo es, que sí hay uno cualitativo y otro cuantitativo. Para mí y siendo realista, no hay uno y no otro. Están y conviven los dos. Pero uno incluye al otro transformándolo, mientras que uno excluye al otro. Tengamos la concepción del tiempo cualitativo, como relevante en nuestras vidas, para que nuestro tiempo cuantitativo, nuestra agenda cargada, esté llena de su sabiduría. La carga así, les aseguro, toma mucho más sentido y se hace mucho más liviana, permitiéndonos ir… sabiendo el tiempo que nos toca, y así, crecer en nuestro ser.
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6 añosMuy buena reflexión!