¿Para qué queres usar tu tiempo?

Hace unos meses me topé con el libro Pausa de Robert Poynton, del cual ya hablé en alguna de mis publicaciones anteriores. Uno de sus párrafos que, para mí, fue de los más impactantes, dice así:

 “Trabajar demasiado puede ser una vía de escape de nosotros mismos, tapa ese profundo pozo de ansiedad que nos genera lo que podría pasar si paramos. Si no estamos tachando una cosa de nuestra lista de tareas pendientes, ¿quiénes somos?”

 Descubrí entonces, que yo me había convertido en una lista de tareas pendientes, y decidí que quería ser algo más que eso.

 Esta es la historia de una chica que pasó de ser procrastinadora serial a referente de técnicas de gestión del tiempo, y aun así fracasó. Re-leyendo esta sentencia, quizás es la historia de una chica que estaba corriendo, perdida en un bosque, intentando encontrar el elixir del reloj, cuando sólo necesitaba sentarse un rato en la tierra y aprender a regular su ritmo.

 Si lo pongo en términos de tiempo, fueron muchas las horas que invertí en aprender a relacionarme con él: empecé con un típico curso donde aprendí a distinguir lo urgente importante de lo importante no urgente, y así. También aprendí la famosa técnica pomodoro, y trabajar en tiempos de 25’ con pausas de 5’. Reglaba cada minuto.

Más adelante me topé con algunos podcasts que me enseñaron que el multitasking no existe y que nuestro cerebro sólo puede cambiar rápidamente de tarea en tarea, pero no hay tal cosa como hacer dos cosas a la vez –perdón si esto todavía no lo sabías, pero nos cuesta 20 minutos concentrarnos en algo y sólo unos segundos en perder esa concentración.

 A todas estas técnicas que me parecían maravillosas, incorporé la agenda, porque entendí que cada tarea tenía que estar en un espacio, en una cajita, y que todo lo que no está en papel –o en el calendar virtual- está en la cabeza, y eso amigos, aumenta la rumiación.

Intenté amigarme con algunas apps también, como Clockify, donde reinaba la medición del tiempo. Al final del día terminaba con un dashboard que me mostraba los minutos que había invertido en cada una de mis tareas: si eran pocos, me frustraba por no haber trabajado las horas “socialmente necesarias”, si eran muchas, me frustraba porque el día sólo había tenido lugar para tareas laborales. Fue ahí cuando le dije adiós al dashboard.

Durante todo ese tiempo, sentí que me había vuelto más productiva. "Ya no soy una procrastinadora serial, soy una gurú de la gestión del tiempo", me decía –con risa- a mí misma. Pero, ¿saben qué? el tiempo, igual, no me alcanzaba. Y a esa carencia, se le sumó el estrés.

¿Qué hice entonces? Comencé a hacer las famosas pausas de las que habla Poynton en su libro y las agendé: leer antes de empezar el día; desayunar fuera de la compu; dar una vuelta a la manzana; yoga; apagar la computadora a horario; poner el celular en modo avión a partir de las 23hs. Y la lista continua…

Pero, la pausa me estaba retrasando, porque seguía asociando productividad con velocidad. Poynton dice que la pausa no puede ser parte de tu lista de pendientes, y justamente eso me estaba pasando a mí. Había agregado pausar a mi “to do list”.

Y ahí descubrí, que no se trata de encontrar la pausa en el reloj cronometrado, no se trata de administrar las 24hs como si fueran un bien escaso, preciado y dotado de valor monetario; se trata de encontrar el ritmo.

Decidí hacer una última inversión, tomar el último aliento, adentrarme en la aventura final que me llevaría a mejorar mi relación con el tiempo. Y la fui a buscar a ella, a la verdadera gurú del tiempo: Sofía Contreras.

Sofía, habla del concepto de energía, y nos cuenta –vaya sorpresa- que la energía es una sola. La clave es no dispersarla, sino asignar la energía a prioridades específicas. Definir a dónde vamos será lo que guíe esa energía. Y entre tantas preguntas, Sofía nos hizo la pregunta del millón: ¿Para qué queres usar tu tiempo? Nadie me había hablado de esto antes.

Es como hacemos en una sesión de coaching: por un rato, olvídate del por qué, de las excusas y explicaciones, olvídate del cómo y anímate a la pregunta ¿para qué? Te aseguro, que cuando te preguntas eso, sí o sí, haces una pausa. 

No hay desperdicio de energía, si sabes cuáles son las prioridades en tu vida. Y no hay necesidad de embarrarse en herramientas de gestión del tiempo, cuando quizás, debas aprender a encontrar tu ritmo.

Cuando leí en el libro de Poynton “los superocupados son los nuevos vagos” paré mi lectura, fruncí el ceño y hasta me enojé unos segundos con el autor. “Yo no soy ninguna vaga señor Poynton”, le contesté en mi mente. Pero seguí leyendo: “estar ocupado mantiene todo igual, frenético, pero inmutable. Es una manera de no enfrentar algo, y eso es de vagos.” Y ahí entendí, que no era vaga cuando me auto definía como procrastinadora serial, era vaga porque no me estaba haciendo cargo de otra cosa que no fuera trabajar.

Hace un mes decidí hacer una pausa, porque elegí dejar de creer que la velocidad era igual a la productividad y empecé a pensar en la pausa como amiga de la reflexión y la sabiduría.

“Una pausa permite que suceda algo que de otra manera no sucedería y tú nunca podrías llegar a saber muy bien de qué se trataba”

dice nuestro amigo Poynton. No tengo idea de qué vendrá después de esta pausa, pero sólo lo sabré porque me animé a hacerla.