Basilio, rey de Polonia, revela la existencia de su hijo, Segismundo, a quien ha tenido prisionero por un negativo vaticinio de las estrellas, y a quien liberará para probar su personalidad. Si acaso la predicción se cumple lo devolverá a prisión. Segismundo, al despertarse en palacio es puesto al corriente de su nuevo futuro y se comporta terriblemente, por lo que nuevamente es llevado al encierro en donde despierta creyendo que lo ha soñado todo. Finalmente el pueblo libera al príncipe Segismundo, quien se enfrenta al ejército del rey y triunfa, tras lo cual le pide perdón y ambos se reconcilian.

Esta obra de teatro de Calderón de la Barca viene a ser una continuación del proceso evolutivo instaurado por Lope de Vega en el desarrollo del Barroco, en donde predomina el drama. Se caracteriza por la presentación de oposiciones, el palacio de Basilio frente a la torre de Segismundo; el carácter de Segismundo que aparece como mitad hombre, mitad bestia; el carácter de Clotaldo, anciano y erudito, frente al de Clarín, ingenioso y cómico; incluso, claro, la realidad frente a la ensoñación. Esta serie de oposiciones, juegan también a mostrar una suerte de dualidad latente en lo cotidiano, rasgo del Barroco.

Aunque son muchos, variados y profundos los temas subyacentes que pueden examinarse en esta obra, es la oposición del libre albedrío frente a la predestinación el tema de mayor peso, sobre todo considerando la coyuntura sociocultural de la época en la que fue escrita y representada. La reforma luterana se volcaba hacia la predestinación, afirmando que la salvación del hombre no dependía de sus acciones, sino de la Gracia o de la Fe. La contrarreforma católica apostaba por el libre albedrío, y Paulo IV incluso hablaba de un Dios riguroso que utilizaba el castigo para ajusticiar la conducta de los hombres.

En cuanto a la estructura, se divide en tres actos, el primero incluye silvas pareadas, décimas, romances y quintillas; el segundo incluye romances, redondillas, silvas pareadas y décimas; y el tercero incluye romances, octavas reales, redondillas y silvas pareadas. Se destaca aquí el tratamiento de los discursos, porque no se ven «encorsetados» dentro de los límites que imponen la métrica y la rima, sino que dentro de ellos alcanzan calidez humana y emotividad variada, que se corresponden al sentimiento y razonamiento de personajes distintos que van intercambiando sus pareceres y que van mutando, también, en el transcurso de los tres actos.

Pedro Calderón de la Barca fue educado en los colegios de la Compañía de Jesús, en donde se hizo de los sistemas de pensamiento de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, aunque también se deja entrever en su obra la influencia de la filosofía neoplatónica. Navegando entre lo racional y lo instintivo, entre un pesimismo casi natural y una fe en la Providencia, es el último autor con el que se cierra el Siglo de Oro del arte y las letras castellanos, y que hasta hoy día, con «La vida es sueño» sigue guiándonos en el camino de la escritura.