Perseo en el mágico mundo de la posverdad (versión 2023)
Como lo advertía el politólogo italiano Giovanni Sartori, nuestros procesos de abstracción han ido disminuyendo en la vida cotidiana. Nuestros actos están cada vez más definidos por la emoción que por el pensamiento. Dos emociones en particular se han adueñado de la psiquis colectiva: el miedo y el deseo. Aquellos capaces de despertar nuestros miedos o reafirmar lo que queremos creer tendrán sin duda nuestra atención. El uso irresponsable de este conocimiento está llevando a las sociedades contemporáneas al absurdo. A nivel internacional experimentamos un crecimiento en las reacciones autoritarias, el #populismo, la polarización social y política que amenazan las bases de nuestras instituciones democráticas, que ya cuentan con un deterioro en su credibilidad, junto con toda nuestra estructura institucional.
Ante la debacle en la credibilidad de la clase política, la #posverdad se ha apoderado del escenario. Los alegatos de los personajes en el gobierno o en la oposición han perdido fondo y han quedado en una simple superficie que solo nos sirve para vernos reflejados. La posverdad, definida por el diccionario Oxford como lo ‘relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal’; es el síntoma que anuncia que nuestros sistemas colapsaron y nuestras sociedades están eligiendo deliberadamente creer mentiras mejor aderezadas que verdades sin emoción. Así, la capacidad de producir una mentira lo suficientemente deseable se está volviendo el reto del mercado. En el mundo posfactual la búsqueda de la verdad no es compleja, es inútil.
Hoy en México vivimos en un dualismo que roza la locura. La mitad del país opina que no vamos por buen camino, que las principales enfermedades de México: la corrupción, desigualdad, impunidad e inseguridad se han incrementado durante los últimos cinco años, que los libros de texto con los que estudiarán nuestros hijos el año escolar que está por iniciar significarán desviación y estancamiento en su proceso educativo, hay datos y argumentos sumamente convincentes para sostener estas afirmaciones. Sin embargo, la otra mitad prefiere creer la historia que se les cuenta cada mañana, en la que la #corrupción, la #desigualdad y la #impunidad casi han desaparecido, y la seguridad va mejorando poco a poco, comparado con lo que sucedía hace 12 años. Que el país va por buen camino y, en términos generales, “requete bien”. En esa dualidad de realidades, construida con verdades a medias, hemos vivido más de un lustro. Un contexto de falta de certeza refuerza la tendencia social de vivir con base en prejuicios. En esta realidad que construimos, el debate ya no es de ideas dentro de discursos sino de ideologías que se expresan y refuerzan a través de memes.
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En 2024 los políticos enfrentarán una decisión fundamental para la sobrevivencia de nuestra democracia: caer en la tentación de lanzar una propuesta vacía, que refuerce las creencias de un sector de la población, o asumir el reto de conectar con un sector mayoritario a través del elemento más disruptivo en tiempos posfactuales: la verdad, asumida como la aceptación de la crisis del sistema político-social mexicano y la propuesta de soluciones a las problemáticas más urgentes, comenzando con la reconciliación social, en complicidad con la sociedad civil, representada en organismos de control y acción ciudadana que no necesiten el aval presidencial.
Confrontar nuestra plástica y falaz realidad con la Verdad puede considerarse un juego siniestro de espejos, como aquel que Perseo jugara con la medusa, pero es un ejercicio necesario, en el que políticos y sociedad podremos vernos reflejados, tal cual somos y, de verdad, actuar para provocar el cambio. La decisión es ahora: cortarle la cabeza a la medusa de la posverdad o permanecer inmóviles, como estatua griega, viendo cómo se desgaja México un sexenio a la vez.