Post Verdad
La notoriedad del adjetivo “post truth” (post verdad) que en rigor se reitera en el ecosistema comunicativo desde hace más de una década, fue catapultada al término de 2016 por los editores de los diccionarios de Oxford, al escogerla como la palabra que registró un mayor aumento de uso, particularmente en los escenarios políticos (un 2000 por cien).
No obstante dicho adjetivo busca describir además como nuestras emociones, creencias y pre-conceptos anteceden e influyen a la cristalización de nuestras creencias y actos a nivel intra-personal, ensalzando “nuestros gustos por sobre los “hechos objetivos” (Dr. Mike Moss, Oxford University) y potenciando el efecto banwagon (o efecto de arrastre) que no solo ha sido efectivo en la industria de la moda, sino además en los colectivos de Opinión Pública que si bien cristalizan y producen “colapsos de realidad” (Bohm) en las coyunturas políticas, determinan y construyen además las tendencias sociales que dan vida a las decisiones cotidianas.
Su acepción anglosajona nos informa además que esta idea intenta reflejar lo “perteneciente a un tiempo en que un concepto específico se ha vuelto insignificante o irrelevante” (ejemplo en las ideas de post-guerra o pos-modernismo) para marcar un punto concreto del tiempo donde una idea o situación es superada por otra que la toma como referencia para suplirla (expresar algo que queda “detrás de” y para destacar “algo que viene después de” según la RAE).
¿Que vendría entonces, luego de la caída de la verdad?, o que ocurría con las sociedades modernas si se acepta que en el “tiempo futuro” (construcción colectiva y dependiente de nuestras miradas de la realidad) la verdad se volviese tan irrelevante o insignificante como en su momento deslizara el arte retórico relativista y escéptico de los sofistas Protágoras o Gorgias, para quienes “el arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla” y lo llaman la conducción de almas (que Platón definió como la captura de almas).
Para Protágoras el dominio de las palabra y la persuasión sirven para conducir a otros y así “poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles” (Protágoras).
Si rescatamos tales ideas podremos observar como las llamadas “conmociones democráticas” o “votos de castigo” que ponen en vitrina el concepto de post verdad son un efecto de prácticas de toda la vida, implementadas a través de las nuevas tecnologías.
Estas verdades construidas o “verdades truchas” (como le llaman mis amigos argentinos) se debaten con los efectos de los síntomas de la desafección de los ciudadanos hacia sus élites y hacia las instituciones que no les representan como plataformas políticas y empresariales, “en un fenómeno que es a la vez global y local” (Ghemawat, 2016).
Así las técnicas que articulan el fenómeno de la “post verdad” no pasan de ser las formas de manipulación de toda la vida, secuenciadas desde la antigua Grecia hasta los tiempos modernos, o como indica De Oñate (2017): “donde lo objetivo y lo racional se difumina frente a lo emocional, o frente al empecinamiento de sostener la propia creencia a pesar de que los hechos demuestren lo contrario”.
Entonces, ¿Cuál es la novedad en todo esto?
probablemente parte de la respuesta se encuentra justamente en “la oscuridad del problema y la brevedad de la vida humana” como declaraba Protágoras (sofista tradicional); es decir, en la dificultad que tenemos para dar con la fuente y origen de las informaciones para determinar si son fidedignas (oscuridad), particularmente en el estado de velocidad con que ocurre todo en la Web (brevedad). Estos son elementos que explican en parte como es que algunos insustanciales argumentos construidos como divertidos cebos por sus adolescentes creadores, fueron expuestos por cadenas y medios formales, e incidieron en los ciudadanos norteamericanos.
Opinamos que la dupla oscuridad-brevedad es la variable que inocula una cuota de brutal incertidumbre en la ecuación del voto de las actuales mediáticas elecciones y votaciones, dejando con la boca abierta a más un sociólogo y empresas de estudios de mercado. Si agregamos a la ecuación la segmentación-espejo a la que empujan a sus usuarios los algoritmos de patrones que usan las redes sociales (el sujeto se refleja junto a sus iguales), veremos con claridad que nuestras redes nos dicen lo que “queremos escuchar” y aprendemos a decirles lo que “debemos contestar”. Y así es como las creencias personales diluidas en el grupo le ganan la partida a la lógica de los hechos.
Dr. Francisco Javier Garrido
Fellow if The Royal European Academy of Doctors (RAED)
Fundador del Harvard Business School Corporate Level Strategy Group (HBSCLS)