“Quédense aislados, ya que quieren ser tan indisciplinados, pues quédense allá con su indisciplina y déjennos a los demás combatir el virus”
Tengo 43 años, 15 los viví en Guayaquil, y desde este frió quiteño, se me parte el alma a ver como ofenden a la tierra que supo abrazarme, a los guayaquileños que me abrieron su casa, me dieron de comer, llenaron mi juventud de alegría y forjaron mi carácter.
Nací a 200 kilómetros del Cerro Santa Ana, en una ciudad andina. Toda mi niñez, la pasé contemplando al Chimborazo, y mientras me preguntaba, ¿Qué paisajes se podrían observar desde su cima?, nunca imaginé que la vida me regalaría el privilegio de hacerme varón, en pleno corazón de un barrio popular del manso Guayas.
Guayaquil caliente
En un bus interprovincial, en una madrugada del 94, inicié mi viaje a la costa. El calor de la mañana me despertó en medio de una multitud, era el terminal terrestre de la ciudad más grande del Ecuador. Ya en el bus, al pasar por el Mercado Sur en el Malecón, el olor a mariscos y el bullicio de los comerciantes me dieron la bienvenida. Unas cuadras más adelante, me esperaba mi destino. El barrio de las Peñas, sería el lugar donde empezaría mi vida universitaria en la ESPOL.
Fui a matricularme en el pre politécnico, sin conocer dónde viviría. Me subí a un bus, y mientras más se alejaba del centro, una sensación de vértigo recorría mi cuerpo. Lejos quedaban los altos edificios de la “9 de Octubre” y los parques con sus jardines, de apoco, el asfalto de las calles desaparecía.
Era el suburbio oeste de Guayaquil, donde con pie derecho, me bajé del bus. Calles etiquetadas con letras y con números no me dejaron perder. Llegué a mi nuevo hogar sin avisar, mi nueva familia no solo que no me conocía, muchos no sabían que, en Riobamba, tenían al más joven de sus primos.
Amor, eso fue lo que sentí el instante en que conocí a mis tíos costeños, que sin excusas me brindaron su casa y su cariño.
¡Regionalista gil!
Todo un privilegio, fue vivir en el suburbio, donde tuve la dicha de conocer a los monos del Guayaquil profundo, a los guayacos madera de guerrero, que enfrentan las adversidades de la vida, con una sonrisa llena de optimismo.
Fueron en esas calles en las que aprendí, que hablar claro y sin máscaras no es sinónimo de mala educación, que bañarse con un balde de agua no te hace más feo, que las paredes de bloque lucen hermosas cuando hay amor, que tomarse una cerveza en la vereda no te hace menos caballero y que la vida se la gana luchando día a día.
Yo no sé a dónde voy, pero sé muy bien de dónde vengo. Yo vengo de ese Guayaquil de mis amores, en donde si no se trabaja, no se come. Vengo de una Perla con calles llenas de soportales invitando a coger el fresco. Vengo del barrio, donde todos se conocen y se respetan. Vengo del puerto donde se trabaja de sol a sol y donde las monas no se andan con rodeos.
Soy el más guayaco de los riobambeños ¡a mucha honra!, y aunque me falte el swing del caminar de los guayacos, yo juré la bandera en esa tierra, mi primer amor, mi primera profesión, mi primer trabajo, mi primera casa y mi primera empresa, tienen dirección guayaquileña.
O más bien, soy un serrano queriendo ser guayaquileño, deseando con ansias que los 15 años de mi paso por Guayaquil, me hayan dejado un poquito de ese espíritu emprendedor que impulsa a los monos a generar riqueza, de ese optimismo que les permite levantarse a buscar el pan, de esa disciplina que les permite pensar en grande, de esa labia que convence, de ese corazón que sabe amar y de esas manos generosas que no supieron decirme que no.
Ahora que tú te mueres con tus pesares, déjame que te cante yo también.
"Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso" Albert Camus
Perdóname ñaño, perdóname porque a esta hora, unos malos paisanos no hacen otra cosa que ofenderte. Quiero que sepas, que los que te conocemos, te admiramos, que los que vivimos contigo, sabemos bien de que madera estás hecho.
¡Quéjate ñaño!, grita y putea a todo pulmón, déjales que sepan, a los que nunca tuvieron que pasar una necesidad, que tu queja es rebeldía. Que tus gritos dejen sordos, a esas tristes personas que, desde su casa de 300 metros cuadrados, con piscina, aire acondicionado y una alacena repleta de provisiones, se atreven a juzgarte.
¡Grítales ñaño!, déjales que sepan que no te sorprende la desidia de sus palabras, que no es la primera vez que te dejan solo y que no será la primera vez que salgas adelante a fuerza de tu trabajo y energía.
¡Cuídate ñaño!, cuida a tu familia, que mañana cuando todo esto termine, será con tu trabajo, que se construirá el futuro.
Tengo 43 años y los 15 que viví a las orillas del Estero Salado, me dejaron saber, que lo más hermoso que se puede ver desde la cima del Chimborazo, son las luces de la Perla del Pacífico, de Guayaquil la bella de verdes ojos, donde mi alma anhela estar, del Guayaquil de auroras gloriosas y fraguas de vulcano, del Guayaquil de mis amores.
“Yo sé que tú lo dudas, que yo te quiera tanto, si quieres me abro el pecho y te entrego el corazón”
Qué fácil es trascender con fama de original pero se sabe que entre los ciegos el tuerto tiende a mandar qué fácil de apuntalar, sale la vieja moral qué se disfraza de barricada, de los que nunca tuvieron nada qué bien prepara su mascarada el pequeño burgués Viva el harapo señor y la mesa sin mantel Viva el que huela a callejuela a palabrota y taller Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir la caravana en harapos de todos los pobres desde un mantel importado y un vino añejado se lucha muy bien desde una casa gigante y un auto elegante se sufre también en un amable festín, se suele ver combatir Si fácil es abusar, más fácil es condenar y hacer papeles para la historia, para que te haga un lugar Qué fácil es protestar por la bomba que cayó A mil kilómetros del ropero y del refrigerador qué fácil es escribir algo que invita a la acción contra tiranos, contra asesinos, contra la luz o el poder divino siempre al alcance de la vidriera y el comedor