Reflexión alrededor de un taller de escritura creativa
El "qué" se aprende en los libros y la escuela pero el "cómo" es algo personal y solo se consigue con la práctica continua de la escritura, con el diálogo íntimo entre el "escribidor" y la hoja y el obsesivo pero necesario hábito lector.
Lo anterior hace posible la construcción de historias de ficción, crónica, ensayo, historia. En general, todo lo afín al campo literario.
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El escritor se impone ante la sociedad, deja su huella en la memoria colectiva; la palabra fuerte y pura una vez llega al papel se impregna en la tierra, en el fuego, el aire y la mar, como si se tratara de una fina pieza de arte que será hallada, tarde o temprano, por los buscadores de la aventura humana en su paso por el planeta tierra, sin embargo, de no poder hacerlo, pues no es fácil publicar y mucho menos acceder a la exigente y esquiva aprobación del público. Ante esta cruel circunstancia, la más común y probable para millones de artistas, no queda otro camino que el de continuar el rumbo por la palabra, hacer de la búsqueda el fin más placentero.
El escritor no busca el éxito, sabe que este ha de llegar por el propio peso de su pluma. En muchos casos el escritor vaga por los talleres y las bibliotecas, de la misma forma que comparte pacientemente en el café y los estancos.
A veces, estos espacios brindan la excusa para compartir y permear con pequeños trazos los sentidos de algunos diletantes, amantes de las artes y la vida literaria.