Reflexión sobre la experiencia universitaria y su enfoque
Tras años trabajando en el ámbito universitario, he observado cómo muchos estudiantes afrontan su paso por la universidad desde una perspectiva predominantemente transaccional, enfocándose en los estudios como un medio para alcanzar estabilidad laboral, mejores salarios y, en última instancia, promoción social. Y aunque estas metas son legítimas y necesarias, me pregunto si no estamos dejando de lado el potencial más profundo que puede ofrecer la experiencia universitaria: la capacidad de transformar vidas, despertar vocaciones y abrir nuevas formas de entender el mundo.
La experiencia universitaria, en esencia, tiene el poder de ser transformadora, especialmente durante una etapa de la vida en la que el crecimiento personal y las ganas de descubrir son tan intensos. Es cierto que, para muchos, esa transformación parece más un efecto colateral del momento vital que del proceso formativo en sí. Sin embargo, no podemos ignorar el impacto que podría tener una educación diseñada para fomentar la exploración intelectual y el descubrimiento, en lugar de centrarse únicamente en resultados transaccionales.
Aunque el sistema actual en muchos países europeos tiende a rigidez y conformismo, todavía existe un gran potencial para el cambio. Un entorno más abierto, que fomente el pluralismo, la creatividad y la curiosidad, puede permitir a los estudiantes no solo aprender, sino también cuestionar, innovar y soñar. Quizás deberíamos mirar hacia modelos como los de las universidades de Liberal Arts en Estados Unidos, donde se da más espacio a la exploración y a la experimentación, donde se valora la tolerancia al fallo como parte del proceso de aprendizaje.
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Es alentador pensar que este cambio es posible, y que la universidad puede recuperar su esencia: ser un lugar donde se cultive la autonomía de juicio, la capacidad crítica y el diálogo. Si algo nos ha enseñado la era digital es que los modelos puramente transaccionales se adaptan muy bien a formatos online y asincrónicos. Pero la capacidad de explorar, de debatir cara a cara, de compartir ideas y de inspirarse mutuamente sigue siendo algo que solo puede florecer en espacios abiertos al intercambio humano, como debería ser la universidad.
Mirando al futuro, imagino una universidad más valiente, que alimente no sólo el conocimiento técnico sino también la curiosidad y el espíritu crítico. Una universidad que forme no sólo profesionales, sino también pensadores y creadores. Porque si algo necesita nuestra sociedad para enfrentar los desafíos del mañana, es justamente eso: personas capaces de imaginar nuevas posibilidades y de transformar el mundo desde la diversidad de ideas.