¿Repensamos la I+D+i de la industria farmacéutica para lograr un impacto más positivo?
Aprendí los fundamentos de la industria farmacéutica hace 25 años, en una Universidad Española.
El resumen era sencillo: se definía una diana terapéutica, se proponían moléculas con potencial de interacción con aquella diana, se optimizaban esas moléculas por diferentes técnicas sintéticas o biológicas y se probaban en ensayos preclínicos hasta dar con moléculas adecuadas para terminar siendo testadas en humanos. Un sistema de embudo en el que se quedaban miles de compuestos por el camino y solo unos pocos privilegiados llegaban a convertirse en un medicamento aprobado y útil para los pacientes.
Muchas cosas han cambiado desde entonces.
Por un lado la definición de las dianas. Nuestro conocimiento biológico ha evolucionado mucho en estos años. Desde la secuenciación del genoma humano y de otras especies relevantes para la investigación, como puede ser la mosca de la fruta, o el ratón y la rata, dando paso a la medicina personalizada y a un mayor conocimiento de las bases genéticas de las enfermedades. Hasta la reciente revolución liderada por Google en el ámbito de la predicción de estructuras de proteínas de la mano de la Inteligencia Artificial: Alphafold. Un sistema con una capacidad de acierto tan alta que abre la puerta a la definición de dianas cuya estructura tridimensional era desconocida hasta ahora. Por no hablar de las nuevas investigaciones que empiezan a entender mucho mejor los procesos biológicos que desencadenan las enfermedades. En ese sentido señalaría la recientemente demostrada relación entre el virus de Epstein-Barr y la esclerosis múltiple, que abre nuevas vías de investigación esperanzadoras para paliar esta enfermedad.
La revolución biomolecular
Las moléculas y sus métodos de desarrollo y optimización también han sufrido una gran revolución. El cambio más evidente ha sido el peso que han tomado las biomoléculas frente a las moléculas sintéticas. La investigación y posterior producción y desarrollo de moléculas biológicas ha abierto un gran abanico de posibilidades. En muchas áreas terapéuticas se habla de “los biológicos” como las terapías más avanzadas, esas que tienden a ofrecer mecanismos de acción más sofisticados y específicos. Un buen ejemplo han sido las vacunas de ARN mensajero desarrolladas en tiempo récord contra el COVID-19. Esta celeridad en su desarrollo se debió en parte a nuestro conocimiento actual de su tecnología, y al esfuerzo de las autoridades regulatorias para acelerar su aprobación.
En algunos casos de hecho no es una biomolécula si no una técnica biológica en si la propia terapia. Ejemplo de estos casos son las tecnologías CAR-T o CRISPR, que han revolucionado la inmunoterapia y terapias génicas respectivamente.
El reto de las nuevas terapias: ¿Superarán la eficacia de los tratamientos existentes?
El gran reto que paradójicamente tienen estas nuevas herramientas es que ya existe un tratamiento para la mayor parte de las enfermedades y dolencias más comunes. Estas nuevas terapias tienen el reto de demostrar una mayor eficacia y seguridad que la terapia ya existente, y en muchas ocasiones la mejora no es suficientemente relevante. Es común, por ejemplo, ver nuevas terapias oncológicas que por desgracia solo consiguen mejorar la esperanza de vida en unos meses. Cada vez es más complicado tener un impacto positivo en la salud, porque hemos alcanzado cotas bastante altas en varias dolencias. Por otro lado, estas nuevas herramientas suponen una oportunidad para enfermedades de menor incidencia, como las denominadas enfermedades huérfanas (prevalencia del 0,1 a 0,9 por cada cien mil personas) o aquellas cuyo origen aún no están bien descrito, como puede ser la enfermedad de Crohn o el Alzheimer.
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Del laboratorio a la prevención de enfermedades: Desafíos y oportunidades en las tecnologías disruptivas
En la parte de los ensayos clínicos y pre-clínicos, los nuevos requerimientos de seguridad, eficacia y de protección animal han complicado, con respecto al pasado, el desarrollo de estos, encareciéndolos y dificultándolos en general. Esta es la parte realmente cara del desarrollo de fármacos que puede suponer entre cientos y miles de millones de euros, dependiendo de la complejidad de los estudios requeridos. De nuevo en este ámbito la IA podría brindarnos algo de ayuda, revisando los datos de los miles de estudios clínicos ya realizados y publicados, buscando relaciones que pasaron desapercibidas a los investigadores en el ámbito de ese estudio en concreto. Hay moléculas que podrían tener aplicaciones diferentes de las consideradas, y ese conocimiento podría derivarse de información pública que los nuevos sistemas de IA pueden analizar. La combinación de esta tecnología con la computación cuántica, que puede acelerar ostensiblemente la velocidad de estos análisis, podrían llevarnos a desarrollos farmacéuticos relevantes, minimizando los costes de desarrollo.
Si a estas herramientas de desarrollo de nuevos fármacos le añadimos la innovación en ingredientes capaces de mejorar la biodisponibilidad y la especificidad con tecnologías como la nanotecnología, o excipientes innovadores de diferente naturaleza, o el uso de dispositivos de aplicación que incorporan tecnologías digitales como los actualmente utilizados en la hormona de crecimiento, o de monitorización de algún biomarcador, como los tatuajes que podrían ayudar a controlar los niveles de glucosa en sangre a los diabéticos… Estamos en un momento de claro impacto positivo para la salud.
Por no hablar ya de las innovaciones en el ámbito del diagnóstico, las prótesis y la gran promesa, de curiosamente tan difícil aplicación: la prevención.
La importancia de la innovación farmacéutica: Esperanza para los pacientes
La innovación farmacéutica está tremendamente abierta y llena de posibilidades, quizás más que nunca. Pero se ha hecho más compleja, más interdisciplinar, más exigente, creando la paradoja de que la empresa farmacéutica tradicional tiene cada vez más dificultades para desarrollar nuevos productos y tener un pipeline interesante. Las empresas farmacéuticas están teniendo más dificultades que nunca en las últimas décadas para ofrecer un porfolio de productos innovadores. Es quizás necesario repensar la I+D+i de la industria y adaptarla a las nuevas posibilidades que ofrece la tecnología. No solo por las propias empresas que llevan años trabajando en este ámbito, y por los puestos de trabajo y riqueza que generan para un país, sino sobre todo por la necesidad de tantos pacientes para los que estas innovaciones significan esperanza. El impacto positivo en la vida de los pacientes, que somos todos, en algún momento de nuestra vida, es el principal motor que debe acelerar estos cambios. No hay motivo más elevado que el de cuidar de nuestros semejantes.
Son buenos tiempos para los amantes de la tecnología en el ámbito de la salud.