¿Sabes qué? El diablo me habla

¿Sabes qué? El diablo me habla

¿Sabes? Muchos niños y niñas escuchan voces en su cabeza.  

Cuando esto ocurre, lo normal es que sientan que se están volviendo locos o que piensen que nadie les va a querer o comprender si revelan su secreto. Por eso gastan muchas de sus fuerzas en mantenerlas apartadas.  

Sin embargo, a menudo esas voces no tienen nada que ver con la locura, sino con sentimientos y partes de nosotros mismos que se esfuerzan por protegernos.  

Las voces no callan nunca porque les digan que se estén calladas, porque las ignoren, o porque se centre la atención en otras cosas. Lo que tienen que decir es muy importante, y por eso, siempre consiguen que se les escuche.  

Conocí a una niña que, a veces, escuchaba una voz en su cabeza que le decía que pegara a sus compañeros de clase. Odiaba esa voz y lo que le empujaba a hacer, y durante muchos años la había guardado como un secreto. Para ella era un ángel malo, que se le aparecía para empujarle a hacer el mal, como si del mismo demonio se tratase.  

Lo peor de todo era que ese “ángel malo” insistía e insistía hasta que ella cedía a sus palabras. Y cuando cedía, y pegaba, mordía e insultaba, cesaba en su insistencia.  

Un día, esa niña fue a la consulta de una señora que entendía de voces. Que sabía que las voces no necesitan lucha, sino escucha y cuidado. Y cuando la niña le reveló su secreto, ambas pudieron empezar a escuchar juntas cuál era su mensaje.   

¿Sabes lo que dijeron sus voces? 

Al principio sonaban enfadadas.  

«Hazles daño.» 

«Ataca, muerde, pega, insulta.» 

Pero, al escucharlas, y prestarlas atención, empenzaron a decir otras cosas... también desagradables. 

«Nadie te quiere.» 

«Sólo se acercan a ti por el interés.» 

Pero ella, a pesar de todo y con gran valentía, siguió escuchando. 

«No puedes confiar en nadie.» 

«Tienes que ser prudente. La gente a quien quieres siempre acaba haciéndote daño.» 

Aquí el mensaje empezó a sonar más prudente. Y la voz empezó a ser más amistosa. Así que la niña empezó a escuchar con más gusto. Y al escucharla con gusto, empezó a hablar con esa voz, que empezaba a sonar más cercana.  

—Entiendo que quieras ayudarme, “Ángel Malvado” —dijo a la voz—. Por eso desde ahora te voy a llamar “Ángel de la Guarda”, porque sé que estás conmigo para protegerme.  

La voz se sintió entonces más reconocida, y empezó a hablar de manera más cautelosa:  

—Tienes que tener cuidado —dijo—, cuanto más quieres a una persona más daño te puede hacer. Es mejor mantener las distancias y controlar tú tu propia vida, para no sufrir.  

—Entiendo lo que dices, Ángel de la Guarda —le respondió—; pero tienes que saber que en mi vida también hay personas que no me han fallado, como por ejemplo mi ama y mi amama.  

—Eso es verdad —reconoció la voz—, ¿pero qué me dices de aita? 

—Aita nunca me hizo daño —respondió la niña, un poco airada—. Sólo que tuvo que irse pronto al cielo.  

Al decir eso, su voz quebró. Y una riada de lágrimas se desbordó desde lo más profundo de su pecho. Lloró durante una hora entera, sin parar. Y al llegar a casa, siguió llorando cada cierto tiempo.  

Su madre, que era una persona sensible y quería mucho a su hija, lloró con ella, hasta que las dos, agotadas, se durmieron.  

Al despertar en brazos de su madre, la niña buscó a su ángel de la guarda. Le preguntó «¿Dónde estás?» Pero no tuvo respuesta. Dejó su mente fluir, y le imaginó ascendiendo al cielo.  

—Cuida ahora de él —dijo en alto—. Tiene que estar sintiéndose muy solito.  

—Lo haré —escuchó en la distancia.  

—Cuídate tú también, y gracias por hacerme fuerte cuando más lo necesitaba —dijo al sentir el abrazo de su madre—. A ti también te voy a echar de menos.  

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Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

Rebeca C.

Técnica Social i Conflictòloga.

5 años

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Rebeca C.

Técnica Social i Conflictòloga.

5 años

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