Sal de la trinchera
Hace años iniciando un nuevo proyecto con un cliente conocido, pero en una área nueva, me topé con un gerente que literalmente me produjo taquicardia porque era una persona con requerimientos que consideraba obsesivos, que no habían forma de satisfacer. En serio, me causó taquicardia. Asustado fui corriendo al cardiólogo y me tranquilizó diciéndome que era algo temporal por el estrés.
Tipos de trincheras
En aquel momento tuve que evaluar qué decisión tomar:
a) Quedarme metido en mi trinchera lanzándole cuanto proyectil estuviera a mi alcance: seguir oponiéndome frontalmente a aquel gerente con razonamientos, ideas o excusas.
b) Quedarme en mi trinchera tratando de aguantar los proyectiles que venían de mi cliente: ceder a todas sus peticiones aunque las considerara caprichosas.
c) Abandonar la guerra sin solucionarla: decirle adiós al cliente y su manager “obsesivo”.
Créeme que intenté la opción a y la b, ambas me llevaron hasta el cardiólogo. Y la opción c la pensaba todos los días, pensaba en el gran alivio de no tener que soportar todo esto.
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Pero tenía un problema de principios, un reto personal que me puse junto con mi socio cuando creamos nuestra empresa: teníamos un récord de siempre finalizar exitosamente todos los proyectos que habíamos iniciado, incluyendo la satisfacción completa de nuestros clientes.
Me enfermaba, y creo que fue lo que me causó la taquicardia, abandonar el proyecto y al cliente, en ese momento lo veía como una derrota. Pero por otro lado, seguir enfrentándome al cliente me estaba enfermando.
Abandonar la trinchera
Entonces decidí probar otra opción: salirme de mi trinchera, abandonarla totalmente, destruirla para no tener la tentación de volverme a meter en ella. Pero no para salir huyendo de aquella “guerra”. Sino para entender a mi cliente, ponerme en sus zapatos, tratar de descubrir si había algo de razón o de valor que yo no estaba viendo que él sí.
Y comencé a acercarme al gerente, ya no solo como mi cliente, sino como persona, entender su rol, sus metas, a su jefe y por qué le había pedido al gerente este proyecto. Todo ese contexto me llevó a un momento como el de Neo en Matrix, cuando comienza a ver el mundo binario que lo rodeaba. Encontré que la mayoría de los requisitos “obsesivos” de mi cliente eran en realidad ideas brillante, aunque dolorosas de llevar a la práctica. También entendí por qué era vital hacerlo de esa manera. Pero claro, aún así habían puntos en los que definitivamente no estábamos de acuerdo. Aún en esos casos, me fue más fácil negociar y hacerle entender que no eran posible o no eran necesarios.
Al salir de mi trinchera pude retarme a mí mismo y desarrollar funcionales de software que hasta ese momento no había pensado, pude sumar un cliente muy satisfecho, y pude hacer un nuevo gran amigo. Ah, y nunca más tuve taquicardia.