Salir Adelante Hoy: Lo Que Realmente Se Necesita para Triunfar
Recientemente me encontré con una teoría llamada egoísmo psicológico, que sugiere que todas las acciones humanas están motivadas por el interés propio. Esta idea ha generado un debate extenso, ya que parece casi imposible imaginar que todos, sin importar quiénes sean o de dónde vengan, actúan únicamente por interés propio. Sin embargo, cuando observamos de cerca nuestra vida diaria y las decisiones que toman las personas, es tentador estar de acuerdo. Muchos de nosotros, en algún momento, hemos actuado de forma que nos beneficia, tal vez sin considerar del todo el impacto en los demás. ¿Nos hace eso egoístas por naturaleza, o simplemente significa que la autoconservación es parte de la naturaleza humana?
El egoísmo psicológico no es un concepto nuevo. Los filósofos antiguos ya se preguntaban si los humanos somos innatamente egoístas o si, en nuestro núcleo, somos seres empáticos. Pero distinguir un acto verdaderamente altruista de uno que esté impulsado por el interés propio es difícil. ¿Es una acción egoísta simplemente porque brinda satisfacción o éxito personal, aunque también beneficie a otros? ¿O el verdadero interés propio radica en avanzar sin importar las consecuencias para los demás? Las respuestas suelen variar según la cultura, la educación y los valores personales.
En muchas sociedades, actuar en interés propio se ve de manera negativa y a menudo se asocia con el egoísmo. Nos enseñan desde pequeños que ayudar a los demás es lo moralmente correcto y que a veces debemos poner las necesidades de otros por encima de las nuestras. Pero la definición de interés propio varía en cada cultura. En las sociedades individualistas, particularmente en Occidente, se fomenta la autosuficiencia y los logros individuales, con la idea de que el éxito personal beneficia indirectamente a la comunidad, como se ve en las economías capitalistas. En contraste, las culturas colectivistas, como en algunas partes de Asia, enfatizan la importancia de la armonía grupal, sugiriendo que el interés propio debe ceder ante las necesidades de la comunidad.
Este contraste cultural revela cuán complejo y relativo puede ser el interés propio. Por ejemplo, un emprendedor en América Latina puede ser admirado por buscar proyectos que generen ingresos y se vean como beneficiosos para el crecimiento económico. Mientras que, en una sociedad colectivista, una acción similar podría ser criticada si se percibe como perjudicial para el bienestar de la comunidad. Aun así, independientemente de la perspectiva cultural, es innegable que las personas actúan para satisfacer sus necesidades y deseos, incluso si sus motivaciones están camufladas bajo intenciones socialmente aceptables.
Históricamente, el interés propio ha impulsado avances notables. Adam Smith, considerado el padre de la economía moderna, propuso la idea de la "Mano Invisible", sugiriendo que cuando las personas actúan en su propio beneficio, inevitablemente benefician a la sociedad. Al perseguir la ganancia personal, las personas crean bienes, servicios e innovaciones que contribuyen a la economía y mejoran la vida de otros. Este principio subyace en el capitalismo, donde las empresas buscan maximizar sus ganancias, y al hacerlo, crean empleos, productos y soluciones que satisfacen las demandas de la sociedad.
Este concepto implica que el interés propio puede ser un poderoso motor para el beneficio colectivo. Los emprendedores que buscan ganancias traen innovación, los científicos que buscan reconocimiento avanzan en el conocimiento y los artistas que buscan fama inspiran y entretienen a las masas. En este sentido, el interés propio no niega el altruismo; sugiere que el altruismo y el interés propio pueden coexistir, siendo el primero a veces un subproducto del segundo. Sin embargo, aunque el interés propio ha llevado a avances sociales, también ha traído grandes desafíos, como la desigualdad y la explotación. Cuando el interés propio no tiene límites éticos, puede provocar daños.
Si el interés propio es universal, ¿por qué a menudo se considera moralmente incorrecto? Esta perspectiva proviene en gran parte de la capacidad humana para la empatía. Las personas están naturalmente inclinadas a conectarse y preocuparse por los demás, una característica esencial para nuestra evolución y supervivencia. La empatía nos permite reconocer las luchas de los demás y sentir responsabilidad hacia ellos. En las primeras etapas de la sociedad humana, la empatía fomentaba la cooperación y ayudaba a formar comunidades que protegían a sus miembros, especialmente a los más vulnerables.
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Con el tiempo, las sociedades establecieron códigos morales y leyes para guiar el comportamiento, enseñando a los individuos a considerar las necesidades de los demás y equilibrar los deseos personales con el bienestar de la comunidad. Estos valores están profundamente arraigados en nuestro tejido social y reflejan una evolución de la “supervivencia del más apto” hacia la cooperación como medio de supervivencia y progreso. Aunque nuestros instintos pueden inclinarse hacia la autoconservación, las normas sociales fomentan un equilibrio entre el interés propio y la empatía. La idea es que, si bien actuar en beneficio propio puede ser necesario, no debe ser a expensas del bienestar de otros.
En el mundo actual, sin embargo, el éxito y la supervivencia pueden sentirse como un juego de “sálvese quien pueda”. Las presiones económicas, las expectativas sociales y la competencia llevan a las personas a priorizar sus intereses, no necesariamente por egoísmo, sino como medio para lograr estabilidad, seguridad y realización personal. Esta motivación para avanzar se ha normalizado y, de hecho, se ha vuelto esencial a medida que las personas navegan por las demandas de un mundo acelerado y competitivo. Sin embargo, este cambio ha suscitado preguntas sobre la importancia de la empatía y la comunidad, ya que la sociedad moderna se vuelve cada vez más interconectada, pero paradójicamente, más individualista.
Así como aspiramos a vivir en un mundo que valore la cooperación y la compasión, la realidad es que el interés propio a menudo juega un papel dominante. Incluso aquellos que dedican su vida a servir a los demás, como voluntarios o trabajadores humanitarios, suelen encontrar un sentido de satisfacción y propósito en su trabajo. Esta satisfacción, aunque no sea egoísta, sigue alineándose con la teoría del egoísmo psicológico, ya que muestra que incluso los actos de bondad pueden conllevar recompensas personales.
En conclusión, aunque la teoría del egoísmo psicológico no captura toda la complejidad de la motivación humana, ofrece una perspectiva valiosa sobre por qué actuamos como lo hacemos. Nuestras acciones suelen estar impulsadas por una mezcla de interés propio y empatía, influenciadas por nuestras circunstancias personales y expectativas sociales. Al final, lograr un equilibrio entre el interés propio y la preocupación por los demás podría ser la clave para crear una sociedad que valore tanto el éxito individual como el bienestar colectivo.
En el mundo interconectado de hoy, es más fácil que nunca ver el impacto de nuestras acciones, ya que constantemente nos recuerdan cómo nuestras elecciones afectan a otros a nivel global. Aunque el interés propio sigue siendo un motor poderoso, la capacidad de empatía lo modera, permitiéndonos navegar por las complejidades de un mundo en el que los intereses personales y colectivos están profundamente entrelazados.
"Olu, someone said, 'you are the quiet dog that eats up the hen's eggs.' How on earth did you get Adiba to call you Dede?" - Elechi Amadi
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