Salus Animarum suprema lex
Jesús concede a san Francisco la indulgencia de la Porciúncula. Entre 1722 y 1724. Óleo sobre tela. 194 x 235 cm. Museo Nacional de Arte de Cataluña

Salus Animarum suprema lex

"La salud de las almas es la suprema ley de la Iglesia" C. 1752. El día de hoy la Iglesia por medio de la penitenciaría apostólica decretó la indulgencia plenaria por la pandemia del coronavirus en la que vivimos: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/03/20/pande.html

Tal vez a nadie de nosotros nos había tocado experimentar en carne propia y de esta magnitud la figura del padre que sale al encuentro del hijo pródigo. Pero hoy vemos esos brazos abiertos ante la gente que clama ¡Te necesito!. Ya han surgido las preguntas. ¿Dónde me confieso? Algunos padres se les ocurrió la idea de la confesión "Drive-Trough" hasta que las autoridades por precaución vieron que esto tampoco era posible. Y entonces...

Vemos a la Iglesia que por designio de Dios y administradora de las gracias concedidas por Cristo, abre una vez más sus arcas para traer paz y tranquilidad al alma.

Tal vez dentro de esta emergencia logramos entender un poco mejor lo que con tanta fe se vivía en el pasado, ese afán por ganar las indulgencias, y que nosotros sólo criticábamos con cierta razón pero sin la debida comprensión.

Las palabras de San Pablo son una buena definición de lo que es una indulgencia:

Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración Rom 12,2

Esos son los sentimientos que debemos albergar en el alma en estos momentos: Alegría, constancia y perseverancia. Y son los sentimientos con los que debemos buscar la indulgencia.

Es verdad que hemos cambiado la rutina, no podemos ir a misa, tal vez no nos podemos confesar en este momento, no tenemos la adoración Eucarística, etc. Pero esto nos debe ayudar a profundizar que nuestra fe se funda en una VIDA con Cristo, no es cumplir una serie de disposiciones y reglas. ¡No! ¡es Vida!, y al igual que con nuestros seres queridos, sino puedo estar con ellos, al menos los llamo, los veo por vídeo, saco las fotos de recuerdo... Y espero con ansia cuando me vuelva a encontrar con ellos cara a cara.

Así también nosotros no perdamos la esperanza. Sigamos ayudando en la medida de nuestras posibilidades, y si no está en nosotros poder ayudar de forma activa, podemos seguir dando ánimos a los que están enfermos, a los que arriesgan su vida por los enfermos y a todos los que están pasando necesidad en estos momentos.

¡Gracias a mi madre la Iglesia por comprenderme, por cuidarme y guiarme!


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