Se nos olvidó repetir
Los niños lo hacen y los ancianos también. Los primeros buscan seguridad ante la inmensidad que el mundo les presenta, los segundos una humilde reafirmación en el pequeño universo que les queda. Entretanto, el resto aceptamos la repetición con resignación. La novedad, el descubrimiento superficial, el cambio o la variedad son los signos de nuestros tiempos. Nuestro enemigo acérrimo es el aburrimiento y nuestras armas para combatirlo son la velocidad, las opciones incontables, el movimiento y el estreno. Estar en todos los sitios y a la vez en ninguno, no querer perderse nada para perdérselo todo. Así somos y así vivimos.
Repetir se hace tedio, parece convertir el tiempo en algo malgastado, el reto en rutina y lo desconocido en previsible. Pero el ‘otra vez’ que precede a la repetición sacude perezas y alborota una paciencia cada vez más desentrenada. Nos incomoda y se convierte ahora en la verdadera revolución. Volver no solo es volver, sino revolver. Cada regreso descubre siempre algo diferente en nosotros y en los demás. Nada se descubre, nada se aprende, nada se recuerda, nada se aposenta sin repetir. La novedad se hace realmente nueva cuando se repite. Se hace realmente nueva cuando se queda a vivir con nosotros, cuando a base de repetir se queda impregnada en nuestro ser.
Andamos a saltos y de puntillas, sin dejar huella ni rastro. Olvidamos el pisar firme y profundo, el hacer sólido lo líquido, en crear esa base que abona el terreno para lo nuevo que vendrá. No, la repetición no es enemiga de lo nuevo, sino su más fiel aliada. Juntas hacen camino.
Abandonamos el repetir y nos perdemos en un sinsentido sin apenas fin, en un movimiento sin dirección donde mandan las primeras impresiones y desaparece la memoria. Y en el trayecto nos dejamos detalles y matices que marcan realmente nuestra existencia y nuestra identidad. Somos lo que recordamos, y no recordamos más que lo que repetimos. Repetir es ser.
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