Seamos mejores humanos y el barbijo

Seamos mejores humanos y el barbijo

Los símbolos son poderosos. Un sólo símbolo es capaz de plasmar, sin necesidad de recurrir a largos discursos, una realidad o un tiempo complejo.

Por eso en la semiosis, como proceso mental, se encuentra el origen de los lenguajes y los códigos de comunicación modernos, porque la representación de conceptos complejos a través de imágenes sencillas es una de las condiciones de posibilidad de la civilización.

Los días que estamos viviendo en Argentina y especialmente la reclusión que comenzó en marzo por el riesgo de infección y diseminación del tan temido enemigo invisible CORONAVIRUS, al comienzo nadie se quiso tomar en serio esto de la pandemia, pero en la actualidad estamos en un dilema entre salud y economía.

Pero además, para los que dedicamos una parte de nuestro tiempo y energía a la reflexión filosófica, no deja de ser un auténtico reto por la infinidad de fenómenos entrecruzados que se están produciendo y que señalan hacia un futuro que será muy diferente de lo que hemos conocido hasta ahora.

De pronto, todo ese torbellino de reflexiones, ideas, preocupaciones, certidumbres, intuiciones y conclusiones que se ha generado en apenas unas semanas encuentra una materialización, una corporeidad propia, como si se tratara de uno de esos ectoplasmas que persiguen los parapsicólogos, a través de un humilde y sencillo objeto, al que hace un mes no le hubiéramos la menor atención: el Barbijo.

Porque el barbijo en estos tiempos representa mejor que cualquier otra imagen metafórica la situación de pánico, sufrimiento y desconcierto que estamos viviendo; pero también de fortaleza, altruismo, unidad e ingenio. Un humilde y sencillo objeto cuya irritante escasez nos hacer pensar en las miserias de nuestra condición ante desgracias de este calibre, pero también en la debilidad de nuestro modelo mental posmoderno.

Sí, el barbijo es capaz de representar lo bueno y lo malo para unos y para otros. El tremendo esfuerzo, entrega y valentía de los profesionales de enfermería que son las personas que más tiempo están expuestos y en contacto a los pacientes infectados con este virus malévolo, ellos son los encargados del sostén de la vida a través de las drogas que administran, del confort y hasta de contener el miedo en situaciones de la venida de la tan temida muerte en una soledad aterradora; en suma, de todos aquellos que sí son imprescindibles y necesarios para el funcionamiento del mundo real y también la inutilidad real de ideólogos, tertulianos ‘sabelotodo’, influencers, gerentes, supervisores, jefes de todo tipo y conductores de reality shows.

Todo esto representa nítidamente el sufrimiento de los enfermos niños, adultos y ancianos en camas de UCIS atestadas o esos geriátricos que se han convertido en una vergüenza de nuestro tiempo, pero que nuestra sociedad hedonista y adolescente no tolera y cubre con una montaña de frivolidades.

Simboliza a la perfección las precauciones, a veces rayanas con la paranoia, que adoptamos ante un enemigo invisible.

Materializa en una sola imagen la ceguera del pensamiento único construido por la retórica política y gran parte de la “intelectualidad” -”es una cosa terrible, esto del intelectualismo”. Estoy convencido de que entender y tratar de explicar la complejidad de la realidad y de la Historia desde ideas políticas sectarias, sean de derecha o de izquierda, es una forma de hemiplejía moral y cognitiva. y ésta crisis nos demuestra hasta qué punto la política de partidos es una actividad que produce básicamente verborrea, muy lejos del enfoque de utilidad pública que algunos pretenden darle, puesto que la supuesta virtud de la que hablaba Platón en su República, o Aristóteles en su Ética a Nicómaco, hoy se encuentra diseminada en saberes como la Economía o el Derecho.

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Nos habla de la realidad de la condición humana, y la escasez de coherencia que nos identifica, como la de aquellos que, clamando por la solidaridad universal, acuden raudos a una sanidad privada a la que demonizan y tildan de insolidaria. Quizá esta tragedia nos sirva para poner en cuarentena a esa forma de entender la realidad , prejuicios y esquemas preconcebidos, y que no es más que otro virus, tan tóxico y corrosivo que traspasa todos los ámbitos y es capaz de convertir en zombies políticos a jueces, fiscales, virólogos, epidemiólogos e incluso físicos cuánticos que, una vez infectados, deforman y retuercen su ciencia para decir y hacer aquello que ordena la política. Hemos podido darnos cuenta de cuánto necesitamos a las enfermeras autónomas y preparadas al frente de las instituciones esenciales, y no a obedientes afiliados.

Pero además, en estos momentos el barbijo simboliza mejor que cualquier otra cosa a la Argentina como país. La debilidad y la dependencia del exterior, junto con la elefantiasis administrativa de un sistema plagado de responsables sin responsabilidad y de competencias cruzadas.

Esta situación nos demuestra hasta qué punto nos hemos convertido en un país devastado industrialmente.

La globalización ha hecho estragos en nuestra capacidad productiva y nos ha convertido en un país absolutamente dependiente de países como China y USA, a la que seguimos enriqueciendo en medio de una tragedia y a la que pagamos “rescates” por barbijos y test para el COVID-19 y otros materiales de calidad dudosa a comerciantes sin escrúpulos. Casi parece una broma pesada que no tengamos capacidad instalada para fabricar camisolines o barbijos , que nos quieren hacer entender los jefes en los Hospitales que son objetos muy sofisticados, pero esa es la realidad.

Durante años, hemos tenido que escuchar -en mi caso con una gran indignación- a todos los gurús de las direcciones de los Hospitales y Clínicas que saldríamos adelante gracias al arduo trabajo que ya sabemos hacer los profesionales de salud. Hoy nuestros profesionales de salud y servidores públicos se contagian y enferman por no tener un trozo de tela o de papel con que protegerse.

El barbijo afirma cómo hemos condenado durante décadas a la economía real para favorecer a la monetaria y cómo hemos aceptado el mandato de otros países para convertirnos en un país de servidumbres más que de servicios, mientras casi todos nuestros sectores se iban muriendo uno tras otro; la textil, la industria siderúrgica y naval, la manufactura, la industria ferroviaria…. todo se ha vendido, desmantelado, canjeado o, simplemente, abandonado a su suerte. Nadie se hacía la pregunta acerca de cuál sería el motor capaz de dar empleo a unas nuevas generaciones a las que estamos formando para que se vayan a ejercer fuera de nuestras fronteras.

Nadie parecía preguntarse de dónde iba a salir la riqueza necesaria para mantener un Estado del bienestar con cuarenta y cuatro millones de habitantes. En apenas unos días se nos han venido encima treinta años de escasa o nula estrategia industrial, ni de posicionamiento en el mundo a nivel estratégico de forma diferenciada. Nos hemos especializado en sectores tremendamente frágiles ante las crisis planetarias que, a partir de ahora, ya sabemos que serán un factor más a tener en cuenta.

De pronto hemos descubierto lo importante que es tener un tejido productivo variado y potente a nuestro servicio, la importancia de tener clara una estrategia de supervivencia en un mundo que sigue siendo despiadado. Duele y emociona ver como pequeños artesanos o profesionales, olvidados a su suerte por el Estado, se afanan en intentar cubrir la demanda de equipos de protección para profesionales de salud de forma artesanal, con viejas máquinas de coser Singer o modernas impresoras 3D.

Las crisis duelen menos a los fuertes y los que se organizan, y por muy mal que nos siente, el cuento de la hormiga y la cigarra es una parábola de vida y no un manifiesto político. Ahora estamos pagando un enorme precio por esos barbijos N95 que tanto necesitamos y que entre todos, incluidos los consumidores con nuestras decisiones, decidimos en su día no producir aquí. Y esa incapacidad industrial, además de darnos una medida de nuestra debilidad, también es culpable en parte del sufrimiento para miles de personas que enfermarán o perderán a un ser querido ante la falta de medios.

Esa incapacidad, nos empobrecerá porque estamos pagando a cualquier precio la capacidad que no tenemos, gastando en ello parte de los recursos que necesitaremos para afrontar un futuro que se presenta incierto.

Y qué decir del comportamiento de Estados Unidos, que se siente con derecho a retener millones de Barbijos N95 destinadas a nuestros enfermeros y servidores públicos, mientras los países se surten bloqueando los mercados y haciendo cada uno la guerra por su parte, dejando claro cuáles son los verdaderos intereses.

Comprendamos de una vez por todas que nuestras decisiones como ciudadanos son mucho más relevantes en el mundo actual que nuestras decisiones como votantes. Deberemos exigir a los productos y servicios que consumamos una calidad mínima, apostando por la producción localizada frente a la especulación comercial que nos vende una ínfima calidad con el engaño de la superabundancia. ¡Debemos poner fin al low cost!

No podemos volver a quejarnos de que los jóvenes se van del país si no apoyamos a nuestra economía real. No podremos exigir sanidad pública, ni Estado del bienestar, si seguimos comprando todo en plataformas online monopolísticas, y promoviendo el cierre de comercios y fabricantes locales. No podremos ser los más solidarios si no comprobamos la procedencia de los productos que adquirimos, y primamos y apoyamos a las empresas y productores que cumplan con sus obligaciones sociales, medioambientales y laborales, por mucho que otros productos sean más copados y más baratos.

No podremos pedir que haya recursos para el sector público, si el propio sector público se dedica a alimentar con sus contrataciones públicas, adjudicando en base al precio más bajo, una contaminación de nuestra economía a base de productos de pésima calidad. Equipamientos y suministros públicos que luego los profesionales no quieren utilizar, y que empobrece a los productores y trabajadores locales que son los que pagan los impuestos que alimentan a ese mismo sector público.

En suma, llegará el día en el que nos quitemos los barbijos y toda esta pesadilla quede atrás. Pero no debemos olvidar lo que hemos sufrido y por qué hemos sufrido. Convertir el sufrimiento en conocimiento es una de las cosas que ha hecho al ser humano salir adelante. La mascarilla debe representar el momento en que tocamos fondo en una deriva muy peligrosa. De no ser así, habremos fallado como país, como colectivo.

Habremos dejado pasar la oportunidad de prepararnos para un futuro que nos indica un cambio de paradigma a nivel mundial, con una globalización que se extingue, definitivamente, después de demostrar que ha resultado ser uno de los fenómenos más desequilibrados que hayamos vivido en la Historia reciente.

Si no lo hacemos, nos quedaremos sin aprender nada de esta terrible experiencia, y dejaremos nuestro futuro en manos de los mismos que han sido incapaces de medir y afrontar la dimensión de esta tragedia. Y lo que es peor de todo: habremos faltado el respeto de todos aquellos a los que salimos a aplaudir todas las noches a balcones y ventanas, convirtiendo en vano su enorme esfuerzo y la memoria de todos aquellos que han muerto, a veces totalmente solos y de forma miserable, y a los que no nos bastará toda la eternidad para pedir perdón. 

Seamos mejores humanos

Autores: lic. Horacio Galarza - Gustavo Cusi



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