Sentir la vida…

Sentir la vida…

A veces, al caer la tarde, cuando el sol se despide con pinceladas de nostalgia en el horizonte, siento que la vida se desliza entre mis dedos como arena que no puedo detener.

Y entonces me pregunto, en el silencio íntimo de mi ser, si he sentido verdaderamente, si he dejado que cada segundo toque mi piel, o si me he perdido en el frenesí de los días.

Sentir la vida… ¡Qué palabra tan infinita y, al mismo tiempo, tan frágil! Sentirla es dejar que el viento acaricie el alma, que la lluvia se mezcle con las lágrimas no derramadas, esas que guardamos en el rincón más profundo de nosotros mismos. Es observar el vuelo de un pájaro y dejar que esa libertad anide en tu pecho, sabiendo que en cualquier momento puede marcharse.

Sentir es oler el perfume de un recuerdo y revivir el dolor dulce de lo que ya no está, de lo que se fue para siempre, pero nos sigue habitando.

Sentir la vida es bailar al ritmo de una melodía que tal vez solo tú escuchas, es ese instante en que, al mirar al cielo, encuentras todas las respuestas, aunque no hayas hecho ninguna pregunta. Es dejar que los silencios hablen, que las miradas griten lo que no podemos decir, que el corazón palpite más allá de lo permitido, sabiendo que el mañana puede ser un espejismo, y que solo este segundo es real.

Pero, ¿cómo hacer sentir la vida? ¿Cómo lograr que lo que late en ti sea sentido por otro? ¿Cómo transmitir la verdad de que la vida es un susurro que, si no atendemos, se pierde entre el ruido? A veces creo que hacemos sentir la vida con los pedazos de nosotros, que dejamos caer en cada palabra, en cada caricia, en cada gesto que regalamos sin esperar nada a cambio. Hacer sentir la vida es una tarea de alquimia, de transformar lo efímero en eterno, de tocar corazones con la sutileza de quien entiende que la vulnerabilidad es nuestra mayor fuerza.

Quizá es en las pequeñas cosas donde la vida se vuelve más palpable, más real.

En ese abrazo que se da cuando las palabras ya no alcanzan, en esa sonrisa rota que compartimos cuando el dolor es compartido. Hacer sentir la vida es regalar una parte de ti mismo, esa que no tiene precio, la que no puedes medir ni pesar. Es dejar que alguien más vea las cicatrices de tu alma y, en ese acto, abrirle la puerta para que también se sienta vivo.

Y a veces duele. Porque sentir la vida también es enfrentar la oscuridad, es aceptar que el dolor es tan parte de la vida como el amor, que las despedidas, aunque crueles, nos recuerdan que alguna vez tuvimos algo que perder. Hacer sentir la vida es mirar a los ojos de alguien y decirle, sin palabras, “entiendo”, porque hemos caminado los mismos senderos llenos de espinas. Es sentarse junto a alguien y llorar, no porque tengas las respuestas, porque tu simple presencia le dice que no está solo en este vasto, y a veces desolador, universo.

Hacer sentir la vida es un arte, uno que se teje con hilos de honestidad, de esos que no se ven, pero que sostienen cada pedazo de nuestro ser.

Es saber que, al final, lo que realmente importará no serán las metas que alcanzamos ni los títulos que colgamos en la pared. Lo que perdurará será la huella que dejamos en las almas de aquellos que, por un momento, compartieron su viaje con nosotros.

Así que si me preguntas qué es vivir, te diría que es atreverse a sentir, a sentir profundamente, sin reservas, sin temer la caída, porque solo quien se lanza al abismo de sus emociones es capaz de volar. Y si me preguntas qué es hacer sentir la vida, te diría que es convertirte en un eco de humanidad en medio del ruido, es ser esa chispa que encienda en otro el deseo de no rendirse, de seguir adelante, incluso cuando todo parece perdido.

Sentir y hacer sentir la vida es dejar un pedacito de luz en cada alma que toca la nuestra, es ser memoria viva en el corazón de quien nos recuerda, no por lo que hicimos, sino por lo que hicimos sentir.

Al final, quizá eso sea lo único que nos queda: el rastro invisible de un alma que se atrevió a sentir y a hacer sentir la vida, hasta su último suspiro. Miguel Alemany

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2 meses
Clara Guzmán

Periodista. Columnista en Confidencial Andaluz, editora del blog telademoda.com y docente. Miembro correspondiente del Instituto de Estudios Ceutíes

2 meses

"La vulnerabilidad es nuestra mayor fuerza", así es. Magnífico.

Maria Cobas

PARTNER BUSSINES DEVELOPMENT

2 meses

Uffff para llegar al final sin soltar una lágrima me ha costado. Magnífico.

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