Soluciones antiguas para problemas modernos
El filósofo Epicteto vivió una de las épocas más turbulentas del Imperio Romano, hace dos mil años. Como adolescente pudo ver de cerca el reino de Nerón, eternamente recordado como uno de los emperadores más sangrientos y corruptos de la historia, y a sus 29 años hizo erupción el Monte Vesubio, resultando en el desastre ambiental más trágico de la era.
En los últimos días hemos escuchado un sinfín de predicciones catastróficas sobre lo que significa la victoria (enteramente predecible) de Morena en el Estado de México. También llevamos décadas escuchando predicciones catastróficas sobre los efectos (enteramente predecibles) que tendrá el cambio climático a nivel mundial. No estoy aquí para dorarles la píldora, ya que creo que tanto en la concentración del poder político en manos de una caquistocracia autoritaria, como en el inexorable avance del daño humano a la biósfera, están ilustrados tanto el fin de la democracia republicana en México como el fin del mundo (por lo menos como lo conocemos). Ambos escenarios trágicos vienen de la misma fuente- la búsqueda del beneficio a corto plazo por parte de los que tendrían el poder para ejercer un cambio, y la difusión de responsabilidad por parte de la ciudadanía que será, junto con su descendencia, la más afectada.
Comparto la sensación de preocupación ante mareas tan fuertes y olas tan agresivas. Lo único que sé es que no nos va a salvar el quedarnos congelados, pasmados ante el tamaño del reto. Y es aquí donde las enseñanzas del estoicismo nos pueden dar una guía de vida, tanto contra la depresión existencial como ante el llamado del nihilismo. En sus Discursos, Epicteto nos exhorta a darle prioridad a dejar a la siguiente generación bien educada, en vez de rica, ya que las esperanzas de la ciudadanía bien instruida son mejores que la opulencia de los ignorantes. También nos llama, punto clave del estoicismo, a que identifiquemos cuáles asuntos están bajo nuestro control personal, y a tomar las decisiones en la vida diaria que nos lleven a la excelencia- definida para estos propósitos como la persecución de las virtudes de sabiduría, templanza, fortaleza, y justicia.
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El impulso natural ante temas tan grandes, tan fuera de nuestras manos, es sentir frustración, seguida por impotencia. Habrá gente que eventualmente caiga en el nihilismo, expresado en “ya que nada importa, y el problema no tiene solución, disfrutemos la caída y veamos cómo nos podemos beneficiar en el corto plazo”. Otro contingente caerá en diferentes niveles de depresión, expresado en la falta de expresión- simplemente dejarán de opinar y se retirarán del escenario ya que no hay manera de dar golpe de timón.
Las cosas son como son, y no hay manera de cambiar el presente. Tampoco vamos a mejorar nuestra realidad y porvenir si nos quedamos abrumados y congelados. Ni la oposición en México ni la estructura económica global nos van a salvar de la caída al autoritarismo ni de la tragedia medioambiental. Es nuestro deber buscar, en nuestras vidas diarias y en nuestras capacidades, la manera de ejercer el cambio real. Y solamente lo vamos a lograr buscando la excelencia ciudadana a la que exhortaba Epicteto a sus contemporáneos.