TIRÓN DE OREJAS A LOS DISOLUTOS

TIRÓN DE OREJAS A LOS DISOLUTOS

EL CINISMO BALADRÓN DE LOS LISTOS


Desde Filesa a las maquinaciones de Jesús Gil en Marbella, pasando por los testimonios vergonzantes del PP, hasta la mera justificación de que si España nos roba, otro tanto podemos hacer con lo público metidos en el independentismo catalán, son muestras muy palpables del cinismo baladrón de los listos. En efecto, con el mismo rasero se da también en los gobiernos de Pujol, Artur Mas y toda la trama del 3 %, involucrados en forrarse y al propio tiempo dejar unas migajas en el erario autonómico para que, de paso, les valoren como patriotas.

     La corrupción no es nueva en España, ya se vivió en el viejo franquismo, avalada por los hechos de que “el que hable no sale en la foto” o en plena euforia socialista, “el que se mueva”, teniendo como su principal exponente al propio hermano de Alfonso, Juan Guerra. Existen aún muchas cuestiones que aclarar en los gobiernos andaluces y los ERES tras muchos años desenmarañando la madeja. Un litigio con 257 imputados donde 27 son cargos políticos. Otras escaramuzas bien sonadas fueron las reacciones contra Boyer y el “te pego leche” de Ruiz Mateos, las del iluminado Mario Conde y su modelo empresarial estandarte del capitalismo inteligente hecho para mentes privilegiadas. Pero sin lugar a dudas, la más larga por la lista de casos hay que buscarla en el Partido Popular, tanto con Aznar como con Mariano Rajoy flanqueados por escándalos tan indecorosos como los de Rodrigo Rato y sus negocios al margen de la ley, blanqueo y delito fiscal y aún con el último goteo de las tarjetas “black” y su zarandaja.

     La situación con Mariano Rajoy se tornó escandalosa, quizá porque la etapa de crecimiento económico coincidió con la financiación fraudulenta del partido, los cuadernos de Bárcenas reflejaron este submundo de cloacas, los gobiernos de Esperanza Aguirre y afines, así como los affaires de la financiación ilegal del partido en Valencia. Algunos ministros como Soria fueron cogidos in fraganti con desvíos significativos a paraísos fiscales y nadie daba un duro por la permanencia del  Partido Popular en el gobierno.

     Pero no ha sido así. Este contrasentido entre la crítica al gobierno y la permanencia en el poder, puede explicarse por aquello de que como todo el país ha mamado los valores de la picaresca, los que vengan detrás harán lo mismo. Incluso es curioso cómo la corrupción catalana de Pujol y Artur Mas sea exhibida como cinismo político en pro del independentismo y en el caso del PP se enaltezca la imagen de un tramposo en la búsqueda de títulos negociados, como es el caso del nuevo líder Pablo Casado, que aprobó doce asignaturas de derecho en cuatro meses en La Complutense y sin apenas aparecer por clase, justo en un contexto donde el alumnado de a pie se deja sus codos en el noble intento por aprobar un examen. Y ello con decisiones en las elecciones a la presidencia donde se deja traslucir la tolerancia a la corrupción: se apresura a negociar con Cospedal, mientras al esposo de ésta lo persigue la sombra alargada de la sospecha, también deplorable la rehabilitación de Soria en Canarias con todo el lastre de que haya sido cogido con las manos en la masa.

    ¿Puede sustentarse las bases del poder de un partido potencialmente mayoritario en lo que pudiera entenderse como la corrupción? ¿No importa tanto si al fin y al cabo todos somos corruptos? Saben que no, pero las proclamas se limitan a echar “balones fuera” como han sido las de la elección a presidente del partido. Todos hemos oído los deseos de Casado: <<Aquí ni un solo corrupto», proclamaba el líder en el congreso que lo subiría al podio. Lo mismo vociferaron en su momento Aznar y Rajoy, pero en el caso de Casado con el peligro que a la tercera va la vencida. Y es que si otros partidos expulsan a sus corruptos asciende entre simpatizantes y votantes la atracción hacia una nueva oferta electoral y, con ello, toda esa forma de ver el mundo sufrirá el cambio pertinente en favor de lo que se percibe como honesto, transparente y razonable.

   Nada hubiese sido de los cuarenta ladrones sin Alí-Babá y, al revés, nada del líder sin esa cultura de grupo en ciertos partidos políticos con prácticas intolerables, donde abunda la representación del mundo empresarial. Curiosamente una parte de la derecha política que ocupa el empresariado, no pone reparos a seguir engordando ganancias, pero abusar en los negocios puede ofrecer la contrarréplica de la falta de reputación y la confianza del consumidor y del ciudadano nuestro de cada día. No todo vale, el tiempo lo dirá.





Marcelino Díaz Rodríguez, a 31 de julio de 2018

 

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