Todo lo que sube… ¿explota?
Durante las últimas semanas, y tras varios años de fuertes revalorizaciones que contrastaban con las críticas y las objeciones de los más escépticos, hemos experimentado una fuerte caída en las cotizaciones de las criptomonedas, especialmente de las más conocidas como el Bitcoin, el Ethereum o Litecoin. De hecho, hasta el mismísimo Warren Buffet se ha posicionado afirmando que “no sé cómo ni cuándo, pero las criptomonedas van a acabar mal”. Incluso Francisco García Paramés, quién es considerado por muchos el Warren Buffet español, señalaba ante las preguntas sobre el Bitcoin que “Hay gente que gana al Blackjack. Yo no juego”.
Son muchos ya los que, con más o menos conocimiento de causa, se han atrevido a dar su opinión o a realizar previsiones sobre el futuro de las criptomonedas. El debate está servido, y el mismo viene enfrentando a aquellos que ven en la tecnología la solución a los problemas del sistema financiero actual y a los líderes de lobbies e instituciones financieras y gubernamentales que afirman estar preocupados por el blanqueo de capitales, la inestabilidad del sistema o los peligros del estallido de otra burbuja. Pero… ¿estamos ante una burbuja especulativa? ¿O ante un verdadero cambio de paradigma?
Tal es la preocupación entre las distintas instituciones que en el Foro Económico Mundial celebrado durante estos días en Davos (Suiza), se ha destinado una parte de la agenda a las criptomonedas. Incluso en uno de los informes de dicho organismo se ha afirmado que “la tecnología “blockchain” (cadena de bloques) alterará de raíz el modo en el que las instituciones financieras hacen negocios y acabará por convertirse en el corazón del sistema financiero internacional”. Más sorprendente resulta el informe de la consultora Bain & Company, basado en una encuesta realizada a ejecutivos de compañías del sector bancario, históricamente reacios al cambio y a toda revolución que atente contra su “statu quo”, pero que mayoritariamente esperan adoptar la tecnología “blockchain” para 2020, a la vez que creen que esta transformará el mercado.
En casi 9 años de existencia, muchas criptodivisas han sido lanzadas, aunque solo aquellas que han aportado alguna innovación han conseguido captar el interés de los inversores, a la par que el de los medios de comunicación, produciéndose simultáneamente una escalada imparable en sus precios de cotización. Sin ir más lejos, el Bitcoin, en abril de 2010 tenía un valor de 0.003$ mientras que en diciembre de 2017 superó la barrera de los 20.000$, lo que significa una revalorización desde su creación de un 666.666.567,66%. En otras palabras, un inversor que en 2010 hubiera invertido 10$ en Bitcoins, tendría a diciembre de 2017 la friolera de 66.666.666,66 millones de dólares!! Pero…sabemos en qué “invertimos”?
Desde un punto de vista puramente económico, nos encontramos con grandes problemas para valorar un criptomoneda, y decir si las mismas están cotizando a un precio “normal” no es tarea sencilla (por no decir imposible). Centrándonos en su naturaleza, si les otorgamos la categoría de divisa, ¿es lógico que un Bitcoin pueda tener un valor de 20.000$?. Las divisas, como moneda de intercambio, carecen de valor intrínseco, y gozan únicamente de un valor relativo, es decir, independientemente de su valor facial, estas tienen un valor u otro en relación a otra moneda, por lo que estamos acostumbrados a ver que la paridad entre el euro y el dólar es de 1,20 dólares por cada euro, o la de la libra y el euro de 0,85 libras por cada euro.
Si obviamos su condición de divisa (o criptodivisa mejor dicho), y tratamos de aproximarnos a su valor real, nos encontramos con un gran problema: ¿Qué flujos futuros tengo en cuenta? Uno de los métodos más comunes para valorar empresas es el descuento de flujos de caja, el cual consiste en valorar una empresa por la capacidad de esta para generar flujos en el futuro. No es el único procedimiento, hay otros, pero todos tratan de traer unos flujos futuros al presente y determinar así cuánto vale hoy una compañía. El problema de las criptomonedas es que no tienen una facturación o unos beneficios, por lo que se hace imposible en la práctica determinar cuánto valen, más allá del valor de cotización o de las expectativas personales.
Bajo mi particular punto de vista, y desde la humildad más absoluta, esta supuesta burbuja me recuerda a la que se experimentó a finales del siglo pasado con las “punto com”. Por entonces, se produjo una aparición descontrolada de empresas tecnológicas que crecían rápidamente y que ofrecían grandes rentabilidades con pequeñas inversiones, sobre todo por el incipiente desarrollo de las compañías de internet. No obstante, y como pasa con todas las burbujas, un día estalló y se llevó consigo miles de empresas. ¿Quién no recuerda el caso de Terra?
Tras la crisis, se observó que la web había llegado para quedarse y que entre las compañías era más importante que nunca, acuñándose el término “web 2.0” (actualmente ya hablamos de “web 4.0”).Para muchas empresas, internet supuso la puntilla a negocios que habían sobrevivido a multitud de crisis durante años, pero para empresas como Google, Facebook o Amazon, esto les brindó la oportunidad de convertirse en los gigantes que conocemos en la actualidad. ¿Tienen motivos las Instituciones financieras para entrar en pánico?
No podemos afirmar que estemos ante una verdadera revolución o ante una burbuja especulativa, lo que sí podemos decir es que las criptomonedas y la tecnología que estas llevan aparejada han venido para quedarse, por muchas barreras legales, políticas o institucionales que nos esforcemos en ponerles. De modo que en vez de centrarnos en quién tiene la razón y cuál es el destino de las criptodivisas, deberíamos aprovechar las oportunidades que nos brindan, mejorando y haciendo mucho más eficientes los sistemas actuales. Incluso los expertos más brillantes pueden equivocarse en sus vaticinios, y si no que se lo digan a Paul Krugman, profesor de economía en Princeton y premio príncipe de Asturias en 2004 y premio Nobel de economía en 2008, quién 10 años antes, en 1998, se atrevía a aventurar que “el impacto de internet no será mucho mayor que el del fax”. Quizás lo más inteligente sea permanecer callado, aceptar el cambio como una posibilidad de crecimiento, y ya se encargará el tiempo de poner a cada uno en su lugar…
Joan Eduard Martínez Marín
Asesor Financiero Europeo