Todo sobre mi madre
El origen de todo, de Roberto Appratto. Criatura, Montevideo, 2020, 80 pág.
Todo sobre mi madre
En 1993, con la publicación de Íntima, Roberto Appratto (Montevideo, 1950) abrió su abanico expresivo hacia zonas que excedían lo conquistado en el terreno poético. La prosa le permitió ser más punzante en otros territorios signados por la historia personal. Allí, la ficción del yo se confunde con el yo que ficcionaliza, en una operación mañosa a la que solo la crítica o el lector especializado presta un poco más de atención.
En Íntima vemos un retrato, el de un padre, y donde la síntesis ejerce un neto dominio racional sobre el orden de los hechos que se quieren inferir. En esta línea, el autor lanza una serie de textos, por no decir “novelas”, de trazo autobiográfico: Se hizo de noche (2007), 18 y Yaguarón (2008), Como si fuera poco (2014), Mientras espero (2016) y El origen de todo (2020), en la que Appratto cambia el eje parental y se concentra en la figura de Noemí Davison, su madre.
En este trabajo el pasado de la madre es visto a través de un lente difuso en el que las películas, cuadros y libros que ella vio, presentes en aquel —llamémosle origen—, hacen posible un texto literario (re)elaborado por el hijo, cuyo relato exclusivo lleva encapsulado en la retina. Este intenta abrirse camino de manera parcial en la intimidad de esos momentos, que ni siquiera fueron exhibidos para su comprensión directa. Como pasa con todo recuerdo cuando debe pasar por el tamiz de la palabra, se vuelve evidente su traslado: “los datos sensibles pasan por un filtro hasta llegar al concepto, que es lo que quiero tocar para lograr una adaptación de la vida de mi madre”. La relación lenguaje/mundo tiene su anclaje en la literalidad del recuerdo y adquiere una emotividad imprevista, contingente, de enorme factura sensible.
Qué es una madre sino ese copioso universo plagado de gestos, acciones, silencios, un contenido imposible de recuperar a cabalidad para colocar en la página —cuya función no es otra que fijar el pensamiento—, pero que el escritor necesita para redescubrir a esa figura gigante, definitiva, como la de su madre, sin querer reducirla a la vez, y simplemente, a palabras.
En la búsqueda de esa “soledad conversada” aparece el rigor de la escritura, no el de su verdad (concepto espurio y maniqueo), sino la matriz que rige la mente de todo buen escritor y, por qué no, de la literatura misma, reveladora y doliente, expresada aquí en todo su esplendor.